La fracción X del artículo 89 de la Constitución dice a la letra que es facultad y obligación del Presidente: "Dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales... sometiéndolos a la aprobación del Senado". En consecuencia el único responsable de la política exterior es el Presidente y no su secretaria de Relaciones Exteriores que es simple y llanamente una "secretaria" (jefa de las oficinas o Secretaría del caso), por lo que ni dirige ni es tampoco la responsable directa de aquella política; y con mayor razón en un sistema presidencialista como el nuestro, lo que implica que el Presidente es el jefe del Gobierno pero sin depender de la confianza de las Cámaras, como por ejemplo en el sistema parlamentario, salvo la aprobación, por ejemplo, de parte del Senado de los tratados internacionales celebrados por el Presidente y lo concerniente a los nombramientos del Procurador General de la República y de los ministros de la Suprema Corte de Justicia (fracciones IX y XVIII del artículo 89). En tal virtud no es suficiente la comparecencia reciente de la canciller Patricia Espinosa, la que no despejó dudas muy serias en la Cámara Alta. Sin embargo el Senado, según lo anunció, exigirá "al Gobierno Federal" otro informe sobre el viaje del Presidente Felipe Calderón a Washington pues en el primer documento que entregó a esa cámara no hay referencia al acuerdo de cooperación militar entre ambos países, mismo que, afirma el Gobierno, permite vuelos de aviones estadounidenses en el espacio aéreo nacional. Los legisladores subrayaron la urgencia de que la cancillería detalle lo relativo a un posible acuerdo entre el Presidente Calderón y el Presidente de los Estados Unidos Barack Obama mediante el cual, según publicó el periódico "The New York Times", se concretó la decisión de que aeronaves no tripuladas estadounidenses sobrevolaran México.
Ahora bien, lo cierto es que ni la Secretaria de Relaciones Exteriores ni el "Gobierno Federal" (así, in extenso) son los responsables directos de la conducción de la conducción de la política exterior del país. Lo es en cambio, única y exclusivamente, el Presidente de la República. No lo sostengo por interpretación tendenciosa de la fracción X del artículo 89 de la Constitución, sino porque la letra de ésta es inequívoca: es facultad y obligación del Presidente "dirigir la política exterior". Por lo tanto en acatamiento al Texto Supremo y en caso de duda, sobre todo siendo grave, el Senado debe citar al Presidente de la República para interrogarlo. A nadie más. La situación es muy delicada e incluso algunos legisladores, en el colmo de una exasperación justificable, han solicitado juicio político para el Presidente. Yo pienso al respecto que antes de invocarlo, lo que evidentemente procede con fundamento en una interpretación teleológica o finalista del artículo
110 constitucional, es de citar en el Senado, repito, al Presidente de la República. Y no importa si no hay una disposición específica en el Reglamento del Congreso o en el del propio Senado, o si la hubiera confusa, no clara, puesto que debe prevalecer la norma superior. Por desgracia ha proliferado en México una tendencia a politizar los mandatos constitucionales cuando se trata del Presidente, dejando la Carta Magna a un lado. No hay que confundir las cosas ni llamar a cuentas a quien sólo obedece instrucciones de su superior. Por eso afirmo que sin subterfugios de ninguna clase el Senado debe convocar al Presidente, ya que la letra de la Constitución es categórica. La situación, insisto, es muy delicada. No es la soberanía cuestión menor, aparte de los insulsos e inconsistentes argumentos de los entregados -y entreguistas- a la globalización. Se han dicho cosas muy fuertes en contra del Presidente de la República y de su política exterior, las que se han querido matizar cubriéndolas con el velo de la diplomacia. Calderón, Obama, Clynton, Pascual, han sido el eje de un torbellino. Y para colmo de torpezas por allí se filtró la noticia, hace pocos días, de que la Procuraduría General de la República iba a investigar quiénes violaron o pudieron violar la soberanía nacional mediante incursiones aéreas. El hecho es que con piloto o sin piloto se dispuso la entrada en espacio aéreo mexicano de aviones provenientes de los Estados Unidos. ¿Quién lo dispuso o quiénes lo dispusieron? ¿Quién dio o quiénes dieron su autorización? Con la agravante de que la Secretaria de Relaciones Exteriores dijo en el Senado, ¡figúrese usted!, que el Presidente lo permitió porque la ley no se lo prohíbe. ¿De qué ley habla? ¿Cuál ley? ¿Qué espera el Senado para preguntarle directamente al Presidente? ¿No es político hacerlo? ¿Tampoco es diplomático? Menos lo es, además de antipatriótico y violatorio de la Constitución, recurrir a terceras personas cuando el director y conductor de la política exterior es el Presidente. A todos los partidos y corrientes políticas de la Cámara Alta les conviene que Calderón explique, argumente, razone, sin evadir nada, absolutamente nada. Y permítaseme una metáfora, tal vez dulzona, a propósito del pasado 21 de marzo: ¡Juárez nos ve! ¡Qué incongruencia rendirle homenajes y soslayar la norma suprema! Que el Senado no tenga escrúpulos infundados. Él no hizo la Constitución, pero la debe aplicar en la especie porque tiene facultades expresas. ¿Y de qué sirven tantas palabras de crítica, tantas protestas y reconvenciones, si tiembla la mano a la hora de recurrir a la Constitución? Que no tiemble y antes de pensar en el juicio político que se cite al Presidente para que hable y explique. Eso es la democracia y no los acuerdos entre el agua y el aceite sólo para ganar espacios de poder. Eso es la democracia y no la atomización de los partidos en corrientes disímiles y pendencieras.
Por último, el pueblo cree en el diálogo aunque sea imperfecto. Es mejor el diálogo y hasta el interrogatorio político que las explicaciones pueriles, torpes, de secretarios de Estado lambiscones que salen al quite de su jefe. El soliloquio discursivo no sirve. Es acartonado y maquillado. Que el Senado cite al Presidente y le haga preguntas inteligentes en espera de respuestas lógicas y coherentes.
Ahora bien, lo cierto es que ni la Secretaria de Relaciones Exteriores ni el "Gobierno Federal" (así, in extenso) son los responsables directos de la conducción de la conducción de la política exterior del país. Lo es en cambio, única y exclusivamente, el Presidente de la República. No lo sostengo por interpretación tendenciosa de la fracción X del artículo 89 de la Constitución, sino porque la letra de ésta es inequívoca: es facultad y obligación del Presidente "dirigir la política exterior". Por lo tanto en acatamiento al Texto Supremo y en caso de duda, sobre todo siendo grave, el Senado debe citar al Presidente de la República para interrogarlo. A nadie más. La situación es muy delicada e incluso algunos legisladores, en el colmo de una exasperación justificable, han solicitado juicio político para el Presidente. Yo pienso al respecto que antes de invocarlo, lo que evidentemente procede con fundamento en una interpretación teleológica o finalista del artículo
110 constitucional, es de citar en el Senado, repito, al Presidente de la República. Y no importa si no hay una disposición específica en el Reglamento del Congreso o en el del propio Senado, o si la hubiera confusa, no clara, puesto que debe prevalecer la norma superior. Por desgracia ha proliferado en México una tendencia a politizar los mandatos constitucionales cuando se trata del Presidente, dejando la Carta Magna a un lado. No hay que confundir las cosas ni llamar a cuentas a quien sólo obedece instrucciones de su superior. Por eso afirmo que sin subterfugios de ninguna clase el Senado debe convocar al Presidente, ya que la letra de la Constitución es categórica. La situación, insisto, es muy delicada. No es la soberanía cuestión menor, aparte de los insulsos e inconsistentes argumentos de los entregados -y entreguistas- a la globalización. Se han dicho cosas muy fuertes en contra del Presidente de la República y de su política exterior, las que se han querido matizar cubriéndolas con el velo de la diplomacia. Calderón, Obama, Clynton, Pascual, han sido el eje de un torbellino. Y para colmo de torpezas por allí se filtró la noticia, hace pocos días, de que la Procuraduría General de la República iba a investigar quiénes violaron o pudieron violar la soberanía nacional mediante incursiones aéreas. El hecho es que con piloto o sin piloto se dispuso la entrada en espacio aéreo mexicano de aviones provenientes de los Estados Unidos. ¿Quién lo dispuso o quiénes lo dispusieron? ¿Quién dio o quiénes dieron su autorización? Con la agravante de que la Secretaria de Relaciones Exteriores dijo en el Senado, ¡figúrese usted!, que el Presidente lo permitió porque la ley no se lo prohíbe. ¿De qué ley habla? ¿Cuál ley? ¿Qué espera el Senado para preguntarle directamente al Presidente? ¿No es político hacerlo? ¿Tampoco es diplomático? Menos lo es, además de antipatriótico y violatorio de la Constitución, recurrir a terceras personas cuando el director y conductor de la política exterior es el Presidente. A todos los partidos y corrientes políticas de la Cámara Alta les conviene que Calderón explique, argumente, razone, sin evadir nada, absolutamente nada. Y permítaseme una metáfora, tal vez dulzona, a propósito del pasado 21 de marzo: ¡Juárez nos ve! ¡Qué incongruencia rendirle homenajes y soslayar la norma suprema! Que el Senado no tenga escrúpulos infundados. Él no hizo la Constitución, pero la debe aplicar en la especie porque tiene facultades expresas. ¿Y de qué sirven tantas palabras de crítica, tantas protestas y reconvenciones, si tiembla la mano a la hora de recurrir a la Constitución? Que no tiemble y antes de pensar en el juicio político que se cite al Presidente para que hable y explique. Eso es la democracia y no los acuerdos entre el agua y el aceite sólo para ganar espacios de poder. Eso es la democracia y no la atomización de los partidos en corrientes disímiles y pendencieras.
Por último, el pueblo cree en el diálogo aunque sea imperfecto. Es mejor el diálogo y hasta el interrogatorio político que las explicaciones pueriles, torpes, de secretarios de Estado lambiscones que salen al quite de su jefe. El soliloquio discursivo no sirve. Es acartonado y maquillado. Que el Senado cite al Presidente y le haga preguntas inteligentes en espera de respuestas lógicas y coherentes.
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