PEDRO SALAZAR UGARTE
Tiene razón Fernando Escalante: el jurado del premio FIL ha galardonado a un escritor tramposo e indecente. Alfredo Bryce Echenique es un plagiario conocido. La decisión, por ello, es lamentable. Y lo mismo vale para la defensa que ha hecho Jorge Volpi de ese fallo. Dice Volpi que “el Premio FIL decidió no pronunciarse -no avalar ni condenar- las acusaciones de plagio recibidas por Bryce.” Así, sin más, como si esa afirmación no necesitara justificación alguna. Además, no entiendo por qué acusa a los críticos de la decisión de incubar el virus de la intolerancia y del autoritarismo. Según Volpi, descalificar al premio y al jurado implica pasar de la crítica a la calumnia. Otra vez, no entiendo.
Todos los semestres, al iniciar mis cursos en la Facultad de Derecho de la UNAM, narro a mis nuevos alumnos dos anécdotas. La primera versa sobre la incomodidad que me causó escuchar a las autoridades de una prestigiosa universidad americana explicar porqué sometían a controles especiales los trabajos presentados por sus estudiantes mexicanos. La razón era el plagio consuetudinario. En ese entonces era un estudiante y, aunque no era la intención de los expositores (ni siquiera era alumno de esa escuela), resentí el dato como una descalificación a priori de mi propio quehacer intelectual. La segunda sucedió cuando había regresado al país y comenzaba mi carrera académica. Una institución gubernamental me había invitado a formar parte de su comité editorial junto con otros dos colegas pero solo logramos reunirnos en una ocasión. Nuestras actividades se interrumpieron porque uno de ellos fue acusado de plagiar en su tesis doctoral. Un profesor europeo encontró en la red el trabajo de ese joven mexicano que transcribía íntegro un capítulo de su propia investigación. Obvio, sin citarlo. El tema, paradójicamente, era la transparencia.
La intención pedagógica de contar los casos es doble. Por un lado, evidentemente, pretendo provocar que los alumnos sepan que plagiar está mal y que puede acarrearles consecuencias (aquel profesor fue procesado por un tribunal internacional y terminó su carrera académica). Pero también me importa que sopesen el impacto nocivo a nuestra imagen que conlleva la indolencia con la trampa. Se trata de un daño adherido al pasaporte que genera prejuicios y puede pasarnos factura a cualquiera sin deberla ni temerla. Por ejemplo, en Argentina a la acción de engañar a otro la llaman “mexicanear”. Indigna pero así es. El premio FIL a Bryce abona en esa tierra. No importa que el jurado que lo otorgó haya tenido una composición internacional ni que el propio homenajeado sea de nacionalidad peruana. Lo que cuenta es que uno de los galardones más relevantes en el ámbito literario que se otorga en México ha ido a parar a las manos de un plagiario. Y uno de los miembros del jurado, célebre –creo que merecidamente – escritor mexicano, nos pide voltear para otro lado.
Calumniar es cosa seria. En términos llanos significa acusar con falsedad para causar un daño malicioso. En el ámbito del derecho es todavía peor: supone imputar un delito a sabiendas de su falsedad. No entiendo en qué sentido las criticas a la decisión del jurado del premio FIL podrían materializar esa figura. En todo caso, la calumnia proviene de quienes contribuyen a esparcir por el mundo el estereotipo del mexicano tramposo o indolente con la trampa. Así, en cierta medida, se nos calumnia a todos. Eso sí es intolerable. Porque la idea de tolerar implica límites. Si todo se tolera, el concepto pierde sentido. Y el plagio se ubica en el terreno de lo intolerable. De hecho, lo que urge en México es cultivar una cultura de intolerancia con la trampa y la indecencia. Quienes criticamos la decisión del jurado tal vez estamos contagiados por el virus de esa clase de intolerancia pero, en definitiva, no portamos el virus del autoritarismo. Éste último, en todo caso, aqueja a los que no toleran las críticas después de adoptar decisiones impresentables.
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