miércoles, 23 de marzo de 2011

PRAGMATISMO VS. PRINCIPIOS IDEOLÓGICOS


LORENZO CÓRDOVA VIANELLO

La contienda democrática no supone únicamente la mera competencia electoral entre alternativas políticas diversas (partidos y candidatos), sino, ante todo, la confrontación, de cara a los ciudadanos, de diferentes diagnósticos sobre la realidad y los problemas de una sociedad así como de los programas políticos que se proponen para enfrentarlos. En ese sentido, el régimen democrático supone la discusión y el contraste programático como esencia de la vida política. Por ello, normativamente, los partidos políticos deberían ser entendidos como entidades asociativas de ciudadanos que libremente confluyen en torno a una ideología y un programa político particular que los identifica y diferencia; mientras que las elecciones deberían ser concebidas como un espacio en el que esos programas se afinan, se someten a la crítica, y se defienden en un ejercicio de discusión colectiva para que los electores, con su voto, se inclinen por uno o por otro candidato. En la realidad, salvo algunas contadas excepciones, ocurre lo contrario. Los partidos políticos son aparatos de control de clientelas encabezados por grupos dirigentes que, de manera más o menos democrática, deciden a partir de criterios de oportunidad, de modo pragmático, convenenciero y, las más de las veces, cortoplacista. Por otra parte, las elecciones son meras competencias entre membretes y entre candidatos en donde la batería de propuestas políticas pasan a un segundo plano en las estrategias de campaña frente a la promoción personalizada del candidato o la construcción de una frase (o de unas cuantas) de campaña impactante mediáticamente, pero generalmente vacía. No es difícil constatar lo anterior: una de las principales afecciones del sistema democrático es el vaciamiento ideológico y programático que caracteriza la discusión política en general y a los partidos políticos en particular. Éstos se han convertido en maquinarias electorales —cuando no electoreras—, en donde el plano de la ideología que se supone determina su razón de ser, está completamente relegado. Y no se trata de un fenómeno exclusivo de alguna fuerza política en particular; la orfandad ideológica es algo que atraviesa todo el espectro del sistema de partidos. La importancia que debería tener la dimensión ideológica y programática, está claramente reflejada en las normas electorales. Para existir, un partido debe contar con documentos básicos que, además de los estatutos, se encuentran la declaración de principios (es decir los postulados ideológicos que se sostienen) y el programa de acción (o sea, la ruta política para perseguir aquellos). Por otra parte, el Cofipe exige que para cada elección los partidos registren ante el IFE sus plataformas electorales (art. 27, 1, e), que son el conjunto de propuestas políticas con las que se presentarán de cara a los electores durante las campañas. En ese sentido, ese requisito, la presentación de la respectiva plataforma, es una condición indispensable para que los partidos puedan registrar candidatos (art. 222). Además, la ley establece que la finalidad de la propaganda electoral y de los actos de campaña es “la exposición, desarrollo y discusión ante el electorado de los programas y acciones fijados por los partidos políticos en sus documentos básicos y, particularmente, en la plataforma electoral” (art. 228, 4). Finalmente, el Código también les impone a los partidos la obligación de difundir sus plataformas electorales a través de los espacios que les corresponden en la radio y la televisión. En los hechos, todas esas prescripciones son letra muerta. Las plataformas son, en el mejor de los casos, un requisito —sin duda fastidioso— que debe cumplirse. La elección de 2012 se presenta como una oportunidad para reivindicar el papel que tienen la ideología y los programas políticos en la contienda democrática. El país está atravesado por múltiples y muy diversas crisis, y los comicios federales se presentan como una verdadera oportunidad para que conozcamos la evaluación que las fuerzas políticas hacen de los problemas que nos aquejan y las propuestas que nos presentan. Pero no será algo espontáneo por parte de la clase política. Nos toca como ciudadanos crear los contextos de exigencia para que ello ocurra; premiar el debate de fondo y rechazar la estridencia y la confrontación barata. Tenemos que hacernos cargo de que en democracia los “para qué” importan. Es por ellos que la contienda política deja de ser una mera lucha del poder por el poder y deviene una herramienta que nos permita orientarnos como sociedad hacia el futuro.



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