miércoles, 28 de enero de 2009

EL MAÑOSO

SERGIO AGUAYO QUESADA

Carlos Salinas de Gortari preserva la inteligencia... y las mañas que le sirven de bastante poco en su cruzada por limpiar de mugre la elección de 1988.A finales del 2008, Martha Anaya publicó en la editorial Debate el libro 1988, el año en que calló el sistema. A Salinas no le gustó el texto porque reavivó la discusión sobre la legitimidad de su elección, y porque saca a la luz sus acuerdos secretos con el Partido Acción Nacional. Sintiéndose repostero de categoría, nos presenta un pastel de apariencia extraña y poco apetitosa; pero se niega a decir cuáles son sus ingredientes y cómo fue que lo cocinó. En otras palabras, asegura haber ganado la elección porque así lo dicen las cifras oficiales, pero olvida las múltiples irregularidades documentadas y pasa por alto que los jueces sólo resuelven con lo que contiene en el expediente.La tragedia, para Salinas, es que lo contradicen otros escritos suyos y le corrigen la plana compañeros de su partido. Basándose en cifras oficiales, Salinas insiste en lo holgado de su victoria: adelantó con 20 puntos a Cuauhtémoc Cárdenas, su más cercano seguidor. Lo notable es la manera como recuerdan la elección los priistas entrevistados por Anaya: para Guillermo Jiménez Morales: "fue una elección muy competida"; para Emilio Gamboa: "triunfo muy complicado, muy cerrado"; para Miguel de la Madrid: "elecciones muy reñidas... votación muy cerrada"; y para Salinas: "competencia electoral... cerrada". Hay un divorcio total entre las cifras y el lenguaje.Los priistas que organizaban la elección riegan con diesel la hoguera de la duda. José Newman Valenzuela: las cifras oficiales "no representan la realidad". Óscar de Lassé coincide en que "los números oficiales no reflejan lo que pasó en las elecciones". Manuel Bartlett añade que en el Colegio Electoral "se consumó todo". La conclusión es evidente: ya no se trata de la izquierda derrotada gritando en la calle su "repudio total, al fraude electoral". Es un pleito entre priistas que, por cierto, no será obstáculo para que compitan unidos en las próximas elecciones federales.Salinas también descontextualiza sus explicaciones sobre por qué ganó limpiamente. En su voluminoso libro México, un paso difícil a la modernidad, y en las columnas que escribió este 2009, presenta a las autoridades electorales como instituciones plenamente autónomas y guarda silencio sobre la intervención gubernamental a su favor. Falso.Cuando Miguel de la Madrid le informó que sería Presidente, describe en su libro la "emoción profunda" que sintió y cómo le dijo al jefe de gobierno que deseaba "mantener la cercanía entre el Presidente y el candidato". La respuesta de De la Madrid es antológica: "Presidencia y candidatura pueden ser como dos rieles de la misma propuesta".La simbiosis entre candidato y gobierno la reconfirman ambos. De la Madrid reconoce, en el libro de Anaya, que concedió la autorización para que secretarios de Estado ayudaran al candidato con la "discreción adecuada". En sus memorias, Salinas evoca una gira por Chihuahua: "fue un éxito rotundo, pues las manifestaciones de apoyo fueron masivas y cálidas. No se registró ningún acto de protesta. El gobernador Fernando Baeza realizó una tarea espléndida". La parcialidad gubernamental era ilegal, y confirma la inequidad que rodeaba toda elección mexicana.La intervención continuó y en la noche de la elección el Presidente giró instrucciones a actores claves. En sus memorias o en la entrevista para Anaya, De la Madrid reconoce haber pedido al secretario de Gobernación guardar silencio sobre los resultados que iban llegando y que diera una "visión en ascenso del PRI"; haber autorizado al presidente del PRI a "proclamar la victoria" de Salinas, pese a no existir cifras oficiales; y a la Comisión Federal Electoral le dio "línea" para limitar los "recuentos de votos al mínimo posible". Su justificación es que hizo "bien en no dejar llegar" a la izquierda. Esta evidencia quita credibilidad al alegato de Carlos Salinas.El libro de Anaya despertó atención e interés, y al menos 23 columnas se han escrito en los principales diarios capitalinos; 21 si descontamos los dos textos enviados por Salinas a Milenio y El Universal. Todas las columnas coinciden, desde diferentes ángulos, en que fue una elección sucia, irregular, fraudulenta. Ninguna concede valor alguno a los argumentos de un ex Presidente que por motivos poco claros decidió bajarse del Olimpo para influir en la interpretación histórica sobre la forma en que llegó al poder. Fracasa estrepitosamente porque se empecina en presentar una versión débil, fáctica y lógicamente; tampoco despierta simpatía como ser humano porque, además de mañoso, mantiene la arrogancia y rechaza la autocrítica. Salinas y su estéril cruzada contra una historia que condena la forma en que fue elegido.En esta guerra de ideas es notoria la ausencia del Partido Acción Nacional. Un solo panista, José Luis Salas Cacho, aceptó dar una entrevista a Anaya en la cual, por cierto, da un testimonio fundamental para rellenar huecos en el conocimiento. Un solo columnista del PAN, Juan Antonio García Villa (El Financiero, enero 16, 2009), cronicó el libro sin meterse en el espinoso tema de los acuerdos secretos entre Salinas y el PAN. Este partido, y quienes gobiernan en su nombre, siguen, frente al 88, la misma estrategia adoptada en la elección del 2006: guardar silencio con la esperanza de que el tiempo traerá el olvido. Malas noticias para Salinas y el PAN: ni el 68, ni el 88, ni el 2006 se olvidarán porque las heridas siguen abiertas.Salinas es representativo de una cultura política. El ex Presidente se defiende poniendo en la misma categoría a quienes intervienen, por una u otra razón, en la vida pública. Por ejemplo, en sus memorias dice que si un grupo de mujeres protestaba por la carestía era porque "habían sido enviadas por elementos del sindicato petrolero". Aunque no todo mundo se mueve con esa lógica, Salinas es una prueba fehaciente de la fuerza del cinismo en la política mexicana.Si en 1929 José Luis Guzmán acuñó, en La sombra del caudillo, la regla de oro "si no le madruga usted a su contrario, su contrario le madruga a usted"; Miguel de la Madrid escribió el corolario en la frase con la cual cierra su entrevista para Martha Anaya: "la eficacia es el valor supremo de la política". ¿Y dónde quedan los principios y el interés público?

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