lunes, 9 de mayo de 2011

SE REGALAN DIPUTADOS, (UNA RESPUESTA A JAIME SANCHÉZ SUSARREY)

RICARDO BECERRA LAGUNA



Convengamos que la reforma política aprobada por el Senado de la República hace dos semanas, constituye un esfuerzo serio, justo y defendible que avanza en dirección correcta. Por fin, los temas electorales no son el centro de las preocupaciones políticas y asume que la agenda mexicana debe saltar ya, a los temas de la gobernación democrática. La reforma también ofrece medidas de oxigenación del sistema político (iniciativa ciudadana, por ejemplo) e instrumentos para un trabajo legislativo más eficaz y relevante (la iniciativa preferente con la cual el Presidente queda obligado a fijar sus prioridades, y al Congreso a pronunciarse sin dilación sobre ellas). Reelección de legisladores; ratificación de nombramientos en órganos reguladores clave; el Presidente tendrá la posibilidad de “observar” el presupuesto aprobado por los diputados, y un puñado de iniciativas más o menos novedosas y más o menos viables dentro de nuestra tradición y situación políticas. Pero la reforma es, sobre cualquier otra cosa, un zurcido de las propuestas hechas por todos y aceptables ya por casi todos: es una zona de consenso elaborada en un periodo difícil, polarizado y especialmente envenenado. Incluso por eso, es mayor el valor de la reforma que viene del Senado. En esas estábamos, cuando aparece una exigencia de última hora, defendida animosa y extensamente por Jaime Sánchez Susarrey (Reforma, 7 mayo 2011): acepta todo el paquete de reformas, dice, pero a condición de asumir una propuesta con la que casi ningún partido está de acuerdo: la cláusula de gobernabilidad. Como se sabe, la cláusula de gobernabilidad es un astuto mecanismo introducido en 1986 por Manuel Bartlett y su equipo de ingenieros electorales. Gracias a él, un partido que no cuenta con el apoyo mayoritario de la sociedad, obtiene sin embargo la mayoría de la Cámara de Diputados. Así, con una sola frase mágica y constitucional, el partido relativamente más votado se convierte en el partido absolutamente mayoritario. En 1986 el dispositivo funcionaba como un pase automático: si tienes el 31% de los votos; si tienes el 38% ó el 42%, entonces tendrás 251 diputados. Punto. Era una fórmula insensible a cualquier votación real y por eso, en 1989 la cosa se modificó y se dispuso un piso mínimo del 35% de los votos para ser merecedor de los beneficios de la cláusula. Y se agregó una “escala móvil”: de modo que si obtienes el 35%, tendrás el 50.2% de los diputados; con el 40% de los votos el 52.2%, hasta llegar a 60%, momento en el cual las curules empiezan a repartirse de manera estrictamente proporcional. Para 1994 el dispositivo volvió a modificarse, pero de todas maneras la deformación que introducía en la configuración del Parlamento era evidente: con el 50.2% de la votación nacional, el Revolucionario Institucional obtuvo 300 diputados (el 60%). Aquellas fueron, probablemente, las primeras elecciones limpias de México (Octavio Paz dixit) y las más participativas de toda nuestra historia, pero por culpa de la cláusula, la Cámara baja no reflejó esa nueva realidad política. El Congreso por un lado, la vida real por el otro. Y fue precisamente por eso, que la cláusula de gobernabilidad, quedó desterrada del código electoral mexicano: no solo porque regala una representación de modo arbitrario, sino porque su ganancia ocurre a costa del resto de partidos. Por eso, la famosa cláusula, no tiene nada de democrática ni tiene lugar alguno en la discusión de la ciencia política. Y sin embargo Sánchez Susarrey escribió: “No sobra advertir que estos temas constituyen dilemas teóricos de la ciencia política y que, en ningún caso, se puede ser concluyente”. Sería bueno que conociéramos una cita de los teóricos que lee (una sola, por favor) pero la verdad, desde cualquier punto de vista, desde la politología y sobre todo, desde la experiencia propia, la cláusula de gobernabilidad es un invento que no resiste el menor examen técnico, normativo y tampoco histórico. Y por cierto que el sistema uninominal, de mayoría, nada tiene que ver con la cláusula de gobernabilidad como nuestro comentarista pretende mezclar en su argumento. Una cosa es la forma en que se contabilizan los votos de una comunidad y se declara un ganador, y otra muy distinta es la fórmula con la que se reparte el total de curules. La confusión es sorprendente: en el distrito X compiten 3 partidos y gana el que tiene más votos, ese es el sistema uninominal, punto. Muy otra cosa es la cláusula de gobernabilidad, que se construye justamente para ignorar los votos reales porque su objetivo es aumentar artificialmente el número de diputados para favorecer a un partido. Con el primer tema, distritos uninominales, han vivido y se han desarrollado varias democracias notables (Inglaterra o Estados Unidos); con el segundo, ninguna. Vista la amnesia adquirida recientemente por algunos, no está de más recordar que no sólo en México, sino que en toda Latinoamérica, uno de los factores claves que explican la salida de las dictaduras y el autoritarismo es, precisamente, la adopción de fórmulas de representación proporcional. En los últimos 30 años, las 19 democracias más grandes del subcontinente (salvo Chile) la han naturalizado plenamente y los resultados están a la vista: vivimos ya el más largo periodo democrático de la historia independiente en América Latina. ¿Por qué? Porque el proporcionalismo hace más aceptables los resultados electorales y porque tienden a incluir y reflejar mejor la sociedad desigual que representa el Congreso. No obstante, en la coyuntura, lo peor de la cláusula es que nos regresa a una agenda que hace rato debimos haber abandonado: la agenda de los temas típica y aburridamente electorales, posponiendo así el inevitable debate de la gobernabilidad en condiciones pluralistas. Un dato más: el sistema de representación proporcional adoptado por la República Federal Alemana en 1949 produce habitualmente esas legislaturas sin mayoría absoluta que tanto molestan a S.S. Dicho a botepronto, en los últimos 62 años, Alemania ha tenido menos de dos años de gobiernos de un solo partido o de minoría tolerada. El resto del tiempo, ha funcionado con gobiernos de coalición. Esa es la discusión política que vale la pena; es allí donde está el futuro democrático… y si no, es que no lo alcanzaremos, por seguir enredados en la vieja fórmula de regalar diputados.

No hay comentarios: