lunes, 21 de enero de 2013

EL PACTO NO ES PARA PRINCIPIANTES*

RICARDO BECERRA LAGUNA

La semana pasada intenté argumentar que –sorpresivamente- nuestra clase política resultó más sofisticada de lo que muchos están dispuestos a reconocer. Que el Pacto por México no está siendo acompañado por un debate intelectual a la altura de su aliento. Arriesgué lo que imagino, son las distintas razones por las que cada partido decidió acudir al gran acuerdo, y finalmente, cuál es el riesgo y límite mayor de ese mismo pacto. 

De modo que, sí el experimento político ha de sobrevivir, la discusión, la elaboración y el esfuerzo intelectual mayor se ubica en el área económica. Dicho con más crudeza ¿qué de sus visiones tradicionales están dispuestos a renunciar el PRI, el PAN y el PRD? ¿qué de sus promesas, programas y de sus intereses representados en temas como el de los impuestos a los más ricos, el alza del IVA, la política económica en general o los mecanismos de redistribución?     
No hay otro campo que desafié de esa manera al proyecto de un enorme compromiso, cruzado y sostenido por el noventa por ciento -o más- de la representación democrática en México.
No digo que sea fácil, pero en el resto de asuntos se pueden cincelar fórmulas, mediaciones que ofrezcan una solución común: en el tema de las elecciones y la competencia entre partidos; en el de transparencia y rendición de cuentas; en el compromiso con los derechos humanos; en el de la procuración de justicia; en el de la lucha contra la pobreza; en el de la educación pública, e incluso, en el más delicado y perturbador asunto de la seguridad pública y el combate al crimen, las posiciones se acercan, se pueden encontrar propuestas practicables que representen un salto en relación al pasado. Pero no ocurre lo mismo con el hueso duro de la economía y su manejo institucional.   
Otra cosa estaría pasando si al Pacto hubieran acudido solamente el PRI y el PAN cuyas coincidencias esenciales en materia económica han mantenido a México en un continuo de estancamiento y cuyo máximo trofeo es la inflación controlada y cuya principal mitología es el brote de una clase media “low cost”. Pero resulta -en buena hora- que la izquierda se coló en el acuerdo, abriendo el abanico de temas, matizando otros e introduciendo sus propios valores.
Es más: tengo la impresión de que buena parte de la incomprensión y la incomodidad con el Pacto, proviene de la inclusión de la izquierda y de cómo su asistencia complica la agenda convencional de la política económica a la que nos hemos acostumbrado en las últimas décadas: recetas únicas para toda ocasión, congelación de la política fiscal, política monetaria monotemática, reformas estructurales que danzarán para invocar algún día la confianza de los mercados y poco más.
Por eso el desafío es mayúsculo: ¿Es viable el cobro del IVA en medicinas y alimentos a cambio de un seguro líquido de desempleo que aumente el ingreso de las familias desde el principio, para soportar el impacto del alza? ¿en este caso no importa el efecto inflacionario del aumento de precios en la salud y en la canasta básica? ¿las fuerzas del Pacto asumirían la necesidad de un incremento al impuesto sobre la renta, al predial, a la herencia y en general, a los impuestos directos, como parte de un compromiso con una política redistributiva y como mensaje de cohesión social? ¿qué metas de gasto y qué obras de infraestructura, qué regiones impulsar y qué nuevas áreas liberalizar? Lo que es más: ¿las fuerzas pacticias están dispuestos a abrir la agenda y discutir otras áreas, como la política monetaria y la política fiscal?      
¿Lo ven? El Pacto no es para principiantes.
Y si las cosas van en serio, lo que vamos a necesitar es voluntad para escuchar, una conversación pública mucho más amplia y desprejuiciada, imaginación y algo más difícil de encontrar: una cierta propensión autosubversiva como recomendaba el recientemente fallecido Albert O. Hirschman. 
Termino con lo obvio: en virtud de su integración política e ideológica -tan enfrentada en el pasado, tan heterogénea en el presente- la elaboración que da sentido al Pacto está llena de tensiones que pueden resultar destructivas a la primera oportunidad; ha alimentado esperanzas y ambiciones que pronto pueden derrumbarse ante el muro de los intereses coagulados, las ortodoxias, las “escuelas correctas”, la pura intransigencia y las inercias.
Cada una de las fuerzas del Pacto pueden acabar echando las cosas a perder, si se aferran a sus respectivos preceptos sagrados, si acuden a la mesa de conversación y al espacio público con sus certezas bajo el brazo, reduciendo la complejidad de la situación y del Pacto a los garabatos de sus teorías favoritas.
Así que estamos convocados a entrar en un extraño pasaje de libertad, de reunión de lo diverso, de conversación explícita con los viejos enemigos o adversarios, políticos, fácticos e intelectuales.
Pero ¿no es esto lo que queríamos? ¿no pedíamos grandes acuerdos? ¿no es la plataforma de la democracia deliberativa tantas veces mentada y reclamada a las cúpulas de los partidos?
Como pueden ver, soy de los que creen que el Pacto es una de las mejores noticias en mucho tiempo: ordena la vida política, abre espacios de concordia y crea una agenda de futuro, coloca a los extremos en su lugar y -si tan sólo produce la mitad de sus promesas- la democracia mexicana habrá dado un salto, unos frutos qué ya necesitaba al menos, desde el año 2000.
El malestar con la política y la democracia se ha nutrido de una fea guerra política, de la discordia, el grito y el insulto. Por razones sorprendentes, el pacto ha abierto un espacio para la conversación abierta y respetuosa. Nadie, debería desperdiciar esta extraña oportunidad. 

*La Silla Rota 21-01-13

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