Desde estas páginas he señalado frecuentemente que la relación con Estados Unidos es una de las ausencias más visibles en la política exterior del presidente Felipe Calderón. La reciente visita a Washington remedia en gran medida esa ausencia, sin resolverla plenamente. Conseguir el encuentro con el presidente electo Barack Obama en momentos en que éste se encuentra agobiado -como él mismo declara- por la enormidad de los problemas que deberá enfrentar a partir del 20 de enero es un logro de la diplomacia mexicana. A su vez, es una deferencia hacia el vecino del sur que sugiere un lugar especial de México en el conjunto de la política exterior de Estados Unidos. Tener un encuentro con el "hombre del año" que tanto entusiasmo ha levantado a lo largo y ancho del mundo ofrecía una oportunidad espléndida a Felipe Calderón para lanzar a la opinión pública un mensaje con impacto que, en pocas líneas, resumiera cómo desea encauzar la relación con el país de mayor peso en la vida económica y política de México. Tal pronunciamiento no se dio. La manera en que se planeó el viaje y la escasa información proveniente de la parte mexicana hicieron que los resultados del encuentro quedaran opacados. El primer problema fue la agenda. Parecía que el objetivo del viaje se iba a centrar en el encuentro con Obama. Sin embargo, la visita se convirtió en una gira de trabajo muy agitada que incluyó encuentros con académicos, legisladores estadunidenses, directores del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, legisladores mexicanos, periodistas y, desde luego, la indispensable visita de cortesía al presidente Bush. El resultado fue diluir la importancia del encuentro con Obama, y lo que pudo ser un momento histórico se quedó, para muchos, en un intercambio de cortesías. El segundo motivo que oscureció el significado del encuentro fue la falta de información, un problema que ya es común en el comportamiento del Ejecutivo mexicano. Sólo se emitieron comunicados muy cortos en la página web de la Presidencia, con datos esencialmente superficiales. Por el contrario, el jefe de prensa de Barack Obama, Robert Gibbs, emitió de inmediato un comunicado de dos páginas sobre los temas que se trataron en la entrevista. Esa fuente permite ir más allá de las frases de cortesía y detectar cómo se abordaron, aunque necesariamente de manera general, algunos problemas de fondo. Según el comunicado de Gibbs, Obama expresó su compromiso continuo de "actualizar el TLCAN para fortalecer los compromisos laborales y ambientales de manera que reflejen valores ampliamente compartidos por ambos países". En los próximos meses será necesario aclarar qué significa actualizar el tratado y qué procedimiento se seguirá para incorporar esos valores; será tarea inmediata para el gobierno mexicano tomar posición frente a esos puntos.El siguiente tema de importancia fueron las promesas de Obama de combatir el flujo de armas de Estados Unidos a México, así como de afrontar conjuntamente la violencia del narcotráfico y "dar todo el apoyo al valioso trabajo que se realiza bajo la Iniciativa Mérida". Ese compromiso ha sido visto como una buena respuesta al señalamiento de Felipe Calderón: "mientras más seguro esté México, también estará más seguro Estados Unidos". La pregunta es quién fijará el derrotero de esa lucha fortalecida contra el narcotráfico que, en opinión de muchos, debe cambiar de objetivos y estrategias. Durante los últimos días los medios de comunicación, e incluso un informe del Fondo Monetario Internacional, han dado relevancia al peligro para Estados Unidos de la amenaza sin precedentes a la seguridad nacional y estabilidad en México, debido al tráfico de drogas y al crimen organizado. El ambiente de alarma creado por esos medios es un arma de dos filos para el gobierno de México: acentúa la urgencia de recibir cooperación, pero también reduce el margen de maniobra para imponer sus condiciones sobre cómo encauzar dicha cooperación. El tema de la migración no ocupó, como muchos temían, un espacio demasiado amplio en las conversaciones. Se sabe que es un asunto que se decide principalmente en el Congreso, y los problemas económicos en este momento no proporcionan el mejor ambiente para entrar a discutir una ley al respecto. Es interesante, sin embargo, que Gibbs cite a Obama diciendo que quiere "arreglar el sistema descompuesto de inmigración en Estados Unidos" y "poner fin a los flujos de inmigración ilegal". Por último, un tema interesante se refiere a la cooperación en materia de derecho humanos y democracia. Aludiendo a tensiones con América Latina, Obama se refirió a México como "un aliado muy importante" en los esfuerzos por ampliar el respeto a los derechos humanos y la democracia. Ese señalamiento puede ser placentero o inquietante, según se lea. No se puede olvidar que el aspecto más visible de la política de México hacia América Latina ha sido la reconciliación con Cuba. En resumen, la relación con Estados Unidos está al fin sobre la mesa de la política exterior de México. La entrevista con quien será dentro de unos días el presidente de Estados Unidos revela que hay voluntad de su parte de otorgarle atención. Ahora bien, el camino que tomen las pláticas sobre problemas específicos está lejos de ser despejado
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