jueves, 18 de octubre de 2012

EL MITO DEL ENORME GASTO EN EDUCACIÓN


CIRO MURAYAMA RENDÓN

La preocupación genuina por el documentado deterioro de la calidad de la educación en el país ha dado pie a una andanada mediática y “bien pensante” contra la educación pública, en donde las generalizaciones fáciles, los juicios tajantes y la falta de precisión en el análisis acaban por configurar la idea de un Frankenstein para el que no parece quedar más remedio que el aniquilamiento.

Los datos de las evaluaciones al desempeño escolar más serias, como la prueba PISA de la OCDE, revelan un panorama desolador. 

Pero esa prueba muestra los resultados, no las causas. Y lo frecuente ha sido —en un país en el que muchas áreas de la vida nacional están mal, pero donde también está muy mal la calidad del debate sobre los problemas— que del desastre educativo se responsabilice sin más a los maestros —en plural y todos en un mismo saco— de la escuela pública, como si la enseñanza privada diera buenos resultados. La sentencia que pone en la picota a la educación pública básica es tan somera que incluso trata de hacer verdad la especie de que erogamos mucho en educación pública y que, incluso, somos el país de la OCDE que más gasta en educación (“¡De panzazo!”).

El más reciente informe de la OCDE sobre la materia (“Education at a glance 2012”, publicado el mes pasado) permite desmontar el mito del gasto excesivo en educación en México. Veamos los datos duros. El gasto medio por alumno en primaria en la OCDE es de 7 mil 719 dólares y en México de 2 mil 185 dólares, el 28 por ciento del promedio. Para no hacer comparaciones abusivas, baste señalar que Argentina canaliza 2 mil 757 dólares al año por cada niño de primaria, una cuarta parte por arriba de nosotros.

Si se agregan los niveles que van de primaria a bachillerato, el gasto promedio anual por estudiante en la OCDE es de 8 mil 617 dólares y en México de 2 mil 339 (27 por ciento de la OCDE, menos de la tercera parte). En Argentina ese gasto es de 3 mil 296 dólares, por lo que supera nuestro gasto por alumno en 40 por ciento.

Visto desde otro ángulo, no es verídico que México gaste en educación un porcentaje del PIB superior al promedio de la OCDE. 

El dato en ambos casos es 6.2 por ciento pero, ojo, nuestro país alcanza ese monto no por el gasto público, sino por el peso de la educación privada. En la OCDE el gasto público promedio en educación como porcentaje del PIB es de 5.4 por ciento (y el privado 0.9 por ciento), pero en México el público cae a 5 por ciento (mientras que el privado sube a 1.2 por ciento del PIB). Dicho de otra forma: mientras en el promedio de la OCDE el gasto público significa 84 por ciento del gasto educativo total (y 16 por ciento el privado), en México los recursos públicos representan 78.8 por ciento (por 21.2 por ciento de los privados).

Si todos los indicadores revelan que México invierte menos por alumno y que la participación del gasto público en educación es inferior a la de la OCDE, ¿de dónde sale que México es el país que más eroga en educación? La respuesta es tan simple como triste: de una mala lectura acerca de una cifra. 

De entre todos los datos que brinda la OCDE, hay uno que se refiere al porcentaje del gasto público que se destina educación. En este indicador el promedio de la OCDE es de 13 por ciento, el país con el mayor porcentaje es Nueva Zelanda (21.2 por ciento) y México dedica de su gasto público 20.3 por ciento a educación. Pero, atentos, este indicador sólo expresa la relación que surge de medir el gasto en educación sobre el gasto público total. Es obvio que si un país tiene un nivel de gasto público reducido —como México— lo que canalice a educación será un porcentaje mayor que lo que dedica Alemania, que canaliza 10.5 por ciento de su gasto público. Claro, eso no obsta para que Alemania tenga un gasto por alumno de 3.6 veces más que nosotros, por lo que es absurdo sostener que canalizamos más recursos a la educación que los germanos.

Así que la próxima vez que se afirme que México es el país de la OCDE que más gasta en educación, sepamos que se trata de alguien que no sabe bien a bien de qué habla, aunque quizá sí para quién trabaja.

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