JOSÉ WOLDENBERG
De las múltiples facetas de su vida pública -profesor, ensayista, historiador, funcionario público- solo doy testimonio -mínimo- de lo que me consta de primera mano.
Alonso Lujambio fue durante siete años (1996-2003) consejero electoral en el IFE. Hombre educado, de magníficos modales, tenía una formación académica sólida, un conocimiento de la materia electoral vasto, una capacidad analítica poco común -toda situación, iniciativa o proyecto planteaba siempre dilemas-, la que se deriva de la intuición o la certeza de que lo "bueno" puede acarrear consecuencias indeseadas y que lo "malo" puede tener alguna derivación positiva, es decir, esa capacidad para alejarse de la bobería que cree que el mundo puede ser armónico.
Alonso, además, fincó su labor en cuatro cualidades que explotó de manera sistemática (o eso creo): a) por encima de sus preferencias políticas, la convicción de que había una causa superior que nos cobijaba a todos: la construcción de un régimen democrático; b) el compromiso con la legalidad a la que no se debía dar lecturas "a modo" y menos facciosas, en contraposición a esa mala costumbre que hace pensar que una institución del Estado es un litigante más, por lo cual le están permitidas truculencias en su relación con la ley; c) su trabajo cotidiano y en profundidad, dado que si bien sabía delegar, asumía que la responsabilidad es intransferible y por ello nunca se acomodó a navegar con la inercia o la rutina; y d) su capacidad para laborar en equipo. Como integrante de un cuerpo colegiado sabía escuchar y entender la lógica y los argumentos de los demás, y su flexibilidad le permitía tender puentes para construir acuerdos que robustecieran a la institución. No es común que una persona conjugue esos atributos.
Luego de las elecciones del año 2000 al IFE se le presentaron dos retos mayúsculos. Las denuncias que luego se conocerían como "Pemexgate" y "Amigos de Fox". Alonso era el presidente de la Comisión de Fiscalización, una de las tareas más delicadas porque coloca al Instituto frente a los partidos, como su vigilante y eventual sancionador. Lujambio tomó "al toro por los cuernos", se dedicó en cuerpo y alma -apoyado por la Dirección de Prerrogativas y Partidos- a desentrañar esas acusaciones. La Comisión pudo aclarar a satisfacción la triangulación del dinero que había salido de Pemex al sindicato y de ahí al PRI (500 millones), y que no había sido reportado al IFE. La sanción que decidió el Consejo General fue de mil millones de pesos, la más alta jamás aplicada a un partido no solo en nuestro país sino en el mundo. Al resolver ese caso, quedaba pendiente el otro. Y con la maledicencia que preside nuestras relaciones políticas y el comportamiento de no pocos medios, se empezó a especular que el IFE actuaba de manera parcial: sancionaba a uno pero no a otros. Lo cierto es que la denuncia en relación con el financiamiento paralelo a la campaña de Vicente Fox era más difícil de aclarar. La Comisión -el IFE- no podía hacerse de la documentación que tenían los bancos, porque la Comisión Nacional Bancaria y de Valores argumentaba que no los podía entregar puesto que estaba atada al secreto bancario. Fueron días de tensión extrema, de constatar que querer no es poder, y resolvimos que no nos quedaba otra más que cerrar el caso, para que los partidos denunciantes eventualmente volvieran a inconformarse ante el Tribunal y éste también, quizá, habilitara al IFE para llegar al fondo del asunto. Y tal cual sucedió. El Tribunal resolvió que para ese caso el IFE debía ser considerado como un equivalente de la autoridad hacendaria. Luego de lo cual la CNBV empezó a entregar la documentación requerida, pero los involucrados recurrieron al amparo. No me extiendo más. El IFE tuvo que litigar en varios juzgados, pero al final la Comisión presidida por Alonso pudo dilucidar el caso: los fideicomisos habían actuado en paralelo haciendo gastos a lo largo de la campaña, traspasando el tope de erogaciones permitido y no lo habían reportado a la autoridad. Ello ocasionó una multa al PAN y al PVEM por más de 500 millones de pesos. Y Alonso fue la pieza clave para aclarar y sancionar esas conductas.
Alonso fue además un historiador del PAN (La democracia indispensable), del cambio democratizador que vivió el país (El poder compartido), de su propio linaje familiar (Retratos de familia), de los congresos locales (caray, no encuentro el libro). Son textos informados, bien escritos, pedagógicos, siempre sugerentes, y con una clara intencionalidad política. Por ejemplo: deseaba recordarles a sus compañeros la vocación pluralista y laica del PAN de Gómez Morin; documentaba de manera contundente la transformación política de México en las últimas décadas en debate con aquellos que sostenían que nada había cambiado; recreaba y se fascinaba con los recintos legislativos porque estaba convencido de que no existe democracia sin esas moradas donde habita la pluralidad política.
Lo vamos a extrañar. Y no solo sus amigos y compañeros.
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