jueves, 15 de enero de 2009

LA LIBERTAD DE LOS CIUDADANOS

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Es cierto que, desde hace varios años, no hay lugar más común que decir “es que las cosas no son como antes”. A veces, ese antes se refiere apenas a un par de décadas y decir que las cosas son hoy diferentes en realidad significa que son muy diferentes. Al abrir el periódico hoy, el panorama del descontrol en el mundo nos mueve a preguntarnos por qué la deseada tranquilidad escapa por la ventana y en su lugar ocurren hechos que no podemos comprender desde la óptica clásica de las explicaciones que hemos practicado durante décadas.
Tal vez, sólo tal vez, como quien lanza al tapete de la discusión una hipótesis inicial, suceda que estamos en presencia de nuevas formas en que los ciudadanos estamos afirmando nuestra libertad, poniendo en jaque las defensas tradicionales del Estado y sus antiquísimos métodos de control. Para poner orden en nuestras cabezas y, a partir de ahí, en la realidad, uno puede lanzarse a desdibujar el mundo de la política para entrever las nuevas señales que son, en realidad, una respuesta a las décadas de monopolaridad, de lucha contra el terrorismo, con su consecuente remisión de las libertades individuales, y los últimos estertores del neoliberalismo como competencia brutal por los mercados, generalmente ilusorios, de la especulación financiera.
Hace unas semanas un policía asesinó de un disparo a un joven griego de apenas 15 años. Además de una huelga general, de la radicalización de las posturas, la capital griega ha sufrido varios días de ataques vandálicos de jóvenes que se identifican con posturas anarquistas. El socialismo libertario, como antes le decíamos, era en realidad una postura política marginal que hoy tiene la capacidad de movilizar contingentes de jóvenes que canalizan su enfado alentado por cuentas pendientes con los políticos tradicionales. Es también un aviso: la política, como la conocemos, no está dando respuestas a los cambios generacionales; la clásica ruptura generacional está comenzando a cobrar sus réditos.
En Estados Unidos, país del control político si hay alguno, una nueva forma de protesta está teniendo lugar. En Chicago, la respuesta ante la negativa de los bancos para refinanciar las deudas de las empresas no es más una batalla en tribunales o un discurso del patrón anunciando el cierre de la empresa; los trabajadores se lo han tomado por su cuenta e invaden las fábricas como un medio de presión para que los financieros utilicen los subsidios del rescate bancario —el Fobaproa americano, que supera con mucho nuestros sueños más febriles— en salvar las fuentes de trabajo y no sus propias operaciones especulativas. Ni la policía ni los bancos ni los empresarios desplazados saben con precisión cómo responder.
En estos días, alguien ha protestado en México por los excesivos costos del crédito, particularmente en las tarjetas bancarias y en los hipotecarios. Al contrario de lo habitual, no es un líder de algún movimiento social, ni siquiera un comerciante o un padre de familia aterrado porque no alcanza a cubrir los mínimos de todos sus créditos contratados; se trata del hombre más rico del mundo —o al menos uno de los que circulan entre los más acaudalados en el top ten de Forbes—, Carlos Slim, exige que el Estado ponga límite a la especulación sanguinaria de los bancos sobre los ciudadanos. Sucede que es un hombre de negocios que está viendo cómo la sed de ganancias agota el manantial que representaban las clases medias y se pronuncia por un nuevo modelo de negocios. Es decir, el mismo que vende computadoras en condiciones draconianas para garantizar su liderazgo en el mercado del servicio de internet, el mismo que lidera uno de los oligopolios más grandes del mundo, ha sabido entender el fenómeno y puede, debido a su situación de mercado, reclamar a favor de los consumidores.
Es muy probable que estemos en presencia de uno de los cambios históricos más profundos en materia de convivencia política. Hay una distancia innegable entre los políticos profesionales y una masa ciudadana cada vez más consciente y politizada que, además, gracias a la tecnología puede ensayar formas más ágiles de organización y de respuesta. En todas partes existimos ciudadanos que estamos haciendo algo por la sociedad, en el marco de nuestro pequeño entorno, y esa acumulación de fuerzas está provocando que las viejas políticas se tornen impracticables.
A lo mejor el tiempo de los líderes cupulares ha pasado, tal vez sea éste el turno de los ciudadanos.

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