MARIA AMPARO CASAR
Me declaro partícipe del cambio de humor público y partidaria de la ola de optimismo que se respira y comienzan a documentar las encuestas de opinión. Creo también que este cambio en las percepciones puede detonar un círculo virtuoso. Está demostrado que actitudes y expectativas positivas generan, al menos hasta cierto punto y durante algún tiempo, conductas que potencian el logro de esas mismas expectativas.
El gobierno de Peña Nieto arrancó con el pie derecho. El discurso de toma de posesión se situó en el terreno de las propuestas, muchas de ellas esperadas. Puede decirse que tomó correctamente el pulso de demandas prolongadamente ignoradas o pospuestas. Al día siguiente se anotó el triunfo del Pacto por México que generó casi en automático la sensación de que terminaba una era de conflictos para comenzar una de acuerdos. Aquí también, el nuevo gobierno leyó bien la realidad. Ni Peña Nieto obtuvo la votación que esperaba, ni el PRI la mayoría anhelada y pretendida. Así las cosas, consideraron que la mejor estrategia para un Presidente que trae bajo el brazo una agenda legislativa ambiciosa era, desde un inicio, buscar acuerdos y aliados. Si al final los consigue con uno u otro partido, es irrelevante.
A estos eventos siguió una buena racha gracias en parte al oficio político del equipo de gobierno y de sus coordinadores parlamentarios y gracias también a la conducta de la oposición en el Congreso. Se aprobó el presupuesto sin dilación, la Ley de la Administración Pública, la reforma educativa, entre otras. Junto con ello se ha anunciado la puesta en marcha de importantes programas como la cruzada contra el hambre.
A 50 días de gobierno no se pueden exigir cuentas sobre las ofertas de campaña del Presidente ni de los compromisos adquiridos por el resto de los partidos que con sus cuotas de poder tienen la obligación de impulsar. Los indicadores de desempeño para juzgar la tarea de gobierno y evaluar el avance del país todavía tardarán.
Todo esto está muy bien y no es tiempo de abandonar el optimismo.
Pero lo que no puede hacerse en aras del optimismo son tres cosas: renunciar a la crítica definida como el examen o juicio que se formula en relación a los actos del gobierno, suspender la vigilancia del ejercicio del poder y disminuir el nivel de exigencia que en buena medida ha llevado a la ampliación de la agenda social y a la materialización de políticas públicas que sin la presión social hubieran sido ignoradas.
Junto con el optimismo percibo una suerte de suspensión -si no generalizada, sí bastante acusada- del juicio crítico; una (auto)restricción a señalar errores, equivocaciones y desaciertos e incluso inocuos gazapos.
Algunos ejemplos. El presupuesto fue celebrado por su pronta aprobación pero ha habido poco análisis sobre el destino de los recursos. Apenas y mereció una nota y pronto se olvidó que los diputados se repartieran 23 mil millones de pesos adicionales, surgidos de los ajustes en la Ley de Ingresos sin presentar los proyectos de gasto correspondiente. Poco se ha investigado y menos criticado el incentivo perverso de condonar una vez más parte de los adeudos fiscales que estados y municipios tienen con el SAT a pesar de la inconstitucionalidad de la medida. Se ha dejado pasar el hecho de la creación de más de 20 nuevas comisiones en la Cámara de Diputados a pesar de ser innecesarias y responder únicamente a la conveniencia de repartir más recursos a las fracciones parlamentarias. Poco análisis ha habido sobre la nueva política de seguridad aunque ésta revela muchas coincidencias con la tan criticada estrategia del gobierno anterior. Es de aplaudir la "descriminalización" de la agenda y el discurso gubernamentales pero habría que preguntarse por qué la información sobre los homicidios y los cárteles que tan importante se consideraba, ya no son normalmente nota de primera plana o teasers de los noticieros estelares.
Pareciera que, por el momento, fuera políticamente incorrecto señalar los errores o desaciertos. Pero la crítica no equivale a una desaprobación generalizada, no es una condena y desafío gratuito a todo acto de gobierno. La critica tiene valor pedagógico; es una virtud que debe cultivarse y de la que los gobiernos deben aprovecharse venga de donde venga: de sus partidarios, de sus adversarios o de las muchas personas y organismos sin filiación político-partidaria.
No puede olvidarse que el optimismo solo se puede sostener a base de resultados y que los mejores resultados suelen provenir de proyectos que se someten al juicio crítico, a la exigencia social y a la vigilancia ciudadana.
*Reforma 22-01-13
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