JOHN ACKERMAN
Se equivocan quienes tildan a los mexicanos de apáticos, fácilmente manipulables o apolíticos. Tanto las movilizaciones juveniles como la elevada participación en las urnas durante el último proceso electoral son muestras de que el “México bronco” sigue más vivo que nunca. La relativa quietud social actual no significa el arribo súbito a una fantasiosa “normalidad democrática” exento de confrontación política o protestas ciudadanas. Ni el paseo en Metro de Marcelo Ebrard y sus huestes con Felipe Calderón y Carlos Slim, ni la reunión de Enrique Peña Nieto con los gobernadores de “izquierda”, significan ningún cambio en las coordenadas de la política. Se trata de meros espectáculos mediáticos que no engañan.
El retorno de los dinosaurios al trono por medio de una elección turbia e ilegal tendría que ser una coyuntura muy favorable para la articulación de un amplio movimiento social a favor de la renovación de la clase política. La debilidad y el desprestigio del presidente electo, junto con el crecimiento electoral de la izquierda, constituyen una oportunidad de oro para el lanzamiento de una nueva ofensiva ciudadana.
Tristemente, la mayoría de los perredistas, y en particular Marcelo Ebrard y Jesús Zambrano, ven el mundo al revés. Precisamente en el momento de mayor potencial de crecimiento para la izquierda entre la población, estos políticos han decidido trabajar bajo la sombra del priismo y los poderes fácticos de siempre. En lugar de rebasar a Peña Nieto por la izquierda, prefieren “tomarle la palabra” al títere de Carlos Salinas para “exigirle” que cumpla con las huecas y cínicas promesas de su oprobiosa y dispendiosa campaña presidencial.
Esta actitud colaboracionista no tiene absolutamente nada de “moderna”. Al contrario, implica una vergonzosa complicidad con las “reglas del juego” imperantes, donde el dinero y el poder importan más que la legalidad y el estado de derecho. La última elección presidencial será recordada como el momento en el que finalmente se consolidó la traición histórica de los políticos, los poderes fácticos y las instituciones electorales al modelo de estricta regulación en materia electoral construido por las luchas sociales de las últimas décadas. Este modelo buscó defender el espacio público ciudadano de intervenciones externas indebidas durante los procesos electorales, y así quedó plasmado en las normas hoy vigentes.
Pero ahora Ebrard y su equipo saben perfectamente que si de verdad quieren conquistar el poder no tiene ningún sentido respetar la ley o perder el tiempo con “la prole”. Lo que realmente importa son los pactos sellados con vinos franceses de las mejores cosechas en restaurantes de lujo de Polanco, o quizás con un buen whisky escocés en la residencia de algún consejero o magistrado electoral.
La buena noticia es que la decisión de los perredistas de alejarse de los ciudadanos abre una excelente oportunidad para que estos también se divorcien definitivamente de los perredistas. Es hora de construir una verdadera agenda social para la transformación del país que no se quede en un hueco discurso de buenas intenciones, sino que logre imponer los términos del debate nacional a los políticos y coloque a los jóvenes y a los ciudadanos en primer lugar.
Y con el tema de los “ciudadanos” también hay que tener cuidado. Lo importante no es pasar “de la protesta a la propuesta” bajo aquella vieja lógica que tanto gusta a las grandes fundaciones internacionales, sino transformar la acción ciudadana masiva desde una actitud defensiva a otra abiertamente ofensiva y segura de sí misma.
No es la apatía sino el desánimo lo que explica la drástica reducción de la movilización ciudadana en los últimos meses. Antes, los jóvenes se lanzaron a las calles con la seguridad de que su activismo político podía tener un éxito muy concreto y medible. Primero, existía la posibilidad de impedir la llegada de Peña Nieto a Los Pinos. Y después hubo la ilusión de lograr la anulación de la elección presidencial. Cualquiera de los dos desenlaces hubiera enviado una clara señal de hartazgo a toda la clase política y generado una coyuntura favorable para la reconstrucción nacional.
Pero una vez que tanto el IFE como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación dieron el tiro de gracia a la legalidad electoral, el desánimo cundió entre la juventud. Si bien la democratización de los medios de comunicación sigue siendo una estratégica bandera de lucha, muchos jóvenes ya no perciben un objetivo concreto y alcanzable en el corto plazo para motivar su lucha e inspirar sus ideales.
Una posible nueva meta, sin embargo, está frente a sus ojos. La defensa de los derechos laborales y de la riqueza nacional, por ejemplo, no es una causa de generaciones pasadas, sino hoy más que nunca una lucha de supervivencia generacional. En ambos casos la disyuntiva es clara: o más oportunidades para los jóvenes, o más ganancias para los potentados.
La “reforma laboral” de Calderón y Manlio Fabio Beltrones ofrece a los jóvenes empleos precarios y mal pagados, lo que los condenaría a jamás poder independizarse de sus familias y a estar en una constante situación de vulnerabilidad laboral, física y social.
De igual manera, la reforma energética de Peña Nieto y Exxon-Mobil nos conducirá a una de las épocas de mayor corrupción y oprobio en la historia de México. De concretarse tal desmantelamiento estatal, los fraudes durante los sexenios de Miguel Alemán y Carlos Salinas no serán más que pecata minuta, casi un juego de niños. Y mientras los amigos europeos y estadunidenses de Peña Nieto se enriquezcan a costa de nuestro petróleo, la UNAM y demás universidades públicas empezarán a cobrar elevadas cuotas para mantenerse a flote, el ISSTE y el IMSS entrarán en quiebra total y muy pronto tendremos que despedirnos de los programas sociales de gobiernos federales y locales.
Hay que luchar para que las nuevas generaciones tengan más, no menos, oportunidades que sus padres. Pero ello solamente será posible si, primero, entre todos detenemos la voracidad de los potentados por medio de una acción social coordinada y decidida a favor de la justicia y la paz.
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