jueves, 3 de enero de 2013

DESEOS PARA EL AÑO NUEVO*


JOSÉ WOLDENBERG

Hace dos o tres años en Manzanillo, en un restaurante de mariscos con una enorme palapa, escuché de un cantante -que se acompañaba de una guitarra- la formulación de un deseo singular, ambicioso y extravagante. Como estaba a punto de finalizar el año, nos deseó a todos los que ahí comíamos "que el mejor de los días del año que terminaba fuera similar al peor de los días del año que estaba por iniciar". Original sin duda. Desmedido también. Imposible de cumplir.

No obstante, resultaba mejor que los buenos deseos rutinarios que se multiplican por estas fechas. Releer en una tarjeta "Feliz Navidad y próspero año nuevo" no puede sino producir un lánguido bostezo. "Salud, dinero y amor" (como la añeja canción) está un poco mejor, pero resulta predecible, inercial, carente de chispa. Quizá el primero que lo pronunció hizo una buena síntesis de las principales expectativas que cargamos, pero la fuerza de la reiteración lo ha convertido en un haz de deseos inanes.

Por ello en estas fechas es difícil decir y desear a los otros algo con sentido. Algo alejado de la rutina pero también de la utopía extrema. Al fin y al cabo ese arte tiene altos grados de dificultad. Hay fórmulas consagradas que se derivan directamente de la situación del receptor del deseo. Si está en prisión, usted debe desearle la recuperación de su libertad. Si se encuentra embarazada, que el niño o la niña aparezcan a la luz pública sanos y salvos. Si pasa sus días hospitalizado, que recupere la salud. En esos casos, la ley del menor esfuerzo es lo más aconsejable. No sude demasiado. ¿Para qué?

También resulta relativamente sencillo desearle algo venturoso a los monotemáticos. Uno conoce su obsesión, su deseo más preciado, así que tampoco resulta difícil encontrar las palabras adecuadas. Por ejemplo, si su amigo es fan del Necaxa, lo mejor es decirle que ojalá su equipo vuelva a la primera división (y ni por asomo mencionar que el descenso fue trabajado a conciencia). Si por el contrario no le gustan los deportes, pero se encuentra fascinado por la aprobación de los matrimonios gay, lo óptimo es desearle que las constituciones de los estados incorporen en el 2013 ese derecho (y claro, omitir la secuela de tedio y fricciones que normalmente trae aparejado cualquier matrimonio). Lo que de inmediato nos remite quizá a la cuestión central de los deseos. Hay que enunciar invariablemente la cara luminosa de los mismos y callar -de manera prudente- su faz ominosa.

El asunto se complica cuando tomamos en cuenta el carácter de la persona, su humor, su vibra anímica. A diferencia de su "situación objetiva" y de la obstinación en propósitos explícitos que facilitan la emisión de buenos deseos, el talante de la persona multiplica los grados de complejidad. A un optimista irredento, que vislumbra un futuro luminoso, fosforescente, armónico, plagado de buenas nuevas, no se le puede tratar de la misma manera que a un pesimista redomado para el cual las cosas solo pueden ir a peor, en una rodada imparable hacia la oscuridad, la degradación, el oprobio. Al primero es casi imposible rebasarlo en sus expectativas, al segundo basta con decirle "espero que el próximo año no te orine un perro". Lo peor, sin embargo, sería confundirlos, intercambiarlos: desearle al pesimista toda la felicidad del mundo (lo cual nos hará aparecer, a sus ojos, como unos demagogos) y al hiperoptimista, apenas suspirarle por buena salud o estabilidad en el empleo (ante lo cual asomaremos como unos auténticos aguafiestas... aunque sea solo de esperanzas).

De la misma manera, a un amante de la estabilidad es inadecuado desearle cambios, a un apologista de la improvisación está contraindicado proponerle planes y, en contraposición, a un hombre metódico no lo llame a improvisar. A un fanático, por lo menos y por lo pronto, no lo contradiga, y al perpetuo dudoso no le anuncie que debe tomar una decisión. Porque los rasgos de carácter no son como las esferas navideñas que se pueden poner y quitar del árbol, son el árbol mismo. Así que cuidado.

Ahora bien, como ésta es una página de comentarios políticos, los deseos en ese terreno deben ser bien pensados y medidos. De lo contrario uno puede cosechar enemigos al por mayor, dado que en esa cancha las susceptibilidades suelen estar a flor de piel. A sus amigos del PAN, deséeles, resignación y renacimiento; a los el PRD unidad y confianza; a los de Morena, asambleas y registro (aunque sea hasta el 2014), y a los del PRI, continuidad y cambio, dos términos antitéticos que bien sirven para decir todo y nada. Al resto basta con cantarles Staying alive.

En fin, no deje de desearle a los otros lo que quiera y pueda. En algunos casos resultará sencillo y en otros complicado pero un buen deseo no se le debe negar a (casi) nadie. Y eso por dos buenos motivos: desear no empobrece... y además entre los deseos y eso que llamamos realidad existe un océano más grande y profundo que el Pacífico. Ese es el verdadero drama de la vida. Creo que eso diría un budista.

*Reforma 03-01-13

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