jueves, 5 de febrero de 2009

NUEVO DISCURSO PARA UN NUEVO TIEMPO

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Isaiah Berlin, en su célebre ensayo El erizo y la zorra, comienza recordando un dicho que ha sido atribuido a tantos filósofos que ahora basta con atribuirlo a la sabiduría clásica. Dice Berlin: “El zorro sabe muchas cosas y el erizo sólo sabe una, pero es la más importante”. Ante las mil mañas de la realidad, saber sobrevivir y adaptarse parece ser la más sabia de las virtudes. Son ya muchos días de que Barack Hussein Obama tomó posesión de la presidencia de Estados Unidos. El tiempo de las ilusiones ha pasado y la imposición de la realidad se efectuó en un concierto de colores de piel, de acentos y, afortunadamente, de proyectos sin recriminaciones.
Antes de comenzar el discurso de Obama, la referencia que era natural tener en la memoria eran: el de Martin Luther King, pronunciado en el mismo lugar, pero precisamente desde el otro lado de la multitud que, entonces como ahora, llenó ese espacio enorme entre el monumento a Lincoln y el Capitolio; también, el de Malcolm X y a todos quienes nunca imaginaron que un momento así llegaría a suceder. El recuerdo se hizo más potente en la medida que se escuchaban los acordes privilegiados de la voz de Aretha Franklin y, sin embargo, cuando el momento esperado sucedió, un hombre distinto se dirigió a la multitud y, también hay que decirlo, a millones de mujeres y hombres en todo el mundo. La voz no recordaba ni a Malcolm X ni a Luther King, al contrario, un cuidadoso acento harvardiano pulsaba las notas de un discurso sin estridencias y sin excesos retóricos. Un discurso sencillo y contundente, algo que para muchos sería tibio pero que, en realidad, fue la primera muestra de una serie de cambios que pueden considerarse, en varios sentidos, radicales.
Obama no corresponde al estereotipo del luchador por los derechos civiles, sino más a la investidura que ahora representa, acentuando que su condición étnica es sólo circunstancial y no el centro de su política o de su triunfo electoral. El nuevo presidente se ha referido al carácter multiétnico de Estados Unidos como su fuente de riqueza, pero también a sus muchos credos y aun a quienes no profesan ninguno. Apenas una brevísima referencia al cambio en las condiciones de vida de los afroamericanos, fue suficiente para dejar zanjado el tema y ofrecer una mirada de futuro en el que el triunfalismo desapareció para dejar lugar a los retos del tiempo que corresponde a su presidencia.
El cambio más importante está en el sentido del discurso, no como programa de trabajo, sino de inspiración general. El nuevo presidente hizo continuas referencias a los padres fundadores de su nación, convocó a un esfuerzo de voluntad y continencia para recuperar, como se entiende entre líneas, el lugar privilegiado que, en su imaginario e identidad, los estadunidenses asumen como su derecho. Esa convocatoria en la unidad por un gran futuro a través del esfuerzo es, desde luego, la vuelta del péndulo después de los años despilfarradores e irresponsables de George W. Bush. Obama no ofrece un presente de esfuerzos a cambio de un futuro de liderazgo renovado.
Es también, en su visión del mundo y de su lugar en éste, en el que Barack Hussein Obama, a quien no le tembló la voz para pronunciar su nombre que tanto problema le acarreó en la campaña, el de Bush, en nombre de su seguridad nacional, reavivó los peores temores del mundo, pero con Obama parece que se buscará una nueva imagen, si no amistosa, al menos reparada sobre todo con el mundo islámico. Existe un desplazamiento evidente del enemigo, como parte del discurso, en las palabras del presidente de Estados Unidos. Su enemigo más poderoso no estará ya fuera de sus fronteras, al contrario, será su propia desidia e injusticia interna, sus excesos ideológicos y sus disfunciones sociales.
Es cierto que muchas de las ilusiones, sobre todo de los latinoamericanos, creadas en torno a la presidencia de Obama, serán nulas. No será el presidente que todos los hispanoamericanos soñamos, a fin de cuentas gobernará para su país y no para los nuestros. Pero, aun así, su discurso nos puede ofrecer aristas en las cuales pensar que los próximos años tendrán más que ver con la recuperación económica de su país y del resto del mundo, y menos con el estado de seguridad como fuente de horror guerrero. La designación de Hillary Clinton como secretaria de Estado refrenda esta percepción.
Así comienza un capítulo histórico para Estados Unidos y el resto del mundo. El momento en que la hegemonía blanca, anglosajona y protestante se vio superada por el esfuerzo de las minorías en acceder a la toma de las decisiones superiores en su país, el momento en que muchas puertas se abrieron, para las mujeres, los hispanos y los asiáticos. El tiempo de la reconstrucción de los equilibrios, violentados durante ocho difíciles años y cuyas consecuencias ahora pagamos todos los habitantes del mundo con un rédito desmesurado.

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