viernes, 18 de marzo de 2011

ATASCADERO

RAÚL TREJO DELARBRE

Nadie avanza. Nada cambia. Todos pierden. Si hubiera que hacer un diagnóstico rápido de la situación mexicana se podría optar por la sentencia pesimista. El panorama nacional se asemeja a un pantano, muy distante del ideal que constituía el ágora ciudadana. Para entender a sus protagonistas es más útil el anecdotario de los viejos políticos que el instrumental de la moderna ciencia política. Definiciones como aquella sensacional cuan patética confesión cínica que identificaba la moral con el árbol que da moras, parecen calcadas de la realidad contemporánea. A estas alturas de una transición que lleva dos décadas según el diagnóstico formal, o una sola si hemos de atender a la evaluación simbólica, estamos delante de una clase política que quizá no marcha para atrás pero apenas acierta a moverse como los cangrejos –es decir, de lado–. O en círculos. El nuevo PRI es caricatura del que le antecedió. La sagacidad autoritaria de los antiguos líderes ha sido reemplazada por la desfachatez burlona del nuevo presidente nacional de ese partido. De bailarín a líder, comediante en cada encargo que cumple, Humberto Moreira le debe el cargo al gobernador que pareciera tener en un puño los hilos de los intereses priistas y que considera asegurada la candidatura presidencial. Enrique Peña Nieto no disimula, porque no tiene guión que se lo apunte, que es hechura de la televisora en la que ha invertido carretadas de dinero obtenido de los contribuyentes. Inhábil en la discusión, rehúye encuentros o entrevistas en donde tenga que decir algo más que parlamentos disciplinadamente ensayados. Hombre de ideas cortas, también lo es de frases acartonadas. Pero domina hoy en un partido al que únicamente cohesionan la avidez y la ilusión, ambas de la mano, y con el horizonte puesto en Los Pinos. Del plato a la boca hay un trecho insalvable, de la misma forma que de aquí a las elecciones de 2012. El próximo paso es la designación del sucesor de Peña Nieto o (si hemos de ser justos con los que consideran que puede haber una competencia equitativa) la designación del candidato priista a la gubernatura mexiquense. Pero nada novedoso y sí, en cambio, la repetición del manido ritual autoritario, se apreciará en esa decisión. No hay proceso de selección, ni reglas para los aspirantes. Mucho menos confrontación de proyectos delante de la sociedad o de los militantes. La decisión acerca del candidato priista en el Estado de México se encuentra en manos de un solo individuo, igual que en los –por lo visto– no tan viejos tiempos. Dedazo, se le decía antes. Copetazo dirán con resignado humor los cronistas de ese unilateral proceso. Las costumbres del “nuevo” PRI solamente en apariencia merecerían ser reseñadas por Luis Spota, aquel retratista de las costumbres de un poder que se consumía en el presidencialismo totémico aunque con vigencia exacta de un sexenio. Los protagonistas de hoy parecen más bien personajes del indispensable Jorge Ibargüengoitia. Esa apreciación vale para todos los partidos. Más que un dirigente nacional, en el PRD parece que están buscando al osado que esté dispuesto a cerrar la puerta y apagar las luces cuando haya ocurrido la difuminación completa de ese partido. Otrora promisorio pero más tarde temerario, ese partido ha cambiado la vocación social por un pragmatismo sin proyectos. Cuando la señora Padierna tiene un caudal de votos relevante en la disputa por la presidencia perredista es porque ya no hay partido, o a nadie le importa, o las rencillas son tales que desplazan a la dignidad, la memoria y a la propia historia de muchos de sus militantes. El que apague las luces que recoja las últimas ligas. El PAN podría haber sido un partido sólido, con proyecto y capaz de respaldar sin sumisiones al gobierno. Ahora se encuentra dislocado y desaliñado, sin liderazgo pero con una sola obsesión. La fijación con el 2012 se ha convertido en anteojera para los panistas, comenzando por el presidente de la República. No miran, no piensan, no atienden a otra cosa. Esa obstinación los paraliza en vez de movilizarlos. Por eso desperdician la posibilidad de discutir e impulsar una reforma fiscal, entrampados como están en otras cosas. La propuesta del senador Beltrones tiene muchas imperfecciones, comenzando por su reticencia a gravar ganancias y capitales que sería la única opción para que la reforma fiscal no se ensañe con los que más trabajan y menos ganan. Pero era un punto de partida para construir acuerdos. Nada de eso importa en una temporada electoral demasiado prematura. No se percatan de que por mucho que miren a julio de 2012, así no saldrán del pantano en donde chapotean los políticos más vistosos mientras la sociedad los mira con aburrimiento. O con irritación.

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