RICARDO BECERRA LAGUNA
Resulta todo un espectáculo mirar, cómo el vilipendiado Pacto por México, coloca y descoloca, ubica o pone de cabeza a las inercias políticas e intelectuales con las que hemos vivido, quizás ya, por demasiado tiempo.
Véanlo bien: se suponía que nuestra clase política era un colmo de irresponsabilidad, envuelta siempre en una vocación pendenciera, paralizante, electorera, vulgar, incapaz de producir iniciativas con aliento… cuando, casi de la nada, esa misma clase política recién salida de una batalla nacional, no obstante, se dio el tiempo para elaborar un programa de cambio ambicioso y abarcador -con insuficiencias y defectos, si- pero difícilmente desdeñable.
Autosubversivas, aquellas cúpulas del PRI, del PAN y del PRD entraron en contacto para elaborar con esmero y discreción una lista de más de noventa puntos, sorpresivamente, contra todo pronóstico y en directa oposición a las preconcepciones y prejuicios de ciertos políticos, comentaristas y en general, de eso que llamamos opinión pública.
De repente, México parece estar cruzando por un territorio que Montaigne denominó “el breve pasaje de razonabilidad”, ese momento en el cual, las sociedades “pueden abandonar la dinámica y la inercia de sus intereses cortos y locuras diarias”.
De repente, digo, los denostados políticos aparecen más sofisticados, más agudos, mas afinados en sus palabras y sus dichos. De repente la operación política de gran tamaño –exigida muchas veces desde la academia y la discusión pública- aparece huérfana, parece no estar acompañada ni intelectual ni periodísticamente. El Pacto produce, pero en medio de confusión, incomprensión y también, una cierta, disimulada, animosidad.
Nadie puede creer que los políticos votados en esta democracia, de vez en cuando, se devuelven a su objeto primigenio: decidir por nosotros en calidad de representantes y se den a la tarea de elaborar eso que conocemos como “interés general”.
Por ese prejuicio, disfrazado de sagacidad o de intransigencia a toda prueba, casi nadie ha podido responder ¿por qué? Ni los analistas más conspicuos, ni los abundantes columnistas opíparos, pero tampoco la investigación periodística. Quiero decir: ¿cuales son las motivaciones del gobierno y los tres grandes partidos para alcanzar ese Pacto y para mantenerse en él? ¿cómo fue posible? ¿quiénes fueron sus articuladores y cual es el pegamento político que lo sostiene?
Dicho de manera más simple: ¿por qué estos partidos aparentemente tan poco equipados, en circunstancias tan polarizadas y enfrentadas, decidieron descongestionar la política nacional a través de un Pacto amplio en muchas direcciones?
Propongo esta triple explicación, clavada en la política, con la intención declarada de ponerme en los zapatos de cada uno. Ustedes digan si lo logro.
Peña Nieto: el Presidente gana. Por una parte, se sacude a los actores y los intereses que ya se sentían sentados allí, junto a él, cogobernando y condicionando sus decisiones. Por otra, le ha abierto un amplio espacio para nombramientos clave sin impugnación y con la aceptación explícita de las tres grandes fuerzas. Tiende una avenida de diálogo con todos los poderes constitucionales, incluyendo los locales gobernados por la oposición, y coloca a su gobierno en una senda de resultados concretos, perentorios y mensurables a solo 45 días de iniciado su gobierno.
El PRI gana todo eso y algo más: gana tiempo para lograr su acomodo en el entramado del Estado federal, el mismo que habían abandonado desde hace doce años y que ha mutado en diversos sentidos, desconocidos por ellos.
El PAN, recién expulsado del gobierno no quiere catapultarse a la pura oposición; quiere conservar posiciones estratégicas y confeccionar una agenda que se lo permita. Y quiere además, subrayar una personalidad como partido confiable, serio “que no bloqueará ni interrumpirá los cambios que el mismo promovió desde la Presidencia”, como afirmó recientemente Gustavo Madero.
En el PRD todo es más complejo. Sabe de la urgencia de cambiar luego de haber cruzado decidido y sin matices “el sendero de López Obrador” (oposición frontal, negociación mínima necesaria, desconocimiento público del gobierno, aversión al diálogo y los pactos, etcétera). Sabe también de los resultados prácticos de esa política (en el año 2009, se derrumbó a un lejano tercer lugar, luego de perder millones de votos y pasar del 25% de la votación para diputados a un lejano 12.2 por ciento).
Pero busca algo más: su propio salto histórico como efectiva fuerza política de interlocución y diálogo. Dice su dirigente, Jesús Zambrano: “Los votantes perredistas no nos dieron su confianza para desperdiciarla en una vocería radical pero inútil, nos dieron su voto para hacer sentir su peso en cada decisión del Congreso y en las gubernaturas ganadas”.
Finalmente: el PRD se ata al PAN en un frente común de exigencia al gobierno para que este cumpla los mismos noventa compromisos firmados.
A mi entender este es el complejo pegamento con el que se amasó la apuesta de la alianza de inicio de Gobierno. Pero lo más interesante es que nuestros políticos aprenden y para hacerlo, tuvieron todos que renunciar a posiciones originales, tuvieron que “realizar un amplia ingesta de sapos y de ranas” para dar vida a algo mayor: un germen de coalición gubernamental que, se me antoja, tendría que ser el paso natural inmediato para hacer perdurar los propósitos del documento de las 95 tareas.
Y por si esto no fuera suficiente, al Pacto le queda una misión acaso más importante: cobrar conciencia de sus propios limites, del campo minado que se avecina en el alud de las elecciones locales y del hueso temático más duro de roer y cuyo fracaso puede precipitar al resto de propósitos por: la política económica, la gran zona de divergencia y de discordia histórica en los últimos 30 años.
Por eso urge una intervención intelectual más compleja y más sofisticada.
El Pacto no podrá sobrevivir con la receta liberal incólume, tal y como la hemos padecido y tal y como la ha suministrado el FMI, el BM, la OCDE o nuestro coro de intereses nativos. Pero por otro lado, no podrá sobrevivir tampoco, si se mantiene sin cambios las visiones clásicas del estatismo y del desarrollismo mexicanos. Como en ninguna otra zona, es aquí donde se necesita elaborar el nuevo consenso, una síntesis pragmática como la que supieron articular en su tiempo Matías Romero y Ortiz Mena, para abrir las compuertas de los dos únicos periodos históricos de crecimiento real por más de 30 años que ha vivido México como nación independiente.
Volveremos sobre el tema.
*La Silla Rota 14-01-13
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