martes, 8 de enero de 2013

POLÍTICA PARA TRASCENDER*


JAVIER CORRAL JURADO

Si en el “Poema de los Dones”, Jorge Luis Borges había plasmado en el ocaso de su vida el profundo sentido con el que reconoció sus talentos, en el de “Si pudiera vivir nuevamente mi vida” trazó consejos estupendos a manera de herencia literaria para que sus seguidores comprendiéramos que la vida está hecha de momentos. Para no perdernos el aquí y el ahora.

El gran escritor argentino estaba íntimamente convencido que de este mundo el hombre solo se lleva a la muerte los momentos vividos con arrojo. Por ello recomendó: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida... Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos. Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios. Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría. Pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos momentos”.

Refiero a Borges porque me entusiasma darle este sentido, pleno y robusto, al paso de los años, y reconocer que la vida va decantando en su tránsito el sabor del amargor y la dulzura. Entre la tristeza y la alegría, en el riesgo y la oportunidad, el hombre forja su arrojo; en efecto, su trascendencia, pues es lo único que sobrevive a la muerte.

Se fue el 2012 con su carga de sabores y sensaciones, de duras batallas, triunfos y derrotas. 2013 es el ahora en el calendario de los días, para los retos y las oportunidades; hay que abrazarlo con los mejores y más amplios propósitos. Si la vida es tan corta, pues por lo menos hagámosla ancha.

Si alguna actividad, entre las superiores que realiza el hombre, está necesitada de captar el tiempo que se vive e imprimirle esta idea de trascendencia a sus propósitos, es la política.

Y me refiero particularmente a la política que está llamada a gobernar, a transformar y cambiar para bien la realidad de las personas y las comunidades. La que tiene como meta el bien común y cuya ambición legítima tiene mucho más que ver con la historia, que con el poder mismo.

Cada vez que la política desperdicia un momentum para acometer reformas, ya no digamos cada año que se deja pasar en la inercia de administrar solo los problemas, se trastoca el sentido original y primario de la misión de gobernar.

La palabra gobernar viene del griego y está relacionada con el timón de un barco; es decir, gobernar es llevar a un conjunto a un puerto seguro. Es un viaje cuyos resultados no son previsibles, es acaso, como la vida misma.

Estamos acostumbrados a pensar que gobernar, está relacionado con la moral ya que toda decisión se presenta como un dilema en donde se procura el mal menor, entre dos opciones opuestas. Se presenta así la visión típica de la política, como una lucha permanente o acaso un diálogo entre la moral y el pragmatismo, entre lo ideal y lo posible. De ahí que una de las definiciones que más seguidores tiene sea la del “arte de lo posible a partir de lo real”.

Sin embargo, jugar con esos elementos contrarios, las más de las veces, requiere de imaginación y es aquí en donde el arte se proyecta en la acción de gobierno.

En Septiembre de 1932, Franklin Delano Roosevelt dijo en su discurso de nominación demócrata: “la presidencia no es necesariamente una oficina administrativa, es más un empleo de ingeniero: eficiente o ineficiente. Preeminentemente la presidencia es un ejercicio de liderazgo moral.

Nuestros grandes presidentes fueron líderes del pensamiento cuando difundieron ciertas ideas en la vida de la Nación que tuvieron que  clarificarlas”.

El mejor gobernante no es el que sigue la rutina sino el que imaginativamente descubre ideas adecuadas que transmite a sus contemporáneos a que las desarrollen. Ideas que deben resolver problemas.

Es fundamental modificar la visión sobre lo que significa gobernar, que nuestros gobernantes dejen de preocuparse menos por su imagen personal y mucho más por lograr el consenso social que supone cohesionar voluntades, coordinar emociones, conciliar intereses.

La creatividad que es un elemento casi consustancial del arte en cualesquiera de sus expresiones, ya en las artes visuales o en las escénicas o la literatura misma, es producto de imaginación y creatividad.

El teórico que ocupa una posición pública debe tener la imaginación para formular ideas y programas que hagan realidad su ideal. El técnico que sabe cómo formular una política pública debe ser capaz de convencer a sus congéneres de la virtud de sus propuestas.

Escrutar los signos de los tiempos y ofrecer alternativas acordes con la circunstancia requiere de sensibilidad, al igual que el artista requiere reflejar su tiempo con sus preocupaciones y anhelos.

Ese reflejar el tiempo que se vive en signos no solo es privilegio de artistas, sino de políticos.

*El Universal 08-01-13

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