jueves, 26 de mayo de 2011

EL PRESENTE

JOSÉ WOLDENBERG


Inicio con una frase excesiva: no somos capaces, como sociedad y como sociedad política, de actuar para remodelar nuestro presente, porque estamos cruzados por dos aspiraciones impertinentes: el ansia de reconstruir un pasado que se esfumó, o la apuesta por un porvenir sin las ataduras del pasado. Ambos proyectos, si es que así se les puede llamar, obstruyen, con su bruma, lo que hoy es posible y deseable.
El rasgo más característico del México de hoy -en términos políticos- es que ninguna fuerza puede hacer y deshacer por sí sola. Una pluralidad equilibrada habita los órganos de representación y es la característica más relevante del largo, venturoso y anticlimático proceso democratizador. Esa realidad es del tamaño de una catedral, pero se nubla en aras de fantasías inasibles.
No es difícil detectar en los humores públicos una cierta añoranza por el pasado, que como todos los ensueños tiende a pintar con tonalidades dulces lo que acontecía hace algunas décadas. Existe un resorte nostálgico casi inercial en no pocas franjas de la población. "Todo tiempo pasado fue mejor" expresa no sólo en nuestro país el desencanto con el presente imperfecto (que nunca dejará de serlo). Y siempre se podrán encontrar ejemplos para ilustrar esa melancolía: ante la ola criminal, el orden y la tranquilidad; de cara al crecimiento de la informalidad, el incremento sostenido del trabajo asalariado; frente al empantanamiento de diferentes iniciativas en el Legislativo, la rapidez de su procesamiento mecánico. No se trata de mentiras sino de medias verdades aderezadas por la nostalgia. Si añoramos el pasado, entonces el futuro debe parecerse a los tiempos idos.
Quienes en materia política creen que el pasado es recuperable, que es un modelo para el futuro, que vale la pena repetir sus partituras, evocan el orden (vertical), la Presidencia poderosa (omnipotente), las mayorías legislativas preconstruidas (y alineadas), y ven en el presente caos, debilidad, empantanamiento, morosidad. Proponen entonces la reintroducción de cláusulas de gobernabilidad en el Congreso (o alguna fórmula similar), para que si ningún partido obtiene la mayoría de todas maneras la ley se la otorgue a uno. Se trata de que quien gane no tenga onerosos contrapesos, pueda gobernar sin obstáculos, cuente con los atributos para reconstruir la política de ayer en las condiciones del presente. No pueden pensar el futuro sino como una vuelta al pasado.
Para quienes creen que el futuro puede ser producto de un quiebre radical, de una hora cero de la historia, que reclama una refundación de la República (o algo por el estilo), que sueñan que pueden desprenderse del pasado como si de un fardo se tratara, la salida no se encuentra en dar una vuelta en "u", sino en un salto mágico, sin día ni ruta, a una realidad venturosa despojada de las taras del presente. La propuesta es un inédito marco sin las contrahechuras de nuestra historia ni los déficits del presente. Una fuga hacia adelante, incapaz de hacerse cargo de la novedad del pluralismo equilibrado, y por ello mismo imposibilitada para asimilar las auténticas limitaciones que impone el presente.
Leo en uno de los prólogos que Octavio Paz escribió para la recopilación de su obra: "el futuro no existe. Más exactamente es una invención del presente. La misión de los hombres, a un tiempo condena y salvación, consiste en inventarlo cada día. Algunas generaciones no se atrevieron y repitieron mecánicamente los gestos del pasado, hasta petrificarse; otras, más cercanas, poseídas por los demonios del cambio y del odio a su pasado, convirtieron el futuro en un ídolo monstruoso... Pero la invención del futuro no implica la destrucción del pasado. Ahora sabemos que nunca muere del todo y que es vengativo: a veces resucita en forma de pasiones espantables y obsesiones inicuas" (Por las sendas de la memoria, FCE, México, 2011, p. 28).
Paz reflexionaba "sobre el fin de la tradición de la ruptura y de los mitos gemelos que la alimentaron: el futuro y la revolución", pero me recuerda las tensiones que generan dos grandes constelaciones sociales y políticas que incapaces de hacerse cargo del presente se anclan, una, en el pasado y, la otra, en una nebulosa apuesta hacia el futuro.
En efecto, el futuro sólo puede construirse desde el presente, dice también Perogrullo. Un presente marcado por una pluralidad política equilibrada, con pulsiones y programas no sólo distintos sino enfrentados, por lo cual se requieren operaciones de acercamiento, inclusivas, capaces de construir mayoría (no de decretarla), aptas para hacer política en medio de un escenario donde conviven y se reproducen voces, intereses, propuestas, sensibilidades diversas. Ni exorcistas ni magos reclama el presente, sino coaliciones estables, permanentes, que sólo pueden ser fruto de la negociación y el acuerdo. Porque no será conjurando a la pluralidad o imaginando un futuro político con una sociedad idílica como lograremos aquí y ahora atender nuestros rezagos.

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