CIRO MURAYAMA
La estela de denuncias e impugnaciones contra el proceso electoral ha contribuido a empañar lo más importante de la elección: la voz de los ciudadanos expresada en las urnas. ¿Qué dice esa voz o, mejor dicho, qué expresan esos millones de voces? Va un balance preliminar.
Al Partido Acción Nacional (PAN), tras haber logrado la primera alternancia en la presidencia de la república en siete décadas (año 2000) y de gobernar al país por 12 años, los ciudadanos le dieron la espalda y lo colocaron en un contundente tercer lugar. Se trata de una reprobación inequívoca de la manera de gobernar, del rumbo de las políticas, de un desencuentro de los electores con las prioridades del PAN. La ola de violencia que azotó al país sin que el presidente Calderón y su equipo mostraran la sensibilidad necesaria hacia las víctimas y respecto al temor extendido en la población, así como los magros resultados en materia de bienestar —no sólo para los asalariados y trabajadores, sino para el empresariado mismo, son elementos para explicar por qué tres de cada cuatro mexicanos decidieron evitar un nuevo gobierno de Acción Nacional. El PAN perdió además la entidad más importante que gobernaba (Jalisco), yéndose también al tercer lugar como le ocurrió en Morelos. Apenas conservó Guanajuato. De los tres grandes partidos de México, el PAN fue el más castigado en las urnas.
El Partido Revolucionario Institucional obtuvo más votos que sus adversarios, rebasando 38% de los sufragios depositados en la elección presidencial. Pero es un porcentaje apenas 2% mayor al que alcanzó el derrotado Francisco Labastida en 2000 (36.1%) y muy inferior al de Zedillo en 1994 (48.69%). Nunca un candidato priísta ganador a la presidencia había recibido tan bajo porcentaje de votos. Pero lo más importante es que el PRI no consiguió por sí mismo la mayoría en el Congreso. Enrique Peña Nieto solicitó una y otra vez contar con mayoría en las cámaras de diputados y senadores para tener con un "gobierno eficaz". La gente no se lo concedió. Al contrario, se enfrentará a una Cámara Baja donde incluso aliándose con PVEM y Panal no asegura 50% más uno de los votos, y a un Senado donde toda iniciativa tendrá que contar con el aval del PAN o de los partidos de la izquierda. Zedillo, el único presidente priísta que experimentó un gobierno dividido de 1997 a 2000, tuvo el control del Senado; Peña no lo tendrá: será el mandatario tricolor más acotado de la historia.
La coalición de izquierdas que encabeza el Partido de la Revolución Democrática se coloca como segunda fuerza política nacional, desplazando a la derecha al tercer lugar. Gana, además, dos entidades en las que nunca había gobernado: Tabasco y Morelos. En el Distrito Federal, tras 15 años ininterrumpidos de gobiernos, la izquierda obtiene su mejor resultado. Miguel Ángel Mancera recibió más de tres millones de sufragios de los capitalinos (64% del total), y la coalición que lo apoya tendrá una cómoda mayoría en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, además de que conquista una delegación que tradicionalmente había votado por el PAN: Miguel Hidalgo. Ahora bien, en los votos por la izquierda en el DF hay un dato revelador: 493 mil capitalinos que votaron por Mancera no lo hicieron por López Obrador (quien recibió 2.5 millones de votos de la capital, una sexta parte de todos los que obtuvo en el país). En la entidad con mayor presencia de la coalición hay electores que siendo votantes de izquierda no respaldaron a AMLO.
Alternancia, equilibrio de poder, gobiernos divididos, castigo y premio con el sufragio, ¿dónde puede ocurrir eso? Sólo en elecciones libres. Estos fenómenos propios de la democracia no los explican oscuras maquinaciones o la manipulación de electores, sino la política en el sentido extenso. Y nos hablan de una ciudadanía experta en el uso de su voto, más madura e informada de lo que algunos de sus supuestos defensores y portavoces están dispuestos a reconocer.
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