lunes, 12 de enero de 2009

AMOR A LA FORMA

DENISE DRESSER

En El Laberinto de la Soledad, Octavio Paz escribió magistralmente sobre "el amor a la Forma". La predilección de los mexicanos por las ceremonias, las fórmulas y el orden. La aspiración a crear un mundo ordenado conforme a principios claros. En México se piensa que para progresar hay que mantener el formalismo, la coherencia, los rituales, la cortesía, la concordia. En México se cree que para avanzar basta con llegar a acuerdos y firmarlos. El caso más reciente es el Acuerdo Nacional en favor de la Economía Familiar y el Empleo, que la clase política se siente obligada a rubricar. Otro ejemplo de la peligrosa inclinación que mostramos por ordenar superficialmente la realidad en vez de buscar su transformación profunda. Como sugería Paz, las formas ahogan. Ajustarse a los modelos tradicionales y constantes de nuestro ser implica abdicar a la continua invención que exige una sociedad moderna. Lleva a la celebración surrealista del consenso para no cambiar.Porque eso es lo que acaba de ocurrir en Palacio Nacional la semana pasada. Felipe Calderón llama y los convocados acuden. El Presidente pide firmas y los presentes las otorgan sin chistar aunque no conozcan siquiera el contenido del documento que tienen delante. Todos aprestándose a jugar el viejo juego de la simulación como una conducta habitual. Todos aplaudiendo, sonriendo, agradeciendo la oportunidad de salir en la foto, formar parte del elenco, deslumbrar con el consenso, y de paso engañar al país y engañarse a sí mismos. Gobernadores, líderes sindicales, diputados, senadores, miembros del gabinete tejiendo invenciones, participando en el acto ritualista de decir mentiras que en palabras de Paz: "reflejan, simultáneamente nuestros apetitos y lo que deseamos ser". México, el país donde, en palabras del Presidente, "se vive un ambiente de paz y tranquilidad en las calles", donde hay un "Estado pleno y funcional", donde se enfrentan los problemas con "audacia y visión".Pero en realidad, un país en el cual la simulación se usa para inventar, aparentar y así eludir nuestra condición. México, el lugar donde con actos fársicos como los celebrados hace unos días, la clase política se encierra, lejos del mundo, lejos de la realidad, lejos de lo que padecen los despedidos y los desempleados y los secuestrados y los ignorados y los que no cuentan con escoltas que les abran el paso a empujones y aquellos que no pueden comer en un restaurante del Centro Histórico porque viven con menos de 20 pesos al día. México, la nación que no logra mirarse a sí misma con la suficiente honestidad y por ello transita de acuerdo en acuerdo, de reforma minimalista en reforma minimalista, de paliativo en paliativo, del laberinto de la soledad al yugo de las bajas expectativas. A la élite política y económica le preocupa más consensar que cambiar; le importa más celebrar los avances que atacar las causas de las inercias; le molesta más la crítica externa al país que su situación verdadera. Por ello llama a defender la imagen de México pero no a combatir de fondo aquello que la empaña. Incluso la "inteligencia" no sólo le sirve al país: lo defiende y con ello renuncia al imperativo de la conciencia crítica.Como el diagnóstico no es el adecuando, la soluciones propuestas tampoco lo son. La concordia no es el mejor instrumento para desmantelar los cuellos de botella que estrangulan a la economía; el consenso no es la mejor arma para combatir los privilegios sindicales que merman la productividad; los Acuerdos Nacionales no son la mejor manera de democratizar esos feudos gobernados por los firmantes. Aunque se agradece que Felipe Calderón finalmente acepte la magnitud de la crisis y anuncie 25 medidas para afrontarla, tanto la forma como el fondo de lo propuesto revelan un serio problema de enfoque. Revelan la incapacidad del gobierno para encarar honestamente los problemas que México viene arrastrando desde hace décadas. Revela la propensión a proponer reformas aisladas, a anunciar medidas cortoplacistas, a eludir las distorsiones del sistema económico, a instrumentar políticas públicas a pedacitos y de manera poco sistemática. Así, Felipe Calderón se vuelve gesticulador en jefe; el que no busca cambiar la naturaleza de México sino su apariencia.Aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa.Pero detrás de esa simulación, la realidad acecha a golpes de 327 mil despedidos, crecimiento negativo, el lugar 60 de 134 en el Índice Global de Competitividad y un país que dice reformarse mientras evita hacerlo, México no crece lo que podría y no avanza lo que debería por la forma antidemocrática en la cual se usa y se ejerce y se comparte el poder, ni más ni menos. Por las reglas discrecionales y politizadas que rigen al capitalismo de cuates. Por la supervivencia de estructuras corporativas que el gobierno creó y sigue financiando. Por la persistencia de monopolistas públicos y privados en sectores clave como energía y telecomunicaciones y transporte y servicios financieros. Por la escasez de crédito para las empresas debido a la incertidumbre en torno a los derechos de propiedad y el comportamiento oligopólico de la banca privada. Por un sistema educativo absolutamente disfuncional, producto de la relación enfermiza entre el sindicato y el gobierno. Por un sistema fiscal insuficiente que impide la inversión pública en infraestructura y capital humano. Por un modelo de desarrollo que canaliza las rentas del petróleo a las clientelas del gobierno. Por un sistema político que funciona muy bien para sus partidos pero muy mal para sus ciudadanos. Así es México detrás de las máscaras que tantos "Acuerdos Nacionales" buscan preservar.Y sí, podríamos aplaudir el hecho de que tantos miembros de la clase política, de manera consensada, firmaron un documento cuyos compromisos desconocían. Y sí, podríamos regocijarnos porque México construye acuerdos, aunque sean para mantener el statu quo. Y sí, podríamos celebrar que el gobierno congelará el precio de la gasolina, mientras desciende en otros países. Podríamos congratularnos por la emoción y las ganas que le echa Felipe Calderón a cada discurso que pronuncia. Podríamos darnos palmadas en la espalda porque algunas familias mexicanas caminan por las calles del Centro Histórico de la capital con cierta tranquilidad, aunque no sea el caso en Tijuana o Chihuahua o Culiacán o Ciudad Juárez o muchos sitios más. Pero eso entrañaría volvernos cómplices de la simulación o escoltas de los enmascarados o defensores del "por lo menos". Y México se merece más que otra generación de amor a la Forma.

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