miércoles, 4 de julio de 2012

LA FIESTA DEMOCRÁTICA


MIGUEL CARBONELL

Parece fácil y no lo es. Parece que siempre lo hemos tenido y no es así. Parece barato, pero nos ha salido carísimo. Este día estamos llamados a culminar un ejercicio elemental de democracia, que consiste en elegir a las personas que tomarán las decisiones públicas más importantes en nombre de todos durante los siguientes años.
La buena noticia es que, dentro de lo que cabe, el proceso electoral se ha desarrollado dentro del marco de rutinas propio de cualquier democracia: hubo competencia interna en los partidos para elegir a sus respectivos candidatos (más acentuada en algunos y más inclinada hacia el dedazo autoritario en otros), las campañas suministraron información y propuestas a los electores, los medios de comunicación cubrieron con libertad los mítines políticos y se analizaron con detalle las palabras de los candidatos. Paralelamente, las autoridades electorales fueron cumpliendo a cabalidad con las etapas que señala la ley para que todos lleguemos a la votación del domingo a partir de un marco de confianza, sabiendo que la tarea principal se ha hecho.
Para un observador externo lo que acabo de decir puede parecer algo obvio y quizá lo sea muchas democracias consolidadas. Sin embargo, para un país como México la constatación de la rutina democrática sigue siendo noticia. Procesos electorales confiables y transparentes no los hubo hasta hace muy poco. Las prácticas de simulación y fraude electoral fueron la regla y no la excepción durante décadas. Las diferencias entre grupos y partidos se arreglaban a balazos y no en los tribunales. Prácticas como las urnas embarazadas, el ratón loco, los muertos que votaban, las casillas zapato y un largo etcétera formaban parte no de la imaginación nacional, sino de las prácticas institucionales del Estado mexicano. No es que todo haya sido perfecto esta vez. Al contrario: nos falta mucho por mejorar en la competencia electoral, en la consistencia de los candidatos, en el diagnóstico de nuestros problemas, en la discusión sobre sus posibles soluciones, en el acceso a los medios de más y mejores voces. Todo eso lo tenemos pendiente, pero no cabe desconocer lo mucho que hemos avanzado, desde la época (tan cercana) del sistema electoral cavernario y pistolero que por décadas rigió los destinos de la nación.
Hoy celebramos una fiesta democrática, en la cual habrá un invitado muy especial: usted. No vaya a faltar. Ninguna fiesta estaría completa sin sus protagonistas, que este día (como corresponde a todo país democrático) serán los ciudadanos.

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