Porfirio Díaz, después de la medianoche del 25 de mayo de 1911, delirando por la fiebre, se levanta de la cama de su habitación donde se encontraba su esposa Carmen y sus hijos y entra a su estudio para redactar con mano temblorosa un documento que a la letra dice: "El pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra internacional, que me secundó patrióticamente en todas la obras emprendidas para robustecer la industria y el comercio de la república, rodearle de respeto internacional y darle puesto decoroso ante las naciones amigas; ese pueblo, se ha insurreccionado en bandas armadas milenarias, manifestando que mi presencia en el Supremo Poder Ejecutivo es la causa de la insurrección"...... "Respetando como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución Federal, vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir el cargo de Presidente Constitucional con que me honró el voto nacional". "Y lo hago con tanta y más razón, cuanto que para retener el cargo sería necesario seguir derramando sangre mejicana (sic) abatiendo el crédito de la nación, derrochando su riqueza, cegando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales". "Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado, hará surgir en la conciencia nacional un juicio correcto, que me permita morir llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas".
Este texto, el dictador, lo envió a la Cámara de Diputados, la misma que tantas veces lo había elogiado hasta convertirse en "caballada", ahora, le daba la espalda a quien con arrogancia, sin admitir ningún argumento que justificara su fin político y con una sublime hipocresía se despedía de su pueblo y se marchaba a Europa, donde terminó su existencia en París en 1915.
Recordamos esta página de la historia acontecida hace exactamente un siglo porque la tenebrosa reacción que ocupa el poder, ha intentado tergiversar la historia mexicana, en sus capítulos fundamentales, engañando a la juventud con una nueva historia que tiene muchos tintes "vasconcelistas".
Autor tan respetable como Jesús Silva Herzog (Breve Historia de la Revolución Mexicana, FCE, 1960) -de lectura indispensable para todo mexicano- hace esta cita "El autócrata había engañado a los científicos, a Limantour, a sus amigos, a sus partidarios; había jugado con todo y con todos, y en la hora suprema del descenso, de la caída, no había quien se le quisiese acercar".
La renuncia, basada posiblemente en un texto que le ofreció León de la Barra, no estuvo a la altura de las circunstancias. Al General Díaz le faltó grandeza en el momento de la derrota. Mencionarse como el gran caudillo de la Guerra de Intervención es excluir a Juárez, Zaragoza, Santos Degollado y Escobedo.
El elogio a su obra administrativa evidencia altanería y presunto desconocimiento de las condiciones sociales del pueblo que le exigió la renuncia. La referencia a las "bandas milenarias" muestra la ceguera del dictador ante los levantamientos que en favor de la democracia, la restitución de tierras a los campesinos y la emancipación económica estaban por acontecer.
El dictador creía que las Fiestas del Centenario eran quizá por su cumpleaños y seguramente por el éxito del régimen. Pero esa pomposa celebración no era más que otra y la última insultante provocación del "Príncipe de la Paz" (de los sepulcros).
En el baile de gala, su mujer le dijo "qué populares somos" y en ocho meses salía al destierro para evitar su muerte. En esa última jornada, en la que se mide la grandeza de los hombres, Díaz mostró debilidad de espíritu, grandeza equivocada, falta de veracidad y arrogancia.
Cuatro días antes en Ciudad Juárez se había firmado el convenio de paz entre los científicos y los maderistas y entre las razones de Díaz para renunciar está: "evitar un incidente internacional con Estados Unidos" (pese a que él mostró una posición favorable hacia la Gran Bretaña) y no, las exigencias contenidas en el programa político de San Luis.
Este texto, el dictador, lo envió a la Cámara de Diputados, la misma que tantas veces lo había elogiado hasta convertirse en "caballada", ahora, le daba la espalda a quien con arrogancia, sin admitir ningún argumento que justificara su fin político y con una sublime hipocresía se despedía de su pueblo y se marchaba a Europa, donde terminó su existencia en París en 1915.
Recordamos esta página de la historia acontecida hace exactamente un siglo porque la tenebrosa reacción que ocupa el poder, ha intentado tergiversar la historia mexicana, en sus capítulos fundamentales, engañando a la juventud con una nueva historia que tiene muchos tintes "vasconcelistas".
Autor tan respetable como Jesús Silva Herzog (Breve Historia de la Revolución Mexicana, FCE, 1960) -de lectura indispensable para todo mexicano- hace esta cita "El autócrata había engañado a los científicos, a Limantour, a sus amigos, a sus partidarios; había jugado con todo y con todos, y en la hora suprema del descenso, de la caída, no había quien se le quisiese acercar".
La renuncia, basada posiblemente en un texto que le ofreció León de la Barra, no estuvo a la altura de las circunstancias. Al General Díaz le faltó grandeza en el momento de la derrota. Mencionarse como el gran caudillo de la Guerra de Intervención es excluir a Juárez, Zaragoza, Santos Degollado y Escobedo.
El elogio a su obra administrativa evidencia altanería y presunto desconocimiento de las condiciones sociales del pueblo que le exigió la renuncia. La referencia a las "bandas milenarias" muestra la ceguera del dictador ante los levantamientos que en favor de la democracia, la restitución de tierras a los campesinos y la emancipación económica estaban por acontecer.
El dictador creía que las Fiestas del Centenario eran quizá por su cumpleaños y seguramente por el éxito del régimen. Pero esa pomposa celebración no era más que otra y la última insultante provocación del "Príncipe de la Paz" (de los sepulcros).
En el baile de gala, su mujer le dijo "qué populares somos" y en ocho meses salía al destierro para evitar su muerte. En esa última jornada, en la que se mide la grandeza de los hombres, Díaz mostró debilidad de espíritu, grandeza equivocada, falta de veracidad y arrogancia.
Cuatro días antes en Ciudad Juárez se había firmado el convenio de paz entre los científicos y los maderistas y entre las razones de Díaz para renunciar está: "evitar un incidente internacional con Estados Unidos" (pese a que él mostró una posición favorable hacia la Gran Bretaña) y no, las exigencias contenidas en el programa político de San Luis.
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