jueves, 3 de marzo de 2011

PRIVILEGIOS

JOSÉ WOLDENBERG KARAKOSKY

La desigualdad es el rasgo más característico de la sociedad mexicana. No somos una comunidad sino un archipiélago de grupos, clases, pandillas, cada una diferenciada de las demás. Los mundos que habita esa desigual sociedad son tan distintos como lo pueden ser Suecia y Somalia. Y no es una exageración. Algunos mexicanos viven con estándares similares a los de los países del llamado primer mundo y otros como los más pobres del orbe.
Eso lo puede constatar cualquier observador que no cierre los ojos y se pasee por los pueblos y ciudades del país. Pero si hubiese que hablar como sociólogo o economista podríamos decir que mientras en el año 2008 el 10 por ciento más pobre recibía el 1.2 por ciento de los ingresos de los hogares, el 10 por ciento más rico recibía el 40.3 por ciento. Es más, el 40 por ciento más pobre apenas recibía el 11.4 por ciento. (Carlos Tello. Sobre la desigualdad en México. UNAM. 2010. P. 254). Y me detengo porque desglosar la décima parte de la décima parte, es decir, los ingresos del uno por ciento de los hogares con mayores percepciones, arrojaría una polarización aún mayor.
Así que desde la academia o al abrir las ventanas se puede documentar que la fractura mayor de la convivencia mexicana es la de la desigualdad. Esta nada original entrada es el preámbulo para preguntar qué tan conveniente resultará la nueva disposición que permite deducir del pago del Impuesto Sobre la Renta hasta un monto determinado de las colegiaturas en las escuelas privadas desde preescolar hasta bachillerato.
Los padres de familia que mandan a sus hijos a esas escuelas tendrán un ahorro y serán los ganadores netos de esa nueva disposición (siempre y cuando paguen impuestos) y es posible incluso que los colegios se vean exigidos por los padres a entregar facturas por sus pagos, con lo cual se estaría clausurando una eventual fórmula de evasión de pago de impuestos.
Pero, según el Cuarto Informe de Gobierno del presidente Calderón, 14 millones 860 mil niños acuden a escuelas primarias y 1 millón 227 mil lo hacen a establecimientos particulares, es decir, el 8 por ciento del total. En secundaria el porcentaje es el mismo (468 mil de 6 millones 119 mil alumnos) y en el bachillerato la cifra sube hasta el 17 por ciento (678 mil estudiantes van a escuelas particulares del total de 3 millones 875 mil). Ello se debe a que la oferta de escuelas públicas en ese nivel no se ha incrementado como debiera. El gran total (sumando preescolar) es de 29 millones 505 mil estudiantes de los cuales 3 millones 37 mil van a escuelas privadas, el 10 por ciento. (Debo esta información a Ciro Murayama).
Son los padres de esos tres millones de niños los que pagarán menos impuestos. Y ello representará 13 mil 300 millones menos de ingresos a la hacienda de la nación. Unos ganan, otros pierden, diría el gerente de un casino. Pero lo más probable es que los padres de esos niños se encuentren ubicados en la cúspide de la pirámide, en los deciles primero y segundo que como hemos visto concentran los ingresos de los hogares mexicanos. Se trata entonces de una medida que beneficia a "los de arriba" y erosiona las posibilidades estatales de apoyar a "los de abajo".
Por supuesto que si usted cree que todos los recursos estatales son dilapidados, que más vale un peso en manos particulares que cincuenta centavos administrados por el gobierno, puede dejar de leer el presente artículo. Pero si hoy la inversión estatal en educación media superior asciende a 58 mil 648 millones de pesos al año, esos 13 mil 300 millones permitirían crecer (se trata de una cuenta charra) en 22.7 por ciento a ese nivel educativo.
La escuela pública fue durante décadas un crisol, un espacio de encuentro y socialización de estudiantes que provenían de muy diversos estratos sociales. Era concebida no solamente como un lugar para el aprendizaje de distintos conocimientos y destrezas sino también como un eficiente instrumento de movilidad y cohesión sociales.
Por desgracia, primero se produjo una escisión en la base de la pirámide educativa (primarias oficiales y privadas) y esa ruptura paulatinamente se amplió a los niveles de la educación secundaria, preparatoria e incluso universitaria, de tal suerte que los muchos "Méxicos" han dejado de encontrarse en los espacios educativos. "Las marcas de nacimiento" parecen determinantes en los destinos escolares y por esa vía el país se fragmenta aún más.
La CEPAL ha alertado sobre las implicaciones que tienen para la reproducción de los sistemas democráticos en América Latina las profundas divisiones que marcan a nuestras sociedades. Y por ello ha reiterado un llamado a la promoción activa de la cohesión social, que no se produce por decreto, sino con una serie de políticas inclusivas que tiendan a generar un sentido de pertenencia, un "nosotros", que sólo puede asumirse fomentando la justicia y la equidad. No será entonces auspiciando privilegios como se pueda edificar una casa medianamente habitable.

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