RICARDO BECERRA LAGUNA
Escribo esto con pesar y con bastante vergüenza: en el corto plazo la suerte de nuestro país dependerá más de la reelección de Obama, más, mucho más que del cambio y ascensión del Presidente Peña Nieto.
No es una especulación malevolente. El propio mandatario electo no ha perdido oportunidad -en ningún momento y en ninguna de sus estaciones de llegada, durante su gira internacional- para afirmar que “mantendrá un rumbo responsable” en la economía. En Brasil incluso dijo que “nadie debe esperar un viraje” en la política económica y que por el contrario, vendrá “más profundidad en las reformas estructurales”, con lo cual incluso solicitó asesoría para la modernización de Pemex.
Todo será pues continuidad, estabilidad hasta las últimas consecuencias y la reiteración de las claves liberales para garantizar –se dice- la confianza y el buen dormir de los mercados.
Si esto va a ser así más nos vale un triunfo indiscutido del Presidente Obama. Más nos vale porque nuestra economía volvió a tropezar –desde hace dos meses- y porque la principal oportunidad de esquivar otra zanja recesiva, radica en atar nuestro vagón a una locomotora americana en marcha.
En los últimos meses algo pasó. Veníamos de crecer un buen 4.1 por ciento entre enero y marzo de este año (con lo cual, México regresó por fin al nivel de producción de riqueza que había alcanzado en diciembre de 2008). Pero el semestre que siguió, descendimos delicadamente al 3.7 por ciento. Si la Secretaría de hacienda calcula que llegaremos al gran total del 3.3 por ciento anual, entonces, el crecimiento del último periodo de 2012 deberá rondar el 1.7 por ciento, más o menos. Un ritmo inferior al crecimiento de la población y el más bajo desde el calamitoso año del 2009.
Ese será el país, la circunstancia y la aturdida cadencia de la economía que recibirá Peña Nieto.
El escenario pinta así: con los brotes inflacionarios debidos al alza de los alimentos, el salario real ha retrocedido 0.4 por ciento este año; las ventas al menudeo están estancadas (0.1 por ciento) lo mismo que el famélico crédito bancario (1 por ciento de crecimiento este año, acaso menos). Y como se sabe, nuestra proverbial responsabilidad hacendaria no permite usar al gasto público como instrumento de incremento de la demanda interna. ¿Resultado del cóctel? Nuestro mercado nativo no propulsará la economía en el primer tramo de Peña, y una vez más, las esperanzas provendrán de afuera… si mañana martes resulta ganador Barak Obama.
Porque si lo hace su adversario Romney la agenda conservadora (esa que metió al mundo en esta crisis interminable) volverá a tomar las riendas de la principal economía del mundo y de nuestro principal motor económico.
Si Romney gana, digo, hay que santiguarse y esperar la venida de iniciativas inmediatas contra el déficit, una contracción al gasto del gobierno norteamericano (austeridad) y un giro cambiario. Todo lo cual constituye un balde de agua helada que acentuará uno de los más inquietantes datos de la temporada: que las exportaciones mexicanas a Estados Unidos, y sobre todo las manufacturas, han detenido su crecimiento (desde septiembre) para deslizarse en un 1 por ciento neto.
¿Lo ven? No vamos a tener cambios en la política económica; el Gobierno de Peña se ha cansado de subrayar su compromiso con la continuidad; nuestro mercado interno se ha detenido, mientras las exportaciones se petrificaron. Lo único que nos queda es Obama: una política económica allá afuera, que apueste a la expansión y al ánimo de la demanda y la actividad económica norteamericana.
No es acto de fe: es lo que está ocurriendo. Las empresas norteamericanas –no el gobierno- llevan 29 meses generando empleos. El último dato: 170 mil en octubre y 5.5 millones acumulados desde mayo de 2010, mientras su PIB crece ahora mismo, a un dos por ciento para nada despreciable, luego de la crisis más honda y devastadora en 80 años.
Pragmáticamente, la Reserva Federal, coordinada con el gobierno de Obama, ha echado a andar la máquina de fabricar billetes verdes a través de los modernos artilugios monetarios (los quantitative easing) y sin remordimientos han inyectado al mercado dos trillones y medio de dólares desde su primera exhibición en el otoño de 2010.
¿Ven lo que quiero decir? No es la ortodoxia económica, ni las políticas de austeridad “responsable”, y tampoco las famosas reformas estructurales: es el crecimiento norteamericano el único factor que podrá jalar al nuestro.
Es decir: el país de los siguientes meses, nuestro futuro inmediato no está en nuestra manos.
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