La Cámara de Diputados sigue empeñada en retrasar una decisión política fundamental: la designación de los tres nuevos consejeros electorales del IFE. Ello debió haber ocurrido a finales de octubre, ya entramos a marzo y no hay señales de que pronto se resuelvan esos nombramientos. Parece inexplicable el retraso; no alcanzo a ver quién o quiénes se pueden beneficiar. Por lo pronto, ya se cumplieron cuatro meses en los que el máximo órgano de dirección de la autoridad electoral administrativa ha funcionado de manera anómala. El gran castigado del retraso de los diputados sin duda es el IFE. Veamos. Hay algunas decisiones que el Consejo General ha ido postergando en razón de la prudencia: aprobación de nuevos reglamentos, designación de nuevos funcionarios. La premisa que anima dicha postergación es que siempre será mejor que dichas piezas cuenten con los votos de la totalidad de quienes en ese órgano tienen el derecho al voto; poder involucrar a los nuevos integrantes en una serie de acuerdos fundamentales, parece un buen propósito. Sin embargo, las adecuaciones a los reglamentos, por ejemplo, en materia de radio y televisión, fiscalización o quejas, tampoco pueden esperar eternamente. Lo mismo se puede decir de algunos nombramientos que urge hacer. Ahora bien, si esa postergación esta animada por la prudencia, hay otras áreas en donde la afectación cotidiana es mucho más ostensible. La reforma electoral dispuso que las comisiones del Consejo General se integraran por tres consejeros y que ninguno de ello podría integrar más de tres comisiones permanentes. La disyuntiva es violar el código o arriesgar que existan comisiones permanentes integrados únicamente por dos consejeros. Ha sido el caso. Ya se han registrado empates en las comisiones que tendrán que ser resueltos por el pleno del Consejo. Es decir, hay una afectación en el funcionamiento normal del IFE derivado del retraso de los legisladores. No sólo el quórum para sesionar es un riesgo latente, lo es también la posibilidad de empate en el pleno del Consejo. Sobra decir que otro buen propósito inherente a la rápida normalización del IFE es que los nuevos integrantes dispongan de mayor tiempo para recorrer la inevitable curva de aprendizaje. En fin, eso hoy parece un lujo. Por desgracia empieza a haber otros terrenos en los que la postergación en el nombramiento alienta un mal clima institucional: la insana especulación en torno a la posible remoción del consejero presidente; las andanadas mediáticas en contra de algunos acuerdos del IFE, y aun el retraso de la Suprema Corte para resolver en definitiva el amparo interpuesto en contra de la reciente reforma electoral, dan cuenta de cómo se ha ido enrareciendo el ambiente y, reitero, eso es algo que a nadie conviene de cara a lo que deberá ser un ejemplar proceso organizativo de los comicios de 2012. Se insiste en tensar la cuerda. Que luego nadie se llame a sorpresa si revienta. En fin, si después de tanto tiempo, resulta que los diputados no sólo cumplen con su deber de nombrar a los consejeros que faltan, sino tras dicha designación emerge un renovado consenso en torno al IFE y su agenda, habrá valido la pena la espera. Si, por el contrario, los nuevos nombramientos no traen consigo un nuevo ánimo para con el árbitro electoral, me parece que vamos a seguir en problemas. Al tiempo.
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