JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ
Hace algunos días, el diputado Francisco Arroyo Vieyra presentó una iniciativa para reformar el artículo 1 de la Constitución. A partir de entonces se han escrito diversos textos en torno a ella. Los menos, para cuestionarla técnicamente; la mayoría, para calificar de diversas maneras a su autor. Los diversos procederes que se han dado respecto de la iniciativa son, me parece, sumamente interesantes para dejar en claro el modo como solemos acercarnos a la Constitución. Es decir —y más allá de la propuesta específica—, han puesto de manifiesto en pocos y apretados días, lo que suele hacerse con los temas relacionados con ella.
Por una parte y para comenzar por el principio, está lo relacionado con la propuesta misma. ¿Por qué y para qué modificar el artículo 1 si su texto actual data apenas de junio del 2011? Antes que nada, por el entendimiento que de manera general existe de que la Constitución es algo así como un receptáculo de lo que, en las condiciones concretas que se viven en cada momento, se quiere resaltar por los miembros de la clase política a fin de denotar sus preferencias, logros o programas. La Constitución no es entonces, o no sólo al menos ni destacadamente, la expresión normativa de los compromisos establecidos y asumidos, sino, muy por el contrario, una especie de marquesina en la cual es posible colocar lo que se quiera anunciar como logro o compromiso. La función de la Constitución se entiende más para servir de medio publicitario que como una forma de dejar asentado lo que sería y conscientemente se ha asumido para posteriormente ser realizado y cumplido. Aquí, desde luego, la posición individual del diputado Arroyo no difiere en prácticamente nada de la que mantiene buena parte de nuestra clase política, de modo que sobre esto no habría algo que reprocharle que, finalmente, no pudiera extenderse a tantos otros de sus colegas.
Si, como digo, el reproche no puede fundarse en los supuestos, ¿en dónde sí puede colocarse? ¿Por qué —dicho de otra manera— la propuesta ha suscitado tantas reacciones cuando hay tantas otras que se presentan con, al menos, iguales problemas técnicos y funcionales? Porque esta propuesta “pegó”, por decirlo así, en lo que está constituyendo, si no el único, sí al menos el principal elemento de unificación del discurso público en nuestro país: la protección de los derechos humanos. Esta posibilidad es hoy lo que, se quiera o no, articula buena parte de la condición humana, sea para colocarse frente a las autoridades u otros particulares, para exigir lo que cada cual supone le corresponde, para imaginar un proyecto de vida o para legitimar a quienes ejercen el poder público, por ejemplo. En una forma de presentación que ha dejado de lado toda historicidad, el discurso de los derechos humanos ha logrado una condición hegemónica frente a otras posibilidades sociales, políticas o jurídicas. Por ello, todo aquello que tienda a disminuirlo o siquiera a alterarlo será visto con sospecha y merecerá calificativos que de una forma u otra buscarán expresar la regresividad de lo ya logrado.
Sin duda, la propuesta en comentario incurrió en el error que acabo de mencionar. Para los miembros de la clase profesional que operan con normas jurídicas, la “factura” de la iniciativa es inadecuada. En el primero de los párrafos propuestos se eliminó la referencia a los tratados internacionales y con ello dejó un sinsentido al postular que el objeto de protección serían los derechos humanos de los que México fuera parte, y no los derechos humanos contenidos en los tratados internacionales de los que México fuera parte. Adicionalmente, y aquí es donde su iniciativa está recibiendo la mayor cantidad de críticas, propuso que en el párrafo tercero se hiciera expresa la jerarquía de las normas constitucionales respecto de los propios tratados internacionales, con lo cual dejaría a un lado tanto las posibilidades generales de armonización que permite la redacción actual de la Constitución y, de manera mucho más significativa, las posibilidades interpretativas que la Corte ha estado sosteniendo. Finalmente, lo que a la propuesta se le reclama es la introducción de un criterio fijo de jerarquización frente a la posibilidad abierta de actuación de los tribunales en cuanto a la manera de armonizar o relacionar los derechos humanos de fuente constitucional y convencional.
Un segundo aspecto que ha quedado claro con la iniciativa es la manera como se le han formulado críticas. Hasta ahora, y como suele ser tan común en nuestros medios, son pocos, poquísimos, los que han externado sus comentarios a la propuesta en cuanto a lo que es, una iniciativa de reformas. Este ejercicio, que por lo demás debiera ser el normal en tanto que el objeto del debate es una idea, ha dado lugar a las mismas manifestaciones ad hominem de siempre. Una vez más, lo que terminó por cuestionarse es a la persona y a sus supuestos fines, motivaciones o, de plano, sicología, para dejar de lado a la propuesta, sus objetivos, funciones y alcances. Es verdad que la elección del tema a reformar fue álgida social, política y jurídicamente hablando; sin embargo, y por lo mismo, merece un más inteligente y ponderado debate, inclusive si lo que se quiere es impedir que la misma u otras iniciativas con semejantes propósitos vuelvan a presentarse en el futuro inmediato.
En últimos días, resumo, hemos presenciado las mismas conductas de siempre, esta vez con motivo de la iniciativa de reformas al artículo 1 constitucional. Hemos visto la poca relevancia que se le da a un texto que debiera considerarse supremo, estable y rígido, pero que no lo es; hemos visto que la Constitución sigue teniendo un uso más expositivo que normativo; hemos observado que la crítica a las malas propuestas acaba por denostar a las personas y no enfrentar a las ideas, y hemos visto que los asuntos que debieran tener un debate público ni se debaten ni adquieren una dimensión verdaderamente pública. Lo que la iniciativa de reformas constitucionales ha puesto de relieve son más cosas que lo equivocado de ella, aun cuando, para tranquilidad de todos, todos consideremos que lo único equivocado es ella.
*El Universal 22-01-13
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