jueves, 12 de febrero de 2009

LOS 75 AÑOS DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

En su casi diminuta pero demoledora obra Escribir después de Auschwitz, Günter Grass dice a sus hijos que un escritor es alguien que escribe contra el tiempo que pasa; cada letra, en ese sentido, es una apuesta contra el efecto destructor del tiempo. Así, las editoriales pueden ser entendidas como depósitos de inteligencia, arcas de Noé, grandes y pequeñas, en las que almacenamos la reflexión de nuestros pueblos, con la esperanza de que su fortaleza sea suficiente para resistir los embates de la historia. Con ocasión de los 75 años del Fondo de Cultura Económica, que van a cumplirse en septiembre próximo, tenemos bases firmes para afirmar que nuestro país puede transitar este tiempo difícil con un patrimonio intelectual de gran firmeza.
El Fondo, como afectuosamente lo conocemos sus clientes y lectores, ha sido una casa abierta al pensamiento y una opción privilegiada para nutrir la lectura de los mexicanos. Si nació para satisfacer la demanda de traducciones de los textos económicos de la que entonces era la vanguardia, hoy es la familiar casa editorial donde los lectores mexicanos acudimos para leernos a nosotros mismos a través de nuestros escritores y para asomarnos por las mil y una ventanas que tiene abiertas al mundo.
Hay dos experiencias que bien pueden ilustrarnos sobre lo que el Fondo representa para la cultura nacional: una real y otra imaginaria. La primera consiste en dar una rápida lectura a su Catálogo General. Revisar ese volumen en el que constan más de siete mil títulos y de los cuales cinco mil todavía están vigentes, mientras que el resto es parte del catálogo histórico, es dar una vuelta por el pensamiento universal y, sobre todo, por la evolución del pensamiento y la literatura mexicanos de las últimas décadas. Diríamos, casi, que se trata de una radiografía del ejercicio intelectual del país en las décadas de la posrevolución y el tiempo contemporáneo de la mexicanidad. Todo está ahí, desde el primer libro de Carlos Fuentes —Los días enmascarados, publicado en la colección Tezontle a instancias de don Alfonso Reyes—, hasta las más recientes traducciones de Amos Oz. Las revistas fundacionales del diálogo humanístico en México de los últimos tiempos: El trimestre económico y Dianoia; las colecciones que todo lector mexicano conoce y por las que siente el afecto que sentimos por los viejos amigos: Tezontle, Letras Mexicanas, Archivos, los célebres y ya clásicos Breviarios o Política y Derecho. Ahí, también, están las nuevas colecciones, algunas de las cuales renovaron los formatos editoriales o innovaron en el ámbito editorial de México, como A la Orilla del Viento, su colección infantil, célebre en tantos países.
La otra es una experiencia ideal: detenerse a pensar por un minuto que fuera posible reunir en un solo momento y lugar a todos los autores del Fondo acompañados por sus obras; digamos sólo los mexicanos, pues de ampliar más ese universo tendríamos un auténtico concilio, ese sí, ecuménico. Pero dejémoslo en Alfonso Reyes con su obra completa, igual que Octavio Paz; a Carlos Fuentes, siempre joven con sus libros editados en Tezontle; a Villaurrutia y a Arreola, a los Azuela, a Sabines y también a Juan Rulfo con la primera edición de su Llano en llamas. Estaría ahí reunido lo que tanto buscaron los ateneístas y las generaciones que les siguieron, se trataría de una enorme representación del alma nacional.
Eso es lo que el FCE representa para los mexicanos. Sin embargo, hay algo que no cabe en los libros de historia cultural de nuestro país; algo que excede a las memorias y a los catálogos; a las ventas nocturnas del Fondo y a sus rincones para niños. Se trata de la personalísima experiencia que tenemos los lectores mexicanos con esa que consideramos una casa nuestra. Hay unas cuantas instituciones mexicanas que disfrutan del afecto de los ciudadanos, de su respeto y de sus más gratas memorias, instituciones como El Colmex o la UNAM. El Fondo es una de ellas. Nos contamos por millares los que recordamos con afecto y gratitud la lectura de un viejo volumen —barato y bien hecho— de la colección Letras Mexicanas, que tiene un lugar privilegiado entre nuestros libros; somos millares los que recordamos con cariño alguna tarde entre las estanterías bien surtidas y bien dispuestas de sus ya muchas librerías. Somos millares, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, los que debemos al Fondo la íntima satisfacción de una lectura útil en nuestros estudios y, sobre todo, valiosa en nuestra formación.
Felicidades al Fondo de Cultura Económica, nuestra Arca de Noé editorial, lanzada al diluvio de la historia.

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