viernes, 4 de marzo de 2011

CENSO 2010: PRIMER VISTAZO

CIRO MURAYAMA RENDÓN

Ayer se dieron a conocer los resultados definitivos del Censo de Población 2010 que levantó INEGI el año pasado. Las cifras contienen algunas sorpresas, como las que ya anunciaban los resultados preliminares en el sentido de que la población residente en el país es más numerosa de lo que se preveía (112.3 millones de habitantes frente a 108 millones), al tiempo que confirma que algunos de nuestros rasgos más negativos como sociedad persisten, como es el caso de la desigualdad. Dicha desigualdad se expresa desde un principio, en los indicadores de la dinámica demográfica.
La población de México creció a una tasa de 1.4% anual entre 2000 y 2010, y somos el país número 11 más poblado del mundo. La población, aunque más numerosa, crece más lento, pues entre 1990 y 2000 la tasa de crecimiento fue de 1.9, por no hablar de la dinámica que se dio entre 1960 y 1970 cuando la población se expandía a una tasa de 3.4 al año.
Para 2010 el 52.1 de la población son mujeres y 48.8 hombres. Sin embargo , como es común en toda población humana, nacen más hombres que mujeres y de hecho hay más hombres que mujeres en los grupos de menor edad, cosa que cambia a partir de los 20 años, que es cuando la menor mortalidad femenina tiene efecto y termina por reflejarse en el total.
Ahora bien, el crecimiento poblacional no es parejo. Mientras el DF creció a una tasa de 0.3, y Michoacán, Guerrero y Zacatecas al 0.9, Quintana Roo lo hizo al 4.2 y Baja California Sur al 4. Las tres entidades con mayor crecimiento absoluto son el Edomex (2.1 millones adicionales en una década), Jalisco (1 millón) y Chiapas (876 mil).
La disminución de la natalidad hace que reduzcan su peso en el total de la población las personas que pertenecen a los grupos de edad más jóvenes y que, a la larga, se dé un proceso de envejecimiento poblacional que ya se puede atisbar si bien somos aún un país abrumadoramente de gente joven y de mediana edad. Así, si en el 2000 las personas de cero a 14 años representaban el 34.1% de la población, ahora son el 29.3%. En cambio, los de entre 15 y 64 años pasaron de ser el 60.9% al 64.4%, lo que quiere decir que crece la proporción de personas en edad de trabajar. Los habitantes de más de 65 años eran en 2000 el 5% y ahora representan el 6.3% —y continuará creciendo su participación—. En 2000 la mediana de edad era de 22 años y en 2010 de 26 años.
Con esos cambios, se modifica la tasa de dependencia poblacional, esto es, la cantidad de gente en edad de ser mantenida —niños y viejos (¡perdón!, “adultos mayores” o “en plenitud”)— sobre la población en edad productiva. En el 2000 había 64 dependientes por cada 100 personas, de los que 56 eran niños y 8 personas mayores; para 2010 baja la tasa de dependencia, pero con una peculiaridad: hay 55 dependientes por cada 100 pero nada más hay 45 niños y ahora 10 dependientes por edad de vejez (así le dice INEGI).
Las mujeres de entre 15 y 49 años han tenido, en promedio, 1.7 hijos per cápita, mientras que en 2000 el promedio era de dos hijos por mujer. Aquí podemos ver los primeros rasgos de desigualdad: las mujeres con educación media y superior tienen en promedio 1.1 hijos; las que cursaron hasta secundaria 1.6 hijos; las que concluyeron la primaria 2.5 hijos; las que no acabaron la primaria tienen 3.3 hijos en promedio y las que no cuentan con escolaridad tienen 3.5 hijos. Es decir que las mujeres con menores oportunidades educativas duplican las tasas de fecundidad que aquellas que asistieron al bachillerato.
La tasa global de fecundidad (número de hijos por cada 1000 mujeres) en el país es de 2.4. Pero si se atiende a los nacimientos ocurridos en los 125 municipios que tienen un mayor índice de desarrollo humano (IDH) —que se obtiene calculando la esperanza de vida, la escolaridad y el ingreso per cápita— la tasa general de fecundidad cae a 2.1. En cambio, al ver a los 125 municipios con menor IDH, la tasa de fecundidad alcanza un nivel de 4. En suma, nacen más mexicanos ahí donde hay más pobreza, lo cual puede acabar volviéndose en un círculo vicioso reproductor de la pobreza misma.
En el país, hay un porcentaje de hijos fallecidos para las mujeres que han sido madres y que tienen más de 12 años del 8.1%. En Guerrero sube a 11.2%, en Oaxaca es del 11%, del 10.1% en Puebla y de 9.6 en Zacatecas. Por el contrario, es de 5.5% en Nuevo León, de 5.7% en Baja California Sur y de 6.1% en Quintana Roo. Así que el nivel de desarrollo económico de las entidades afecta directamente al porcentaje de incidencia de fallecimiento de los hijos.
La desigualdad también se materializa en la educación. Por ejemplo, en los municipios de mayor IDH la asistencia escolar para la población de entre 6 y 14 años es del 96% (lo cual no deja de excluir a un 4%), mientras que en los de menor índice de desarrollo es de 87.9%.
El Censo es el instrumento más relevante con que cuenta el país para conocer a su población y cómo vive. Por ello, debería generarse un auténtico debate nacional sobre los resultados del Censo e incluso sobre la calidad de la información presentada. Si en nuestro debate público el Censo pasara desapercibido, ocurriría que no seríamos capaces de conocernos como sociedad y, peor aún, se demostraría que ni siquiera nos interesa saber quiénes y cómo somos.

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