La llegada de México al Consejo de Seguridad coincidió con momentos de gran turbulencia en el ambiente internacional. El bombardeo durante 22 días de la franja de Gaza por parte de las fuerzas israelíes llevó a uno de sus puntos más extremos el conflicto entre Israel y Palestina, una espina en el corazón de las Naciones Unidas desde que se decidió la creación del Estado de Israel, hace más de 60 años. Tomar un asiento en el Consejo de Seguridad cuando tiene lugar uno de los episodios más violentos de la lucha en el Medio Oriente no concede mucho margen de maniobra a la representación mexicana, que enfrenta, al menos, dos problemas. Primero, al igual que otros miembros del Consejo, es un actor secundario en el tratamiento de ese tema. Los actores principales son otros: el gobierno de Estados Unidos que, bajo la batuta de Bush, seguramente desempeñó un papel en la decisión de cuándo y cómo lanzar la ofensiva contra Gaza; los países árabes que más resienten las consecuencias de los enfrentamientos, en particular Egipto; los miembros de la Unión Europea, cuyo mayor protagonismo recayó en esta ocasión en el presidente de Francia. Fueron ellos quienes tuvieron la última palabra en la elaboración de la resolución que finalmente se adoptó el 8 de enero ordenando, entre otras cosas, el cese al fuego. Lo anterior no significa que México se mantenga al margen o que su participación sea indiferente. La intervención del representante permanente en el debate público fue muy pertinente al insistir en el respeto al derecho humanitario y solicitar (sin haberlo logrado) la inclusión de un mecanismo de monitoreo para asegurar el cese al fuego permanente entre las fuerzas de Israel y Hamas. El segundo problema de llegar al Consejo en momentos de turbulencia es el malestar producido cuando hay incumplimiento de sus resoluciones. No fue sino hasta el 20 de enero, 12 días después de que el Consejo pidió el cese al fuego y luego de intensificar los bombardeos, que las tropas israelíes abandonaron Gaza. En esas fechas, los reflectores de los medios de comunicación internacionales se enfocaban hacia la toma de posesión de Barack Obama. Fueron, pues, los tiempos políticos considerados más convenientes por Israel, y no la resolución del Consejo, lo que se tomó en cuenta. Esa situación coloca sobre la mesa el tema de la irrelevancia del Consejo de Seguridad, uno de los argumentos más utilizados por quienes disfrutan restando legitimidad a las Naciones Unidas. No coincido con esos argumentos. La importancia del Consejo no reside exclusivamente en lograr que se cumpla un cese al fuego, sino en conseguir un consenso sobre los principios que se están violando y las responsabilidades en que se está incurriendo. No puede ignorarse, por ejemplo, la viva condena a las violaciones del derecho humanitario, expresada en múltiples sesiones del Consejo. Sin embargo, tampoco se puede ignorar la vieja disputa entre el “deber ser” y el realismo en las relaciones internacionales. Para quienes sólo creen en lo segundo, lo importante es el resultado de las elecciones generales de Israel el 10 de febrero, el grado de presión que decida ejercer el representante especial para el Medio Oriente recién nombrado por Barack Obama, y la viabilidad misma de destrabar un conflicto que, en opinión de muchos, no tiene solución. En esa perspectiva, las consideraciones sobre violación de principios son secundarias. Más allá del conflicto de Gaza, el Consejo de Seguridad se ha ocupado de otros asuntos. Tomó varias decisiones sobre la prolongación o ampliación de las Operaciones de Mantenimiento de la Paz, un tema siempre delicado para México por ser uno de los pocos países de América Latina que no participa en aquéllas. Así mismo, se determinó quiénes ejercerán las presidencias de los órganos subsidiarios del Consejo. México presidirá dos Comités de Sanciones –los dedicados a Somalia y Costa de Marfil–, así como el Grupo de Trabajo sobre Niños en Conflictos Armados, y ocupará un lugar, como miembro del Consejo de Seguridad, en la Comisión para la Consolidación de la Paz. No es fácil averiguar cómo y por qué determinados países presiden uno u otro órgano subsidiario. A primera vista, dada la poca experiencia de México en cuestiones de África, es poco afortunado presidir dos comités relativos a problemas en esa región. En todo caso, el más interesante parece el de Somalia, donde habrá que dilucidar cómo podrían enfocarse mejor las sanciones a ese país para hacer posible la entrega de asistencia humanitaria o detener las acciones de piratería que realizan sus nacionales, poniendo en perpetuo estado se zozobra a los numerosos barcos que transitan frente a sus costas. El tema de niños en conflictos armados es crecientemente grave, a medida que los informes del Grupo de Trabajo revelan que miles de ellos integran las filas de ejércitos irregulares, principalmente en África. Es sin duda un problema que afecta la paz y la seguridad internacionales, aunque es dudosa la contribución que se pueda hacer a su solución desde el ámbito del Consejo de Seguridad. Se ha iniciado, así, el paso de México por el Consejo de Seguridad para el período 2009-2010. Es necesario que transcurra algún tiempo para saber si su diplomacia dejará huella. Se requerirá ver el destino de las iniciativas que presenta en el pleno y en los órganos subsidiarios, conocer las alianzas que se construyen y el impacto que logran sus posiciones. Un momento clave será el mes de abril, cuando a México le toca presidir el Consejo y, como tal, fijar la discusión de asuntos temáticos. Los trabajos que acaban de transcurrir son sólo el comienzo.
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