jueves, 19 de febrero de 2009

EL NUEVO ANACLETO MORONES

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Traspasar las fronteras de la literatura para incursionar en la realidad es un artilugio técnico que algunos escritores suelen utilizar, más que para dar verosimilitud a sus escritos, para darles un toque surrealista, fantasioso y, en ocasiones, añadir un poco de angustia en el lector. Siempre, esa ruptura en el hilo narrativo es causa de sentimientos de inseguridad, como un chapuzón, como un pez fuera del agua. Ejemplos hay muchos, desde el infantil La historia sin fin, del alemán Michael Ende; hasta el pedagógico El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, el más célebre de todos es Niebla, de don Miguel de Unamuno. Sin embargo, una cosa es ver cómo en un libro escapa un personaje para instalarse en la realidad y otra muy distinta ver que en la realidad se ha instalado un siniestro personaje fugado de la literatura. Eso sí es causa de una verdadera angustia.
Escuchando el desarrollo de las noticias sobre la revelación del verdadero Marcial Maciel, me pregunto, ¿de dónde ha salido este nuevo Anacleto Morones?
El reverendo padre fundador de los Legionarios de Cristo ha resultado ser la reedición viviente del Anacleto Morones de Juan Rulfo. Si aquél, entre los eriales de un Jalisco devastado por la miseria y la sequía, vendía indulgencias, milagros y curaciones, entre las violaciones, abusos y estupros, se hacía fama de santo hasta que su más cercano colaborador, Lucas Lucatero, dio a la luz todo cuanto los demás ya sabían, que Morones no era ningún santo, sino un fraude, un embaucador y un delincuente.
Maciel no existió sólo en el papel y, entre lujos y despilfarros de dinero ajeno, vendía también indulgencias y milagros, no tan primitivos como los del personaje de Rulfo, sino envueltos en el glamur de las altas esferas sociales y económicas de México. Pero él también, entre violaciones, estupros y abusos, se dio fama de santo y ahora, sus discípulos, azuzados por la lucha en pos del poder en la orden y debido a la malquerencia del papa Benedicto con su fundador, sus propios Lucas Lucatero dan a la luz lo que otros muchos ya sabían y lo que otros no por considerarlo posible y no pasamos menos estupor ante la cauda de víctimas que el ilustre fundador dejó tras de sí a lo largo de su vida.
Sin embargo, igual que las “diez mujeres, sentadas en hilera, con sus negros vestidos puercos de tierra”, los legionarios nos vienen con que, incomprensiblemente, su líder vivió una doble vida. Y no, no podemos aceptar semejante argumento, no se trata de una vida oculta, sino de una serie de delitos que van desde los equiparables a la violación hasta el fraude y que, sin duda, debe haberse sustentado en toda una serie de complicidades que aún deben ser investigadas.
Si para la Iglesia en general y la legión en particular se trata de las humanas debilidades de un hombre dedicado a Dios. En realidad estamos en presencia de un delincuente que murió en la más inocente de las impunidades. Si su relación con su mujer se hubiera tratado de una entre adultos, el problema sería suyo, de sus votos y su Iglesia, pero se trató de una niña de 15 años, de una menor que no podía expresar su voluntad. Así, mediante engaños o violencias, estamos en presencia de un abuso que traspasa los límites de su moral individual para equipararse al delito de violación que, si hubiera sido cometido por otro cualquiera, le hubiera merecido unos buenos años de cárcel.
La reflexión de la orden es un asunto que sólo a ellos concierne. A los demás, a los ciudadanos, nos concierne que los delitos se castiguen a todos, cuando hayan delinquido, sean curas, políticos o policías. Que nadie quede impune y, sobre todo, que las hipocresías de algunos no sean argumentos para ocultar y tolerar algunos de los crímenes que más ofenden el sentido de humanidad y de lo que, en realidad, podemos llamar la moral pública y no la triste moralina que han repetido al menos durante dos mil años.

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