Felipe Calderón y Marcelo Ebrard tienen propuestas diferentes para enfrentar la crisis. Una revisión de sus similitudes, diferencias y carencias permite establecer cuál sirve más al interés general y a la cultura democrática.
Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador se enzarzaron en una riña sin cuartel. Fox se sentía agraviado con la popularidad de AMLO, y éste disfrutaba provocando y contrastándose con el de Guanajuato. La competencia entre Calderón y Ebrard ha sido más sorda, menos estridente, pero no por ello menos intensa. Veamos cómo se expresa en las medidas adoptadas para enfrentar la crisis.
Al Presidente se le ocurrió titular como "Acuerdo" Nacional (a favor de la
Economía Familiar y el Empleo) lo que es, en realidad, un programa de gobierno de 25 puntos. La idea de que se trata de una simulación se fortaleció porque decidió anunciarlo, el miércoles 7 de enero, frente a centenares de notables convocados apresuradamente a Palacio Nacional. Fue una indigna reedición de las liturgias más cursis, inútiles y costosas del viejo régimen; hasta reapareció el impresentable "líder" obrero Joaquín Gamboa Pascoe quien, sintiéndose "jilguero", llenó de halagos al "señor presidente". Ebrard subrayó las diferencias en la presentación de su propuesta el lunes pasado.
Fue preciso cuando calificó de Acciones sus 10 propuestas, y parco en su discurso de 868 palabras frente a las 2 mil 758 utilizadas por el Presidente. El evento sólo duró 20 minutos y participaron unas 60 personas (25 de ellas integrantes de su gabinete).
Veamos el fondo de los programas. Ambas propuestas se parecen en la forma un tanto mañosa de utilizar las cifras. Me explico. Cuando uno se entera de los programas de austeridad adoptados en diferentes países, la norma es que se queden en la cantidad de recursos frescos que se van a destinar. El Presidente y el jefe de Gobierno capitalino mezclaron cifras nuevas con programas ya incluidos en el presupuesto. Si uno suma todo lo que dijeron, el gobierno federal gastará 1,409 mil millones de pesos y el capitalino 7,400 millones; en realidad el dinero fresco serán 90 mil millones y 700, respectivamente.
Ebrard derrotó a Calderón en el compromiso con la austeridad. Es digna de elogio la reducción de un 10 por ciento a los salarios de los mandos altos y el recorte en diversos gastos; tanto así que hasta el senador Manlio Fabio Beltrones alabó la medida, aunque seguramente lo hizo para criticar a Calderón. En ninguna parte del programa federal se habla de recortar los ingresos de los altos funcionarios, o reducir el gasto corriente.
Los políticos y funcionarios mexicanos están entre los mejor pagados del mundo.
Si se recuerda que seguimos siendo un país de pobres, resultan ofensivos sus ingresos, privilegios y dispendios. En este terreno hay que reconocerle a AMLO la austeridad que impuso al gobierno capitalino; misma que ha sido mantenida por Ebrard.
No está de más recordar a nuestros políticos la trágica historia de María Antonieta, paradigma del menosprecio de los gobernantes hacia la suerte de los pobres. Se dice que cuando el pueblo francés fue a Versalles a pedir a la reina baguettes para mitigar su hambre, ésta les habría mandado decir "pues que coman pasteles". La reina terminó en la guillotina, una forma de ejecución que en cualquier momento propondrán los Verdes o el folklórico gobernador de Coahuila, Humberto Moreira.
Si se analiza el asunto desde una perspectiva más amplia, es notable la pobreza conceptual de ambas propuestas. Ninguna incluye un diagnóstico de la situación económica, las razones y pertinencia para elegir las medidas que anunciaron y los verdaderos costos de las medidas económicas desglosadas en cada uno de los rubros. Tampoco aparece una evaluación de las propuestas económicas que, en el caso de Calderón, había presentado en marzo del año pasado. No sabemos qué funcionó, cuánto costó y en qué se distingue este nuevo esfuerzo.
Dados los respectivos ámbitos de competencia, la indiferencia del gobierno federal es preocupante, sobre todo porque en el mundo entero están debatiéndose las lecciones dejadas por la crisis y las reformas que deberán hacerse a un modelo de capitalismo que ya no funciona. Los gobernantes mexicanos han descuidado el terreno de las ideas y la reflexión, cuando su cultivo debería ser una prioridad porque se hace cada vez más evidente la urgencia de nuevas propuestas y proyectos.
Un último ángulo -que recuperaré en otro momento- es la conversión que está teniendo el jefe de Gobierno capitalino frente a los derechos humanos. Ha pasado de la indiferencia heredada del gobierno de AMLO, a una actitud cada vez más receptiva que tiene tres momentos definitorios: la participación activa del gobierno del Distrito Federal en la elaboración de un Diagnóstico de Derechos Humanos del Distrito Federal, la petición del GDF a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal para que realizara una investigación independiente de la tragedia del News Divine y la aplicación de un Programa de Acción Inmediata para realizar cambios concretos y medibles. Lo menciono porque ése es el marco conceptual que se advierte en las medidas adoptadas contra la crisis.
Así pues, en la forma como fueron presentados los dos programas, el de Ebrard derrota al de Calderón. En su esencia ambos requieren de mayor precisión para poder evaluarlos aunque, de entrada, carecen de un marco conceptual acorde con la magnitud de la crisis. En el combate a la desigualdad -medido por el compromiso con medidas de austeridad- el gobierno capitalino supera, y con mucho, al gobierno federal. Cuando la mitad de la población vive en la pobreza, es incomprensible que Felipe Calderón persista en mantenerse un salario que duplica el que percibe Marcelo Ebrard. Lo grave es que la insensibilidad de Calderón no es la excepción, sino la norma de la clase política.
Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador se enzarzaron en una riña sin cuartel. Fox se sentía agraviado con la popularidad de AMLO, y éste disfrutaba provocando y contrastándose con el de Guanajuato. La competencia entre Calderón y Ebrard ha sido más sorda, menos estridente, pero no por ello menos intensa. Veamos cómo se expresa en las medidas adoptadas para enfrentar la crisis.
Al Presidente se le ocurrió titular como "Acuerdo" Nacional (a favor de la
Economía Familiar y el Empleo) lo que es, en realidad, un programa de gobierno de 25 puntos. La idea de que se trata de una simulación se fortaleció porque decidió anunciarlo, el miércoles 7 de enero, frente a centenares de notables convocados apresuradamente a Palacio Nacional. Fue una indigna reedición de las liturgias más cursis, inútiles y costosas del viejo régimen; hasta reapareció el impresentable "líder" obrero Joaquín Gamboa Pascoe quien, sintiéndose "jilguero", llenó de halagos al "señor presidente". Ebrard subrayó las diferencias en la presentación de su propuesta el lunes pasado.
Fue preciso cuando calificó de Acciones sus 10 propuestas, y parco en su discurso de 868 palabras frente a las 2 mil 758 utilizadas por el Presidente. El evento sólo duró 20 minutos y participaron unas 60 personas (25 de ellas integrantes de su gabinete).
Veamos el fondo de los programas. Ambas propuestas se parecen en la forma un tanto mañosa de utilizar las cifras. Me explico. Cuando uno se entera de los programas de austeridad adoptados en diferentes países, la norma es que se queden en la cantidad de recursos frescos que se van a destinar. El Presidente y el jefe de Gobierno capitalino mezclaron cifras nuevas con programas ya incluidos en el presupuesto. Si uno suma todo lo que dijeron, el gobierno federal gastará 1,409 mil millones de pesos y el capitalino 7,400 millones; en realidad el dinero fresco serán 90 mil millones y 700, respectivamente.
Ebrard derrotó a Calderón en el compromiso con la austeridad. Es digna de elogio la reducción de un 10 por ciento a los salarios de los mandos altos y el recorte en diversos gastos; tanto así que hasta el senador Manlio Fabio Beltrones alabó la medida, aunque seguramente lo hizo para criticar a Calderón. En ninguna parte del programa federal se habla de recortar los ingresos de los altos funcionarios, o reducir el gasto corriente.
Los políticos y funcionarios mexicanos están entre los mejor pagados del mundo.
Si se recuerda que seguimos siendo un país de pobres, resultan ofensivos sus ingresos, privilegios y dispendios. En este terreno hay que reconocerle a AMLO la austeridad que impuso al gobierno capitalino; misma que ha sido mantenida por Ebrard.
No está de más recordar a nuestros políticos la trágica historia de María Antonieta, paradigma del menosprecio de los gobernantes hacia la suerte de los pobres. Se dice que cuando el pueblo francés fue a Versalles a pedir a la reina baguettes para mitigar su hambre, ésta les habría mandado decir "pues que coman pasteles". La reina terminó en la guillotina, una forma de ejecución que en cualquier momento propondrán los Verdes o el folklórico gobernador de Coahuila, Humberto Moreira.
Si se analiza el asunto desde una perspectiva más amplia, es notable la pobreza conceptual de ambas propuestas. Ninguna incluye un diagnóstico de la situación económica, las razones y pertinencia para elegir las medidas que anunciaron y los verdaderos costos de las medidas económicas desglosadas en cada uno de los rubros. Tampoco aparece una evaluación de las propuestas económicas que, en el caso de Calderón, había presentado en marzo del año pasado. No sabemos qué funcionó, cuánto costó y en qué se distingue este nuevo esfuerzo.
Dados los respectivos ámbitos de competencia, la indiferencia del gobierno federal es preocupante, sobre todo porque en el mundo entero están debatiéndose las lecciones dejadas por la crisis y las reformas que deberán hacerse a un modelo de capitalismo que ya no funciona. Los gobernantes mexicanos han descuidado el terreno de las ideas y la reflexión, cuando su cultivo debería ser una prioridad porque se hace cada vez más evidente la urgencia de nuevas propuestas y proyectos.
Un último ángulo -que recuperaré en otro momento- es la conversión que está teniendo el jefe de Gobierno capitalino frente a los derechos humanos. Ha pasado de la indiferencia heredada del gobierno de AMLO, a una actitud cada vez más receptiva que tiene tres momentos definitorios: la participación activa del gobierno del Distrito Federal en la elaboración de un Diagnóstico de Derechos Humanos del Distrito Federal, la petición del GDF a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal para que realizara una investigación independiente de la tragedia del News Divine y la aplicación de un Programa de Acción Inmediata para realizar cambios concretos y medibles. Lo menciono porque ése es el marco conceptual que se advierte en las medidas adoptadas contra la crisis.
Así pues, en la forma como fueron presentados los dos programas, el de Ebrard derrota al de Calderón. En su esencia ambos requieren de mayor precisión para poder evaluarlos aunque, de entrada, carecen de un marco conceptual acorde con la magnitud de la crisis. En el combate a la desigualdad -medido por el compromiso con medidas de austeridad- el gobierno capitalino supera, y con mucho, al gobierno federal. Cuando la mitad de la población vive en la pobreza, es incomprensible que Felipe Calderón persista en mantenerse un salario que duplica el que percibe Marcelo Ebrard. Lo grave es que la insensibilidad de Calderón no es la excepción, sino la norma de la clase política.
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