viernes, 13 de febrero de 2009

LA CRISIS VIAJA EN AUTOMÓVIL

CIRO MURAYAMA

Los datos publicados esta semana sobre la caída de las ventas y de la producción de la industria automotriz mexicana son una muy mala noticia. Tan mala como la que recibiría una selección de futbol que, en pleno campeonato del mundo, ve que su jugador estrella se fractura tibia y peroné.De acuerdo a los datos ofrecidos por la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA), en enero de este año las ventas cayeron 28.1 por ciento frente al mismo mes de 2008; las exportaciones se redujeron en casi seis de cada diez dólares del año previo (56.9 por ciento) y la producción de coches en territorio nacional se contrajo a la mitad.Esta drástica contracción en la industria automotriz es peculiarmente dañina para el conjunto de la economía por varias razones. El sector es uno de los más modernos de nuestra planta productiva, en él se registran los mayores avances en productividad del trabajo —lo que es señal de espacios productivos con incorporación e innovación tecnología—, ha tenido capacidad de atracción de inversión extranjera directa y productiva (esto es, que no sólo vino capital a comprar negocios ya existentes, como ocurrió con la banca, sino a generar nuevas plantas), y es protagonista destacado del auge exportador que registró el país la década pasada. Visto así, el sector automotriz ha sido el ejemplo más exitoso de la apertura económica mexicana y el vuelco a la producción externa; en él se concentraban los avances que, en teoría, iban a beneficiar al conjunto del tejido productivo del país con la incorporación al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá: llegada de flujos de inversión, aumentos en productividad —y por tanto en competitividad—, mejoría salarial para los trabajadores, inserción en los mercados internacionales y capacidad de arrastre para otros sectores económicos —aunque en esto último los avances siempre fueron moderados, porque buena parte de los componentes de la industria automotriz son importados, de tal manera que la buena marcha de ese sector no se tradujo en mejores oportunidades de negocio para otras ramas productivas, como sí hubiera ocurrido de existir una política de fomento que acompañara a la política de liberalización comercial, tal como supieron hacer los países asiáticos—. Ahora, la joya de la corona de la apertura tiene grietas, y no podía ser de otra forma, en plena recesión estadunidense, al tratarse de una industria volcada a las ventas externas.La rama de la fabricación de equipo de transporte, esto es, la industria automotriz, representa por sí misma 20 por ciento, una quinta parte del valor total de la producción manufacturera del país, y 11 por ciento –al cierre de 2008- de toda la producción industrial de México, la que a su vez significa 30 por ciento del Producto Interno Bruto.Además, las actividades de la industria automotriz emplean alrededor de 10 por ciento de la población ocupada en todo el sector manufacturero nacional; se trata, con alta frecuencia, de empleo de calidad en términos comparativos con los puestos de trabajo que se encuentran en el país, lo que alerta sobre las consecuencias que la actual crisis puede tener en términos de deterioro de los ingresos de los trabajadores calificados y productivos, y no sólo para aquellos que se han visto forzados a emplearse en ocupaciones de baja remuneración y productividad. Así, la precarización del empleo da muestras de acentuarse, con los efectos que eso supone en términos de ampliación de la pobreza y ensanchamiento de las desigualdades.Mientras otros países protegen a sus industrias y productores locales, en México la divisa es mantener la apertura a toda costa y, si se puede, incrementarla, pues en cada anuncio económico del Ejecutivo para paliar la adversidad —desde las medidas para enfrentar la espiral alcista en los precios de los alimentos hace un año al “acuerdo” (con ningún actor acordado, por cierto) que se dio a conocer el mes pasado— se incluyen desgravaciones arancelarias. La idea es favorecer que los consumidores estén en condiciones de encontrar precios más baratos, pero el gobierno se olvida de los productores nacionales —que eventualmente se verán compitiendo contra precios de remate de productores externos queriéndose deshacer de los volúmenes sobrantes de sus existencias— que, finalmente, son los que generan los pocos empleos formales con que cuenta la economía y los ingresos de las familias.
En el caso automotriz, la AMIA se ha quejado de la liberalización a la importación de coches usados de los Estados Unidos, lo cual tiene afectaciones sobre el volumen de ventas internas y genera otros problemas, como la posposición de la renovación del parque vehicular con sus efectos nocivos sobre el medio ambiente. Una ola de proteccionismo puede ser dañina para la economía mundial, pero mantenerse como el último de los mohicanos en la fe del libre comercio mientras todo mundo protege a sus plantas productivas es una necedad con implicaciones severas sobre nuestra capacidad para mejorar la economía, que implica, quiérase o no, fortalecer al mercado interno: producción doméstica y consumo —que depende de que haya empleo y salarios—.La crisis de la industria automotriz mexicana confirma que no hay sectores a salvo del tsunami global de destrucción productiva y de empleo. A esta crítica situación se agrega el problema no de que haya “catastrofistas”, sino que desde el gobierno se deje la nave a la deriva.

No hay comentarios: