RODRIGO MORALES MANZANARES
Andrés Manuel López Obrador terminó de trazar su propio destino, como casi siempre: frente a sí mismo y con la mano alzada de la plaza pública como testigo y aval. Se despide formalmente de la vida partidaria convencional, le dice adiós a su partido y a sus aliados. Decisión grave. Prescindió del debate, no fue necesario anteponer algún alegato, cualquier deliberación estuvo ausente en la plaza: el líder sólo anunció su despedida.
Se ha dicho, sin duda con razón, que lo del domingo fue la crónica de un divorcio anunciado: que entre AMLO y la izquierda institucionalizada lo que había era una cohabitación, pero que el amor había terminado hace tiempo. Que eran muy diversas las visiones que se tenían sobre el país, las estrategias, los programas. Que lo que los mantenía unidos era el pragmatismo. Consumada la aduana de los comicios, parece ocasión propicia para consumar la separación.
Sin embargo, varias cosas llaman la atención. Lo primero es que la burla, el fraude, la frustración, sólo se refieren a la boleta presidencial; en el discurso jamás hay referencia (salvo de manera marginal a Tabasco) a ningún otro evento electoral ocurrido el primero de julio. Los otros poderes se configuraron de manera espontánea, ahí no hubo mano negra, y lo que es peor: para el tipo de cruzada a que está llamado AMLO, esos otros poderes no sirven para nada. Presidir algún gobierno local, gobernar un municipio, contar con alguna bancada mayoritaria en un Congreso local o tener alguna fracción parlamentaria capaz de ser contrapeso de otro poder, son asuntos irrelevantes. Lo único que produjo el primero de julio fue la burla en la boleta presidencial. Lo demás no cuenta.
Lo segundo que llama la atención es que no hay ninguna explicación de las razones de fondo del divorcio; como que ambas partes asumen que todos los demás las entendemos y que hacerlas explícitas es no sólo innecesario sino contraproducente. So riesgo de parecer nostálgico: cuando un ex candidato presidencial abandonaba las filas del partido que lo postuló, lo hacía con un algún mensaje que al menos incluía: algún análisis de las particularidades de la coyuntura, por qué la decisión se tomaba ese día y no otro; alguna descripción de la discrepancia que lo había distanciado fatalmente de su partido; alguna valoración de por qué las diferencias eran imposibles de subsanar y, por último, alguna consideración sobre las consecuencias de la decisión que se estaba tomando. Nada de ello ocurrió. Todos debemos imaginar. AMLO dice que están a mano; el PRD dice respetar la decisión. Demasiado civilizado el divorcio, ojalá se animaran a darnos a conocer el convenio al que llegaron.
Finalmente, deseo que la izquierda aproveche en serio la oportunidad para realizar un verdadero ejercicio refundacional. Uno en el que se supere la vieja arenga del fraude y el engaño, que lo único que ha hecho es impedir sistemáticamente cualquier consideración autocrítica. Uno que sea capaz de reconstruir alguna identidad fundada más en diagnósticos y programas, que en enconos. En fin, un ejercicio refundacional que restituya la deliberación como método, y que vacune de una vez y para siempre a dicha fuerza del caudillismo. Ojalá se aproveche el divorcio a mano alzada para hacer avanzar a la izquierda.
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