El mensaje del presidente Felipe Calderón, emitido en el Consejo Nacional de su partido, en el sentido de que habría que buscar a los mejores candidatos independientemente de su filiación, constituye una señal preocupante. Para los militantes panistas, me imagino que no habrá sido el mensaje más alentador. Constatar que desde la Presidencia de la República no se vislumbra a ningún miembro con los arrestos suficientes como para hacerle frente a la contienda presidencial, no debe ser precisamente un aliciente. He ahí una señal que debiera ocupar y preocupar a los militantes del PAN. Su líder máximo descree de las potencialidades de su partido. Pero acaso lo más preocupante no sea las confesiones presidenciales en el seno del panismo, sino la visión implícita de su sucesión. Y en ese sentido me parece que estamos ante una derrota de la transición. Me explico. Que tras casi treinta años de construcción institucional, de confección de reglas que pudieran soportar, recrear y fortalecer la pluralidad política, resulta decepcionante constatar que entre algunos miembros prominentes de la llamada clase política, una idea seductora sea la del plebiscito. Es decir, el fin superior es evitar el retorno del PRI a la titularidad del Ejecutivo y, para alcanzar ese noble fin, se vale alinear toda clase de recursos políticos. Si para ello hay que postular a un ciudadano atractivo para el electorado, aunque distante de los principios del panismo, adelante. La derrota de la transición es, justamente, que ésta se fundó, entre otras cosas, en una construcción institucional que permitiera el florecimiento de la pluralidad, vale decir, de la alergia a la polarización. Se trataba de generar las condiciones para que distintas corrientes de opinión pudieran poner en juego sus ofertas, y de que los electores tuviéramos la capacidad de premiar o castigar libremente las diversas opciones. Era sin duda una apuesta por la generación de medios institucionales para expresar preferencias. Que después de tantos años emerja la idea de que la democracia sólo es posible bajo ciertos colores, es sin duda un fracaso. Eso era justamente lo que se quería evitar. Ojalá no estemos frente a una triste derrota de la transición. Pero también creo que el mensaje —el cual sugiere que existe un mal mayor que debe ser evitado a toda costa (el regreso del PRI)– acusa cierto olvido. Los comicios de 2006 se significaron, entre otras muchas cosas, por la generación de una polarización social muy riesgosa. Volverla a alentar es por lo menos no reconocer ese antecedente. Los riesgos que vivimos están lejos de ser un mito. Finalmente, el Ejecutivo ha reiterado que él no quiere ser el Zedillo del PAN, es decir, el mandatario que entregue el poder a un partido distinto del suyo. Se trata sin duda de una loable convicción de militante, pero me parece un ominoso anuncio de quien es, además, titular del Ejecutivo. Insisto, en términos partidistas, nadie quiere ser el portador de una derrota, pero en términos de responsabilidad pública, me parece que, si tuviéramos memoria, la pretensión de Calderón tendría que ser asumirse como el Zedillo del país, es decir, aquel funcionario que se desvive por generar las condiciones óptimas para la contienda. Las convicciones y la militancia de Fox estuvieron a punto de generar una verdadera catástrofe política en el proceso de 2006. Ojalá la historia no se repita.
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