jueves, 8 de noviembre de 2012

'NO'


JOSÉ WOLDENBERG

En la historia hay momentos plásticos. Días en los que se abren varias posibilidades y el porvenir ofrece sus rostros múltiples. El 5 de octubre de 1988 Chile tuvo que optar entre la continuidad de la dictadura encabezada por el general Pinochet o el inicio de la vuelta a la democracia. Un plebiscito convocado por el gobierno de los militares debía decidir -Sí o No- la permanencia del usurpador en la Presidencia.

Ya se sabe o debería saberse, en la historia no existe una lógica, sino varias, en ocasiones contrapuestas. Pinochet y sus secuaces buscaban a través del voto inyectarle a su gobierno algunas dosis de legitimidad. Se sentían fuertes, confiados. En el mundo se celebraban los avances económicos de Chile y se tendía un manto sobre la paz de los sepulcros que acompañaba la vida política. Para las oposiciones, el plebiscito era una oportunidad, un momento para volver a la luz pública, para acumular fuerzas; pero también constituía un riesgo, un laberinto en el que quizá acabarían haciéndole el juego al dictador. Esas lógicas se trenzaron hasta generar dos grandes campos en confrontación: los que apoyaban la continuidad del régimen y los que apostaron por la ruptura impulsando el No en las urnas. A la cabeza de los primeros, Pinochet; mientras los segundos eran una concertación de 17 partidos y grupos pro democráticos.

Ese es el escenario de la película No del realizador chileno Pablo Larraín, basada en una obra de teatro de Antonio Skármeta y cuyo papel principal recae en Gael García Bernal, un publicista exitoso encargado de diseñar la campaña por el No. Luego de 15 años de dictadura, de proscripción de los partidos políticos, de la anulación de las elecciones, del atropello a las libertades y derechos, y de su sangrienta secuela de torturados, desaparecidos, encarcelados, asesinados, se abría una rendija, una posibilidad, una esperanza.

La película recrea las dudas legítimas que gravitaban en las oposiciones. ¿El gobierno impulsaba unas elecciones auténticas? ¿En caso de perder aceptaría el veredicto? ¿No se trataba de una mera simulación? Pero el tema central es la construcción de la campaña por el No. Una campaña que no puede solamente denunciar los hechos traumáticos del pasado, sino que requiere inyectar dosis importantes de optimismo, de futuro, de alegría; que no puede dirigirse a un solo segmento de la población sino a ese amasijo de expectativas y pasiones al que llamamos sociedad; que tiene que comerse la incertidumbre que corroe a sus propios dirigentes para expandir una ola de confianza en la fuerza y la capacidad transformadora de un ritual que es portador de enormes posibilidades: el voto.

La concertación por el No tendría 15 minutos en televisión todos los días a lo largo de casi un mes y no en los mejores horarios. Sería una isla de libertad en medio de una televisión controlada, censurada, alineada al oficialismo. Era un tiempo precioso para las fuerzas políticas -ilegalizadas- capaces de ofrecer otra opción, un Chile en el que las diferentes ideologías y corrientes políticas pudieran coexistir.

René Saavedra (Gael García Bernal) es el protagonista central, el hilo conductor de la trama, el publicista que debe combatir el miedo para inyectar esperanza, hablarle a los viejos indecisos pero también a los jóvenes, que tiene que construir -con otros- un discurso inclusivo, de cambio, de libertad. Y ello en un ambiente cargado de malos presagios: la persecución policiaca, las amenazas veladas y no tanto, el acoso y las pintas amenazantes. Y por qué no: la incomprensión de las tendencias opositoras más duras que lo ven como un iluso o que se niegan a "reblandecer" su discurso con fórmulas publicitarias. El tono de la película es contenido, ilustra las diferentes visiones en torno a las posibilidades del plebiscito, recrea las conversaciones en voz baja típicas en los sistemas dictatoriales y emociona al evocar esos días luminosos.

Lo más espectacular, sin embargo, es la potencia del voto. Esa fórmula aparentemente anodina, antiepopéyica, civil y civilizada, que fue el conducto de expresión de los anhelos de la mayoría de un pueblo, capaz de derrotar a una dictadura y de ofrecer un nuevo curso para Chile. No fue la violencia ni un contragolpe de Estado ni una revuelta lo que abrió el paso a la democracia. Fue el voto, como decía la concertación, "sin odio, sin violencia, sin miedo".

Me hubiera gustado alguna alusión a lo que -creo- fue definitivo en la aceptación de la derrota por parte de los militares. La película hace mención a las presiones internacionales y a las diferencias entre los generales -ciertas ambas-, pero Genaro Arriagada, jefe de la campaña por el No, me dio una estratégica respuesta a esa duda razonable: "teníamos -dijo- todas y cada una de las actas de escrutinio. No nos íbamos a contentar con recibir resultados generales". Extrañé entonces alguna remembranza de esa capacidad de organización y de defensa del voto que los partidos de la concertación lograron poner en pie.

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