viernes, 11 de marzo de 2011

MUJERES QUE TRABAJAN: NUEVA DESIGUALDAD

CIRO MURAYAMA RENDÓN

Hace diez años había 37.9 millones de ocupados en México. De ellos, 66.1% eran hombres y 33.9% mujeres. Una década después, hay 44.4 millones de ocupados, de los que 62.2% son hombres y 37.8% mujeres. Ha crecido en este siglo, entonces, el peso de las mujeres trabajadoras. Pero el cambio es más notable si se mira desde otros ángulos. (Todos los datos de este artículo tienen como base las estadísticas laborales de INEGI, correspondientes al tercer trimestre de 2000 y de 2010, que es la última información disponible).
Mientras el total de ocupados ha crecido en 10 años en 17%, el número de hombres que trabajan se incrementó en 10% y el de las mujeres triplica esa cifra, pues las ocupadas crecieron en 31%.
Lo anterior es en buena medida reflejo de la expansión de la población económicamente activa (PEA) femenina, es decir, las mujeres mayores de 14 años que deciden incorporarse al mercado laboral. En el año 2000, las personas que trabajaban o deseaban tener un empleo eran 39 millones; en 2010 alcanzaron 47 millones. Esa expansión de 8 millones de personas significa un aumento del 21%. Pero fue protagonizado, en términos absolutos y relativos, por las mujeres: pasaron de ser 13.3 millones a 17.8 millones, esto es, cuatro millones y medio más, lo que implica un aumento del 33%, de una tercera parte de las que había al principio del siglo, en sólo una década. La PEA masculina sólo aumentó en 3.6 millones (de 25.7 a 29.3) lo que implica una ampliación del 14%.
Una observación sorpresiva peculiar muestra que, en estos diez años, el rápido avance del desempleo ha afectado en de forma más drástica, en términos absolutos y relativos, a los hombres. En 2010 había en total 1.1 millón de desempleados y para 2010 sumaban 2.6 millones, una expansión de 1.5 millones, esto es, del 138%. Los hombres desempleados hace diez años sumaban 573 mil personas y ahora alcanzan 1.6 millones, por lo que los desempleados varones aumentaron en más de un millón, esto es, en 181%. Las mujeres desempleadas eran 541 mil y llegaron a un millón 38 mil en 2010, lo que implica una expansión del 92%. Para ambos se trata de una mala noticia, pero el hecho de que se recrudezca en los varones puede ser indicativo de que la economía ha sido particularmente incapaz de generar ocupaciones ahí donde la participación masculina es preponderante, como ciertas actividades industriales y que, a cambio, la expansión (o el refugio) del empleo ocurre en el sector servicios más susceptible de captar ocupación femenina, como son las actividades informales de comercio al por menor por ejemplo.
Un elemento adicional que ofrece evidencia de transformaciones importantes tiene que ver con la dinámica de las remuneraciones al trabajo para hombres y mujeres. El número de perceptores de menos de un salario mínimo prácticamente se mantiene constante en estos diez años (5.7 millones de trabajadores), con una variación del cero por ciento. Pero ha crecido en 19% el número de mujeres que ganan hasta un salario mínimo; en cambio, disminuye en 15% el número de hombres con esa remuneración. En suma, disminuye el número de hombres peor pagados pero aumenta el de mujeres de ínfima retribución por su trabajo.
Algo similar sucede con los trabajadores que reciben entre uno y 2 salarios mínimos. El total disminuye en 2%, y los hombres en 13%, pero aumenta en 17% el número de mujeres que perciben ese nivel salarial.
Ahora bien, al observar a los trabajadores que ganan entre 2 y 3 minisalarios, se aprecia que éstos aumentan en total en 33%, pero en esta ocasión los hombres lo hacen en 27% y las mujeres en 48%.
En el caso de quienes perciben entre 3 y 5 salarios mínimos, el total aumentó en 30% en diez años, aunque el número de mujeres con esa remuneración se amplió en 40% por un 26% de los hombres.
Y viene ahora una cifra inesperada: los trabajadores de mayores ingresos, los que ganan más de 5 salarios mínimos, disminuyeron en total en 8% —hasta aquí todo conforme lo previsto—, pero el número de hombres de altos salarios se redujeron en 12% al tiempo que, y esta es la sorpresa, las mujeres aumentaron en 9%.
Lo anterior pone de manifiesto un proceso de polarización laboral muy acusado al interior de las mujeres, es decir, son ellas las que ocupan los puestos peor pagados pero, al mismo tiempo, hay otras mujeres que logran insertarse en ocupaciones de altos salarios. En cambio, la dispersión salarial entre hombres tiende a reducirse: disminuye el número de peor pagados pero también el de los que cobran más.
Para complementar el panorama conviene ver cómo ha evolucionado el acceso a los servicios de salud de los trabajadores. El número de trabajadores con acceso al aseguramiento creció en 15%, pero lo hizo en 17% el de los trabajadores sin acceso, lo cual indica que se sigue precarizando el empleo. Los hombres con acceso crecieron en 13% por 20% de las mujeres, mientras que los varones sin acceso se ampliaron en 8% por un 37% de las mujeres. De nuevo, las diferencias entre mujeres trabajadoras con y sin acceso a los servicios de salud son más marcadas que en el caso de los hombres.
Así, la dinámica económica nos está llevando a una nueva cara de la desigualdad, no sólo la de género sino al interior de los géneros. Crecen los abismos entre las propias mujeres trabajadoras.

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