Esta es la última colaboración semanal que aparece en las hospitalarias páginas de La Crónica de Hoy. Esta columna se publicó, por vez primera, el viernes 28 de agosto de 2002, y versó sobre la transición demográfica. De entonces a la fecha, en estos casi nueve años, han visto la luz prácticamente 450 colaboraciones.
En este largo andar, quiero reconocer, nunca se me sugirió desde la dirección del diario o de los responsables de la sección de opinión, escribir sobre un tema o dejar de hacerlo de otro. Cada frase, cada idea, se me respetó a plenitud. Crónica fue siempre un espacio de libertad para un servidor, y la única y necesaria censura fue la que me auto impuse como articulista, pues como dice el escritor, poeta y periodista Manuel Rivas, autor de El lápiz del carpintero: “no siempre se escribe por compromiso, pero escribir siempre compromete”. Traté, en estos años, de no cometer excesos, de no abusar de esta tribuna pública ni de la generosidad del lector, de explicar y de tratar de entender antes que de sentenciar, pero no soy yo quien deba juzgar el resultado de tal esfuerzo.
Los temas que me obsesionaron en esta columna, y aún lo hacen, básicamente se articularon alrededor de la democracia y la equidad en México. Los desafíos a la consolidación del sistema de partidos; los retos de la autoridad electoral; los procesos de fiscalización a los dineros que fluyen hacia y desde la política, incluyendo las sanciones del IFE en 2003 por los casos de Amigos de Fox y Pemexgate; los procesos electorales de 2003, 2006 y 2009; la reforma electoral de 2007 y 2008; la crítica a diversas actuaciones del conjunto de los partidos políticos y de reconocimiento a ciertos acuerdos clave; el papel del Congreso, han sido objeto de análisis en esta columna. Especial memoria guardo del proceso de desafuero contra López Obrador en 2005, pues siendo mi opinión distinta a la del diario, también se me respetó de forma escrupulosa, de lo cual dejo constancia expresa.
También los avatares de México tras la alternancia política pero de la continuidad en la conducción económica, los magros resultados en materia social, el aumento de la precariedad laboral, el empecinamiento en la ortodoxia económica desde Hacienda y el Congreso, el contraste entre la opulencia y la pobreza en aumento, la revisión crítica de las decisiones de recaudación y gasto, han conformado buena parte de las entregas de estos viernes.
Ha habido oportunidad, también, de defender al laicismo, o de reflexionar sobre los acontecimientos mundiales que marcaron la primera década del siglo: los atentados del 11-S en Estados Unidos o del 11-M en Atocha; la ruptura del consenso de Washington en América Latina y el surgimiento de una variopinta izquierda en la región; la guerra contra el terrorismo de Bush Jr., que lesionó la legalidad internacional o la irrupción de la más profunda crisis económica internacional desde 1929.
Hubo, en estos años, ocasión de ocuparse también de asuntos más frívolos y, a veces, más gratos, como de los campeonatos mundiales de futbol. En especial, durante 2006, se me invitó a sumarme a los colaboradores de la sección dedicada al campeonato del mundo, y después en 2010 esta columna se dedicó durante más de dos meses a la economía del futbol. Y espero que, algún día, esos textos sirvan como pie de cría para un libro sobre el tema.
Llegué a Crónica gracias a la invitación generosa de Salvador García Soto, director del diario en 2002. Trabajé, también, durante el segundo periodo como director de Pablo Hiriart y mis contribuciones han aparecido ahora que Guillermo Ortega dirige los destinos de Crónica. A los tres les debo agradecimiento público. También a quienes han encabezado la sección de opinión, como Francisco Báez, y a quien en los últimos años se encargó de corretear que mis colaboraciones llegaran a tiempo y fuesen letra impresa: Guillermina Gómora. También debo aprecio sin fin a todos aquellos trabajadores de Crónica que no conocí, pero sin cuya labor en las últimas horas de cada día y en las madrugadas jamás un artículo mío habría sido negro sobre blanco: a los editores, correctores, diseñadores, al personal encargado de la impresión, del portal electrónico, a los repartidores del diario.
Por supuesto, el ejercicio de la escritura en un periódico tiene como destinatario al lector o lectora, a aquella persona que a través de la edición impresa o del portal de internet distrae algunos instantes para dedicarlos a leer lo que uno escribió el día anterior, no sabe si con éxito o sin él. Leer es ser generoso con el que escribe, pues así como ningún beisbolista pega de hit cada que se coloca ante el plato de bateo, con seguridad una parte de mis colaboraciones fueron rolitas al cuadro. Siendo consciente de ello, más agradecido estoy con quien visitó esta columna.
Durante todas estas semanas, una a una, los lectores han sido generosos conmigo. No puedo sino darles las gracias por ese acompañamiento precisamente aquí, en las páginas donde nos encontramos a lo largo de estos años.
Adiós y, de nuevo, muchas gracias.
En este largo andar, quiero reconocer, nunca se me sugirió desde la dirección del diario o de los responsables de la sección de opinión, escribir sobre un tema o dejar de hacerlo de otro. Cada frase, cada idea, se me respetó a plenitud. Crónica fue siempre un espacio de libertad para un servidor, y la única y necesaria censura fue la que me auto impuse como articulista, pues como dice el escritor, poeta y periodista Manuel Rivas, autor de El lápiz del carpintero: “no siempre se escribe por compromiso, pero escribir siempre compromete”. Traté, en estos años, de no cometer excesos, de no abusar de esta tribuna pública ni de la generosidad del lector, de explicar y de tratar de entender antes que de sentenciar, pero no soy yo quien deba juzgar el resultado de tal esfuerzo.
Los temas que me obsesionaron en esta columna, y aún lo hacen, básicamente se articularon alrededor de la democracia y la equidad en México. Los desafíos a la consolidación del sistema de partidos; los retos de la autoridad electoral; los procesos de fiscalización a los dineros que fluyen hacia y desde la política, incluyendo las sanciones del IFE en 2003 por los casos de Amigos de Fox y Pemexgate; los procesos electorales de 2003, 2006 y 2009; la reforma electoral de 2007 y 2008; la crítica a diversas actuaciones del conjunto de los partidos políticos y de reconocimiento a ciertos acuerdos clave; el papel del Congreso, han sido objeto de análisis en esta columna. Especial memoria guardo del proceso de desafuero contra López Obrador en 2005, pues siendo mi opinión distinta a la del diario, también se me respetó de forma escrupulosa, de lo cual dejo constancia expresa.
También los avatares de México tras la alternancia política pero de la continuidad en la conducción económica, los magros resultados en materia social, el aumento de la precariedad laboral, el empecinamiento en la ortodoxia económica desde Hacienda y el Congreso, el contraste entre la opulencia y la pobreza en aumento, la revisión crítica de las decisiones de recaudación y gasto, han conformado buena parte de las entregas de estos viernes.
Ha habido oportunidad, también, de defender al laicismo, o de reflexionar sobre los acontecimientos mundiales que marcaron la primera década del siglo: los atentados del 11-S en Estados Unidos o del 11-M en Atocha; la ruptura del consenso de Washington en América Latina y el surgimiento de una variopinta izquierda en la región; la guerra contra el terrorismo de Bush Jr., que lesionó la legalidad internacional o la irrupción de la más profunda crisis económica internacional desde 1929.
Hubo, en estos años, ocasión de ocuparse también de asuntos más frívolos y, a veces, más gratos, como de los campeonatos mundiales de futbol. En especial, durante 2006, se me invitó a sumarme a los colaboradores de la sección dedicada al campeonato del mundo, y después en 2010 esta columna se dedicó durante más de dos meses a la economía del futbol. Y espero que, algún día, esos textos sirvan como pie de cría para un libro sobre el tema.
Llegué a Crónica gracias a la invitación generosa de Salvador García Soto, director del diario en 2002. Trabajé, también, durante el segundo periodo como director de Pablo Hiriart y mis contribuciones han aparecido ahora que Guillermo Ortega dirige los destinos de Crónica. A los tres les debo agradecimiento público. También a quienes han encabezado la sección de opinión, como Francisco Báez, y a quien en los últimos años se encargó de corretear que mis colaboraciones llegaran a tiempo y fuesen letra impresa: Guillermina Gómora. También debo aprecio sin fin a todos aquellos trabajadores de Crónica que no conocí, pero sin cuya labor en las últimas horas de cada día y en las madrugadas jamás un artículo mío habría sido negro sobre blanco: a los editores, correctores, diseñadores, al personal encargado de la impresión, del portal electrónico, a los repartidores del diario.
Por supuesto, el ejercicio de la escritura en un periódico tiene como destinatario al lector o lectora, a aquella persona que a través de la edición impresa o del portal de internet distrae algunos instantes para dedicarlos a leer lo que uno escribió el día anterior, no sabe si con éxito o sin él. Leer es ser generoso con el que escribe, pues así como ningún beisbolista pega de hit cada que se coloca ante el plato de bateo, con seguridad una parte de mis colaboraciones fueron rolitas al cuadro. Siendo consciente de ello, más agradecido estoy con quien visitó esta columna.
Durante todas estas semanas, una a una, los lectores han sido generosos conmigo. No puedo sino darles las gracias por ese acompañamiento precisamente aquí, en las páginas donde nos encontramos a lo largo de estos años.
Adiós y, de nuevo, muchas gracias.
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