JORGE ALCOCER VILLANUEVA
Hace años, platicando con varios amigos, hice una pregunta: ¿deben los partidos políticos estar sujetos a idénticas reglas que las establecidas en ley para la democracia electoral?
Con el paso del tiempo, la entonces impertinente pregunta ha cobrado relevancia, no solamente respecto a los partidos, sino también de cara a otras organizaciones que, como es el caso de los sindicatos, tienen como origen la agrupación de personas para la defensa de intereses comunes, o la protección de derechos comunes.
El ejercicio del derecho constitucional al voto activo no tiene más condicionantes que la edad, y otros que las leyes determinan, de entre los cuales el más importante es estar inscrito en el padrón electoral y disponer de la credencial para votar que expide el IFE. En la otra cara de la moneda, están los requisitos para ser candidato a un cargo de elección popular; de ellos los más importantes son la edad y estar en ejercicio de los derechos políticos que la Constitución establece.
Sin embargo, cada partido determina, en sus normas internas, otros requisitos, tanto de afiliación, como de postulación a cargos dirigentes o de elección popular. Pueden ser relativos a la antigüedad de militancia, u otros que, sin ser excesivos, preserven al partido en su cohesión y vida interna. Los partidos son organizaciones de ciudadanos, así dice el artículo 41 de la Constitución; no ofende a la democracia que se doten de reglas internas propias. Por ejemplo, el método de votar y los procedimientos para elegir a sus dirigentes y candidatos los determinan sus estatutos; no hay norma legal que los predetermine.
Hay partidos cuyos dirigentes acumulan décadas en sus cargos, ficción democrática de por medio. El PRD no permite la reelección de su presidente nacional, en tanto que el PAN la autoriza para un periodo adicional. En el PRI, la elección de su presidente y secretario se ha hecho tanto a mano alzada, cuando solamente se postula una fórmula de candidatos, como en consulta abierta (Madrazo vs Paredes y ésta vs Jackson).
Los sindicatos patronales eligen a sus dirigentes mediante el acuerdo de los dueños de las grandes empresas que los integran. Nunca he visto que la COPARMEX realice una asamblea con representantes acreditados de todas las empresas que dice agrupar, que se formen para depositar su voto, libre, secreto y directo, en una urna. El Consejo Coordinador Empresarial releva periódicamente a sus dirigentes por acuerdo previo, ese sí secreto, entre no más de 20 magnates.
En reciprocidad, pregunto, ¿no debería el Congreso imponer a los sindicatos patronales, en la Ley Federal de Trabajo (ver artículos 356 y 357) las mismas obligaciones de transparencia, rendición de cuentas y democracia directa, que el presidente Calderón y su partido postulan para los sindicatos de trabajadores?
El voto ciudadano, en la elección de sus representantes y gobernantes, para ser libre, debe ser secreto. Eso es una condición aceptada por los modernos. Pero no es tan cierto que esa condición pueda y deba ser trasladada, en línea recta, a las organizaciones sociales, sean gremiales o de otra naturaleza.
Cabe preguntar sin el deplorable estado que guardan los sindicatos de trabajadores en México es resultado de la ley, o de factores diferentes que, con o sin reforma legal, seguirán presentes. Los datos sobre el número de trabajadores sindicalizados en nuestro país, citados en estas mismas páginas, dan cuenta de una situación que desborda, con mucho, la polémica en torno a la reforma laboral.
No entiendo a las izquierdas que admiten reformas legales que pueden provocar el deterioro de las condiciones contractuales de millones de trabajadores, mientras se regocijan de haber conquistado en el Senado que en la ley quede establecido el voto secreto para elegir a los dirigentes de los sindicatos.
La conciencia de clase no es producto de las leyes, sino de la organización y participación de los trabajadores. Por eso, con reforma o sin ella, seguiremos viendo más de lo mismo, mientras que el sindicalismo mexicano languidece, a la par que se extinguen, por edad, sus sempiternos líderes.
No será el Estado quien renueve al sindicalismo y a sus dirigentes; esa tarea corresponde a los trabajadores. O al dios Cronos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario