JAVIER CORRAL
El PRI está de regreso en Los Pinos, mientras la pluralidad se confirma como realidad inescapable para el Congreso. Una vuelta al pasado y un otear al futuro, en una apuesta ciudadana que parece contradicción, pero en el fondo es un interesante equilibrio que sobresale por encima de la mala calidad de nuestra democracia. Es el saldo mayor de la jornada del 1 de julio; no me gusta por supuesto ver el retorno priísta, pero me anima que parte importante del electorado ha repartido el poder casi en tercios para las principales fuerzas políticas, con una precaución o desconfianza insospechadas.
¿Cómo pudo darse ese regreso y al mismo tiempo la pluralidad como signo de futuro? Por una combinación de castigos y desconfianzas, bajo un entramado comunicacional dispuesto a la componenda, nutrido con uno de los más descomunales e insultantes derroches en campaña. Ambos casos, aún insuficientemente regulados y por tanto impunes.
El triunfo del PRI fue aprovechando omisiones, errores y debilidades del PAN, y también por el uso del miedo hacia el líder de la izquierda, que no pudo sacudirse en seis meses la desconfianza construida en seis años. PAN y PRD contribuyeron, como no lo hizo el propio PRI, para el retorno de una vieja clase política tan corrupta como corruptora, que sólo tiene a Peña Nieto como rostro nuevo, pero sin prestigio o trayectoria de honestidad.
Entre la decepción que han causado varias acciones del PAN como gobierno -hasta entre sus propios militantes-, y el secuestro de la izquierda por el mesianismo e intolerancia de López Obrador, se explica este desenlace. A nadie le debe tanto Peña como a AMLO, cuando éste chantajeó la más importante y casi perfecta coalición PAN-PRD en el Estado de México en 2011. Ahí se escribió lo vivido.
El PAN debiera empezar por ahí su reflexión profunda, serena, pero dotada de valor y sinceridad para reconocer que en 12 años se fueron arriando banderas importantes de nuestra lucha histórica, en particular contra la corrupción, y se cohonestó con prácticas priístas de las que nos quejamos antes. Nos alejamos de la agenda ciudadana, del combate a los monopolios y no surgió la más mínima revisión a un modelo económico que concentró la riqueza y extendió la desigualdad.
El PAN entró en un profundo deterioro de su vida democrática y se han reproducido mecanismos corporativos, clientelares e incluso fraudulentos de sus procesos de elección. La impunidad se enseñoreó y han quedado sin castigo afrentas del tamaño del Batopilazo, un fraude interno en la mismísima tierra del fundador del PAN, donde votaron hasta los muertos y no hubo un solo amonestado. Señalo ese hecho, no sólo porque los dos principales responsables quedaron impunes y volvieron hacer de las suyas este año en el proceso interno de Chihuahua, sino porque esa impunidad señala que la complicidad fue mayor, y la autoría intelectual vino de los más altos niveles del partido, como se ufana uno de ellos. Los resortes éticos se aflojaron y creció entre los órganos directivos y de consejo una extraña, inexplicable, cultura presidencialista de subordinación, que tuvo su máxima expresión en este sexenio.
Como lo ha dicho Gustavo Madero, el regreso del PRI es una historia comunicacional, o más bien, una componenda mayor en la que participaron los principales consorcios mediáticos. ¿Que el triunfo de Peña se planeó y ejecutó por Televisa? ¿Quién lo duda? Lo que hay que agregar es que si en alguna época Televisa ha recibido privilegios y ha gozado de impunidad ha sido bajo los gobiernos de Fox y Calderón. ¿Cómo puede un régimen político de alternancia crear ciudadanía y cultura democrática, difundir los logros de un gobierno, si se basa en el mismo entramado mediático del régimen autoritario anterior?
Sin descalificar los números, sí subsisten muchos elementos que componen la inequidad del sistema electoral. Con esas reglas se decidió jugar, ahora urge perfeccionarlas hacia una verdadera regulación de medios y control del dinero en las campañas.
El Congreso que viene puede ser un dique para evitar la restauración autoritaria.
Sin embargo, el legislativo carece de controles para impedir ciertos abusos. Mas bien preparémonos para una larga lucha. ¿Porqué confiar que el PRI gobernará democráticamente? ¿Porque lo leyó Peña en un discurso que no escribió él, ni lo supo pronunciar? Abunda el ejemplo contrario. Si nos atenemos a las palabras y referentes que Peña ha colocado sobre el nuevo PRI, les alerto: ha puesto como ejemplo al gobernador de Chihuahua, César Duarte, un faccioso de quinta que controla medios, organismos empresariales, el Congreso del Estado y está metido en universidades públicas. Viola la ley cuando quiere y oculta información. Aún no cumple dos años en el cargo y su gobierno se ve salpicado de escándalos de corrupción. ¿Ese es el PRI que regresa?
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