JOSÉ WOLDENBERG
Alguien preguntará, ¿y éste por qué se mete?
Y a lo mejor tiene razón. La evolución o transformación del Movimiento Regeneración Nacional compete a sus integrantes. Pero por la importancia de ese movimiento lo que a él le suceda pesará sobre el futuro de la izquierda y sobre la vida política toda. Parece una frase ritual, pero es cierta.
La ruptura de Andrés Manuel López Obrador con los tres partidos que lo postularon a la Presidencia a la República -así se haya fraseado en los términos más amables posibles- ruptura es. Y el debate que hoy cruza las asambleas de Morena, sobre si se mantiene como asociación civil (movimiento) o se convierte en partido, está precedido -creo- por algunas preguntas que resultan ineludibles: ¿quiere Morena tener representantes en el espacio institucional? ¿Desea contar con diputados, alcaldes, senadores, gobernadores, etcétera? ¿Para ello quiere dejar de depender de los partidos de izquierda? Y como imagino que las respuestas son sí, entonces la opción es la de conformar un nuevo partido político. Ello le permitiría ir a elecciones, ganar espacios en el mundo de la representación y eventualmente contar con gobiernos emanados de sus filas. Es un a, b, c, elemental pero fundamental.
Alguien podría especular, bueno, puede esperar a que se reglamenten las "candidaturas independientes"; pero eso que está por venir resulta un tanto incierto en materia de los requisitos que se requerirán para postularlos; pero lo más importante, si ya se tiene una organización, con sus líderes nacionales, regionales y sus "bases", ¿qué sentido tiene presentarse uno a uno?, como si no los cobijara una identidad más abarcante.
Los tiempos y los requisitos que fija la ley para la construcción de un partido no deben ser un problema para Morena. La fuerza territorial del movimiento seguramente les permitirá cumplir la condición de contar con el 0.026 por ciento de afiliados en relación al padrón y realizar las asambleas estatales o distritales que establece el Cofipe. Además, el proceso de registro de nuevos partidos se abre el próximo enero, cuando tendría que notificarle al IFE su intención. Y un año después, Morena estaría obligada a entregar al IFE la solicitud de registro acompañada de los documentos básicos, las listas de sus afiliados y las actas de sus asambleas. Así, el 1o. de agosto de 2014 Morena tendría su registro como partido. La ruta es farragosa, lenta pero transitable y les permitiría participar en las elecciones de 2015.
Incluso tendrían una puerta de salida lateral tal y como sucedió en la constitución del PRD. En aquellas fechas el PRD recibió el registro del Partido Mexicano Socialista que a su vez había sido el del PSUM y el del PCM. El PMS decidió disolverse e incorporarse al proyecto de un nuevo partido y ello se tradujo en una ruta más sencilla. Digo, porque siempre cabe la eventualidad de que alguno de los partidos de la izquierda pudiera resolver su incorporación al proyecto de Morena y transferirle su registro.
Por lo pronto, para las elecciones del 2015 quizá existan cuatro partidos autodefinidos como de izquierda. Y el nuevo partido y los tres existentes tendrían que precisar sus lazos de colaboración (o no). Bien podrían ir cada uno a la elección con sus propios candidatos, bien podrían optar por las fórmulas de coalición, o incluso podríamos ser testigos de coaliciones entre dos o tres partidos de la izquierda mexicana. Un escenario, sin duda, que propiciará competencia y/o colaboración entre cuatro referentes distintos. Separados, eventualmente, pueden definir mejor sus respectivos perfiles; pero también, quizá, podrían perder poder de atracción. (Las coaliciones son posibles además porque como cada partido aparece en su propio espacio en la boleta, no se verían obligados a negociar previamente el reparto de los votos, como sucedía hasta antes de la reforma de 2007).
Lo cierto es que luego de todos los esfuerzos unitarios que se iniciaron con la creación del Partido Socialista Unificado de México en el lejano año de 1981, y que dieron pie a diferentes partidos, coaliciones electorales y frentes legislativos, las izquierdas mexicanas llegan a una encrucijada que puede plantearse como una auténtica paradoja: son más fuertes que nunca en la sociedad y en las instituciones del Estado, pero su diversidad reclama definiciones capaces de trascender los grandes enunciados generales que las cobijan. Esto último porque los diagnósticos y propuestas que se abrigan bajo su manto no parecen ser compatibles o, por lo menos, no son compatibles en todo tiempo y lugar.
Creo que la situación las obliga a reconfigurar su política dentro de las dos grandes coordenadas que puso en el centro la modernidad: la libertad y la igualdad. Una combinación siempre tensionada que en nuestro caso supone el combate por la equidad social y el compromiso con nuestra incipiente democracia y la legalidad imperfecta, a la que habrá de modificar en los marcos que fijan la propia Constitución "y las leyes que de ella emanan".
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