MARÍA DEL CARMEN ALANÍS
A los mexicanos del siglo pasado la democracia estadounidense les resultaba aspiracional. Desde una realidad tropicalizada de partido hegemónico, el referente de un sistema electoral en que el poder pasa de una fuerza política a otra sin mayor problema, el profundo arraigo de valores democráticos en la población y la aceptación de los resultados por todos los actores relevantes eran motivo de admiración.
No era para menos. En Estados Unidos la ocurrencia de elecciones democráticas ha permitido transmitir el poder una y otra vez por centurias. Ello ha ocurrido en el marco de periodos de auge económico sin precedentes en la historia de la humanidad.
Dos cosas han cambiado desde entonces. Por un lado, a México arribaron la competencia política y la pluralidad. Por el otro, el sistema electoral estadounidense se transformó significativamente, sin perder con ello su cualidad democrática.
Con todo ello, el mirador desde el que actualmente se observan las elecciones estadounidenses ha cambiado. Se tienen ahora dos democracias plenas que, con ese carácter, permiten un juego de contrastes idóneo para constatar que las instituciones más eficaces son las que mejor resuelven los retos que en cada momento histórico tiene una nación. Aquí presento algunos elementos de la elección presidencial estadounidense de 2012 que permitirán al lector ese juego de contrastes.
Uno. No deja de llamar la atención la subsistencia de un Colegio Electoral para elegir en forma indirecta al presidente de Estados Unidos. Serán 332 votos electorales, y no los 62 millones 156 mil 980 votos que recibió el Partido Demócrata, los que elijan formalmente a Obama como titular del Ejecutivo federal.
Dos. La regla de que todos los votos electorales de un estado le corresponden a quien obtuvo la mayoría en esa entidad provoca que los resultados de algunos sean realmente disputados. Es el caso de Ohio (con 18 votos electorales), cuya diferencia entre primero y segundo lugar fue de 103 mil votos populares. Toda vez que en aquel estado hubo más de 200 mil votos provisionales (el voto se recibe a pesar de que el elector no aparezca en el padrón, pero sólo se contabilizará si después se verifica que efectivamente vive en el estado), por días subsistió la idea en el equipo republicano de impugnar la validez de la elección en ese estado.
Tres. Las elecciones en Estados Unidos se han vuelto excesivamente costosas, especialmente a partir de aquella sentencia del año 2010 (Citizens United) que permitió a las empresas erogar, sin límite, recursos para promocionar o criticar candidatos en los medios de comunicación, a efecto de salvaguardar la libertad de expresión. Fueron más de 900 millones de dólares los que gastó cada candidato, mismos que fueron financiados por empresas, organizaciones y ciudadanos, con la única condición de hacer público su donativo.
Cuatro. Cada vez con mayor frecuencia, se aprovechan las jornadas electorales para consultar directamente a la ciudadanía sobre temas que involucran valores sociales en forma profunda. Este año, por ejemplo, se consultó sobre la legalización del consumo de mariguana (en Colorado y Washington obtuvo el voto mayoritario), el matrimonio entre personas del mismo sexo (aprobado en Maine y Maryland), la abolición de la pena de muerte (rechazada en California), etcétera. En total fueron 181 preguntas las que se formularon a los ciudadanos en 39 estados, lo que se convirtió en un incentivo adicional para la participación electoral.
Cinco. Toda vez que la elección la organizan los estados y no la federación, existen en realidad 50 sistemas electorales posibles. Así, hay entidades que usan exclusivamente urnas electrónicas (Delaware, Georgia, Louisiana, Maryland, New Jersey y Carolina del Sur), otras que permiten hacer campaña el mismo día de la elección (Ohio y Pennsylvania) e inclusive algunos (Texas) que prohíben la observación electoral a visitantes internacionales.
Las reglas de cada estado confluyen en un Colegio Electoral que —éste sí con reglas nacionales— elige al próximo presidente.
Si bien hay contrastes evidentes entre un sistema y otro, lo importante es que cada uno se ajusta a las necesidades del país y resuelve los desafíos de su momento. La sobrerregulación mexicana y la liberalización electoral estadounidense son ambas, paradójicamente, recetas que persiguen el mismo objetivo: garantizar la participación política de los ciudadanos.
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