JORGE ALCOCER
"¿Cómo sabes si el desmayado es perredista?
Muy sencillo, volverá en no".
El chistorete se contaba al inicio de los años noventa del siglo pasado; pocos meses después de que el Partido Mexicano Socialista (PMS) cediera al PRD registro legal, prerrogativas y patrimonio. Impregnados por un radicalismo en el que se combinaban elementos del más puro y duro izquierdismo con las evocaciones y mitos de la revolución mexicana, dirigentes y militantes del PRD vieron pasar los dos primeros años de vida del nuevo partido con la seguridad de que estaban condenados a ganar la elección presidencial de 1994, sin que el desplome de su votación en las locales (1990-1993) y en la federal de 1991 les quitara el sueño.
Hace años que el perredismo dejó atrás la infancia, pero en sus conductas, electorales y legislativas, sigue dominado por el izquierdismo que impregna a gran parte de esa variopinta constelación, que agrupa por igual a ex priistas; egresados de las prepas populares; normales rurales; escuelas y facultades de universidades públicas y privadas; dirigentes de ambulantes, precaristas y taxistas; profesionales de las invasiones urbanas, admiradores de Castro, Chávez y Kim Jong-un; más un largo etcétera. Están entre ellos los legisladores que asaltan las tribunas del Congreso para corear la consigna en que resumen y presumen su identidad con el pensamiento de esa izquierda: "si no hay solución, habrá revolución".
Es un izquierdismo impregnado hasta la médula de la simplificación extrema que su líder y dos veces candidato presidencial introdujo en el discurso de las izquierdas partidistas. La visión dicotómica, maniquea, de una sociedad dividida entre la "mafia que (le) robó la presidencia" y el pueblo, integrado mayoritariamente por el nuevo sujeto revolucionario: "los pobres", buenos por el solo hecho de ser pobres. Del marxismo-leninismo, transitaron, sin tocar baranda, al lopezobradorismo, cuya teoría se resume en otra consigna: "primero los pobres".
Las dificultades del perredismo -ahora huérfano- para volver en sí, se manifiesta en cada decisión, en cada definición sobre lo que harán o dejarán de hacer. El viejo chascarrillo cobra actualidad al leer las declaraciones aparecidas el domingo pasado en dos diarios del DF.
"No debemos perder más tiempo. El PRD va a poner el ejemplo a las demás fuerzas parlamentarias para impulsar soluciones a los problemas del país. Vamos a decir no a las privatizaciones de los bienes de la Nación, no a la privatización de Pemex; no avalaremos el incremento al IVA en medicinas y alimentos" (dip. Silvano Aureoles, coordinador del PRD; Reforma, p. 4; 7/10/12).
Los demonios que han dado sentido, identidad y articulación al perredismo son los mismos desde 1989; cambian de protagonista, pero se reciclan. Ahora vemos que después del shock de la segunda derrota de López Obrador, el perredismo ha vuelto... en no. La agenda perredista en San Lázaro es la del no; está cargada de temas sin soluciones; no hay un sí en el discurso. Frases rimbombantes, enunciados genéricos, asignaturas pendientes desde hace lustros; lo que no hay son ideas, propuestas, esfuerzo intelectual y capacidad política para asumir un papel en el debate, en la construcción de acuerdos, para volver en sí.
Hay otras voces que claman por un cambio de visión y de estrategia. Amalia García, ex gobernadora de Zacatecas, quiere ser optimista y asegura que sin López Obrador el PRD tiene futuro, "todo"; advierte que su partido no puede seguir siendo "el partido del no". Reclama: "lo que tenemos que poner en juego es que sí vamos a impulsar cambios y no quedarnos con una visión contestataria", sostiene que no debe haber tema tabú, que el PRD debe "elaborar con consistencia las propuestas y no negarnos al diálogo absolutamente con nadie". (Excélsior, 7/10/12; p. 6).
Ese optimismo los lleva a reducir importancia al cisma que para el PRD significa la salida de López Obrador y sus huestes, como 25 años atrás lo hicieron Miguel de la Madrid y los dirigentes del PRI ante la salida de Cárdenas y la Corriente Democrática.
El futuro del PRD está por definirse, de lo que no cabe duda es que el pasado de algunos de sus dirigentes lleva al escepticismo, o a la desconfianza. Y el cisma, lo es.
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