JAVIER CORRAL JURADO
Vigoroso, entero, muy informado, con una lúcida exposición sobre economía internacional, y los desafíos de la región ante la crisis europea y la amenaza de una nueva recesión en los Estados Unidos, el Presidente Felipe Calderón dejó clara una idea entre algunos de los asistentes a las conferencias del Círculo de Montevideo que patrocina Carlos Slim: no quiere irse. No, en el sentido que los ex-presidentes mexicanos se van de la política cuando concluyen su ejercicio constitucional. Mucho menos, en la forma en la que se fue, y la peor en que volvió Vicente Fox, para irse definitivamente. Calderón quiere seguir influyendo.
Es todavía joven Felipe Calderón Hinojosa, y México tiene tantas cosas aún por lograr que, si Julio María Sanguineti, Ricardo Lagos y Felipe González, están volcados en transmitir sus ideas y decididos a seguir interviniendo en el derrotero de sus países, ¿por qué no, Felipe Calderón?. Confieso que esa idea no me disgusta. Ayer mostró su inteligencia, la personal, la visionaria, la que sin duda acrecentó con las oportunidades de información y relaciones que brinda la Presidencia de un país como el nuestro. Ese bagaje, esa experiencia, es necesaria para México, el continente y el mundo.
Lo que no me agrada nada, es el activismo del Presidente Calderón en lo que se ha dado en llamar el proceso de refundación del PAN, su desbordada agenda de encuentros con consejeros nacionales para inducir, hacia la sesión extraordinaria del 11 de agosto, ciertas ideas de cambios estatutarios aprovechando la investidura presidencial y forzar la celebración de una asamblea nacional extraordinaria en noviembre próximo que pueda estar aún en la capacidad de maniobra de sus resortes de poder. Es ceñir la reflexión a su deseo, es supeditar los tiempos del Partido a los del Presidente. Me parece una desmesura y una deslealtad.
Apresurar, además, la celebración de un ejercicio así sería un error descomunal, porque marcaría el necesario renacimiento del Partido con el ocaso de un ejercicio de poder centralmente cuestionado y sancionado el pasado primero de julio. El Presidente Calderón tiene una doble responsabilidad frente a los resultados electorales: la directamente vinculada con el ejercicio del poder, y su persistente injerencia en la vida del partido desde ese ámbito, desde el que tachó y palomeó, cometió excesos que nunca imaginé en él para quienes no coincidíamos con sus posiciones, desplegó actitudes de condicionamiento y presión a la hora de integrar los órganos del partido, impuso dinámicas pragmáticas que son parte del deterioro ético y político que lacera al PAN.
El PAN necesita recuperar, antes que nada, su autonomía e independencia del gobierno del Presidente de la República para poder pensar, reflexionar y concluir lo que a su mejor futuro convenga. No podemos, ni debemos, prescindir de Felipe Calderón. Ayer mostró lo cuajado que está, realmente me sorprendió. Pero él no debe dirigir el proceso de reflexión, reconstitución o reforma del partido, es el menos indicado. El debe ser parte del proceso y estar sujeto al análisis de los órganos del partido, y conforme al diagnóstico, deben tomarse las acciones necesarias y las redefiniciones programáticas que se requieran, no importando si éstas entrañan una crítica a la actuación de su gobierno, o del de Vicente Fox.
En otras ocasiones he señalado la insospechada cultura presidencialista que le surgió al PAN, sobre todo en los años de Calderón, en lugar de desarrollar una cultura y una práctica de partido en el poder. La actitud tan normal y desenfadada con la que algunos liderazgos panistas han tomado el activismo presidencial, me confirma ese fenómeno, al que también adjudico parte del desdibujamiento ideológico y programático de Acción Nacional en las Cámaras del Congreso.
No importa si es renovación, reconstitución o refundación; lo que interesa es cuan sincero es el esfuerzo por relanzar la verdadera identidad del partido, recuperar sus banderas, reivindicar sus principios, definir con claridad qué partido queremos ser de frente a nuestros antiguos electores, precisamente los que nos dieron la espalda, y por supuesto a los que se mantuvieron firmes en lealtad a una esperanza de cambio y consolidación democrática. Lo peor que podemos hacer es llevar este proceso de reflexión a una disputa de facciones que termine por conducir al PAN a la irrelevancia ética, política y electoral, en la que la mayor apuesta sea que el Presidente Calderón se haga del partido y las bancadas legislativas, sin más horizonte que el de administrar los restos del naufragio. Eso sí sería autodestructivo.
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