Carmen Aristegui prefirió la rescisión de su contrato profesional con MVS, la empresa radiofónica de la familia Vargas, antes que deponer su dignidad personal y profesional leyendo un texto de disculpa que ella no había escrito ni suscribirá. Después el concesionario pretendió justificar lo que fue un despido (colocar a la periodista ante un falso dilema, pues sólo había un término a elegir) acusándola de infringir el código de ética (que, por cierto, ella propuso y la emisora aceptó) por presentar un rumor como noticia.
Sin duda, eso no hizo Carmen Aristegui. Partió de un hecho noticioso (el escándalo en la Cámara de Diputados por la colocación de un mensaje provocador en que se implica que el presidente Calderón es un bebedor), y ella lo situó en contexto y extrajo de él una conclusión. Dijo que el rumor sobre el etilismo presidencial estaba muy extendido, como lo está, lo que podía comprobarse en las redes sociales a que se atienen y de que tanto gustan el propio Ejecutivo y sus colaboradores. Y preguntó por qué desde la Presidencia no se emitía un comunicado que saliera al paso del rumor. Fue claramente un comentario editorial, lícito en el formato del programa que sostenía, con éxito creciente, desde hace poco más de dos años. Ni presentó al público como una novedad, ni mucho menos afirmó, que el Presidente bebe.
Carmen estuvo dispuesta, cuando se le comunicó que su dicho se había percibido como una ofensa, a disculparse por ella, por el agravio que hubiera resentido el afectado, ya que la intención de su programa es informar y analizar los hechos y no ofender nunca a nadie, ni al Presidente de la República ni a radioescucha alguno. Pero se le exigió desmentirse a sí misma, como un modo de aliviar la irritación causada por sus palabras. Se le demandó una reacción sólo explicable cuando se ha roto un tabú, cuando se ha cometido una irreverencia, cuando se ha incurrido en blasfemia.
Ordenar la salida de Carmen Aristegui es, conforme al diagnóstico famoso, más que un crimen, una estupidez. Fue una decisión en la que todos pierden y sólo ganan los que deseen quitarse el estorbo de una emisión radiofónica fresca, cada vez más oída cuanto más certeros eran sus enfoques, en que se practicaba el lema adoptado por la concesionaria cuando convino con la periodista la creación y conducción de un programa diario de información y análisis: libre como el viento, libre como nunca antes, en clara alusión al despido de Carmen de XEW. Ganan asimismo los mezquinos que paladean la derrota de una forma de periodismo que están imposibilitados para ejercer. Gana el autoritarismo que somete la opinión diferente y que sostiene que la figura presidencial debe estar en un nicho inalcanzable donde no lo roce la realidad, ya no digamos con sus hechos brutales, sino ni siquiera con lo que se dice en la calle.
La digna mujer y excepcional periodista dio a conocer ayer su posición. Con juicio atinado, que es su forma de ser, situó el problema de su despido en un ámbito más amplio, el del riesgo que para la democracia y la competencia económica deriva de que el presidencialismo, tan venido a menos para bien, disponga todavía de instrumentos que le permiten mantener en vilo a empresarios que no se avienen a sus propósitos e intereses. Varias resoluciones en materia de radio y televisión, y en el más dilatado ámbito de las telecomunicaciones, que MVS ha promovido desde hace años dependen de una decisión presidencial, pues se han cubierto los requisitos y satisfecho las condiciones legales. Carmen denunció, en consecuencia, que un asunto jurídico sea convertido en asunto político por la discrecionalidad que puede ejercer el Presidente.
También recordó que el periodista mexicano que sobresale en la televisión norteamericana, Jorge Ramos, preguntó a bocajarro al presidente Fox, haciéndose eco de un rumor relacionado con una presunta adicción presidencial si tomaba Prozac. Sorprendido por la franqueza del interrogante, Fox contestó de inmediato y sin ambages con un no rotundo. No se declaró agraviado, ni pidió eliminar esa parte de la grabación. Simplemente aprovechó la ocasión para salir al paso de un rumor, que importa como parte de las percepciones con que una sociedad pretende explicarse su entorno.
La periodista tendió la mano a la empresa para revertir los efectos de lo ocurrido que se manifiestan, además de expresiones callejeras de descontento, en una ruidosa conversación colectiva a través de las redes sociales, donde priva la exigencia de que el programa vuelva a su normalidad, con Carmen Aristegui a la cabeza. Pidió sólo el resarcimiento de su fama pública mediante dos pasos, el primero retirar formalmente el comunicado en que se le señala como transgresora, y el segundo emitir otra posición en sentido contrario, donde se valore su integridad ética y profesional.
La familia Vargas, propietaria de MVS, queda de esa manera en posición de deshacer el entuerto. No se trata de borrar lo acontecido, extremo imposible, sino de sacar provecho de él, en vez de sólo perjuicios. Esa familia, sobresaliente en el medio radiofónico donde priva la mediocridad, tuvo la claridad para saber, hace dos años, el valor social y comercial de contar con la personalidad de Carmen Aristegui al frente de su emisión matutina. Puede ahora refrendar el juicio sobre la condición profesional de la periodista aceptando su condición. Quedará fortalecida ante el público y, en consecuencia, ante el gobierno y los intereses que pretenden, con éxito, someterlo.
Sin duda, eso no hizo Carmen Aristegui. Partió de un hecho noticioso (el escándalo en la Cámara de Diputados por la colocación de un mensaje provocador en que se implica que el presidente Calderón es un bebedor), y ella lo situó en contexto y extrajo de él una conclusión. Dijo que el rumor sobre el etilismo presidencial estaba muy extendido, como lo está, lo que podía comprobarse en las redes sociales a que se atienen y de que tanto gustan el propio Ejecutivo y sus colaboradores. Y preguntó por qué desde la Presidencia no se emitía un comunicado que saliera al paso del rumor. Fue claramente un comentario editorial, lícito en el formato del programa que sostenía, con éxito creciente, desde hace poco más de dos años. Ni presentó al público como una novedad, ni mucho menos afirmó, que el Presidente bebe.
Carmen estuvo dispuesta, cuando se le comunicó que su dicho se había percibido como una ofensa, a disculparse por ella, por el agravio que hubiera resentido el afectado, ya que la intención de su programa es informar y analizar los hechos y no ofender nunca a nadie, ni al Presidente de la República ni a radioescucha alguno. Pero se le exigió desmentirse a sí misma, como un modo de aliviar la irritación causada por sus palabras. Se le demandó una reacción sólo explicable cuando se ha roto un tabú, cuando se ha cometido una irreverencia, cuando se ha incurrido en blasfemia.
Ordenar la salida de Carmen Aristegui es, conforme al diagnóstico famoso, más que un crimen, una estupidez. Fue una decisión en la que todos pierden y sólo ganan los que deseen quitarse el estorbo de una emisión radiofónica fresca, cada vez más oída cuanto más certeros eran sus enfoques, en que se practicaba el lema adoptado por la concesionaria cuando convino con la periodista la creación y conducción de un programa diario de información y análisis: libre como el viento, libre como nunca antes, en clara alusión al despido de Carmen de XEW. Ganan asimismo los mezquinos que paladean la derrota de una forma de periodismo que están imposibilitados para ejercer. Gana el autoritarismo que somete la opinión diferente y que sostiene que la figura presidencial debe estar en un nicho inalcanzable donde no lo roce la realidad, ya no digamos con sus hechos brutales, sino ni siquiera con lo que se dice en la calle.
La digna mujer y excepcional periodista dio a conocer ayer su posición. Con juicio atinado, que es su forma de ser, situó el problema de su despido en un ámbito más amplio, el del riesgo que para la democracia y la competencia económica deriva de que el presidencialismo, tan venido a menos para bien, disponga todavía de instrumentos que le permiten mantener en vilo a empresarios que no se avienen a sus propósitos e intereses. Varias resoluciones en materia de radio y televisión, y en el más dilatado ámbito de las telecomunicaciones, que MVS ha promovido desde hace años dependen de una decisión presidencial, pues se han cubierto los requisitos y satisfecho las condiciones legales. Carmen denunció, en consecuencia, que un asunto jurídico sea convertido en asunto político por la discrecionalidad que puede ejercer el Presidente.
También recordó que el periodista mexicano que sobresale en la televisión norteamericana, Jorge Ramos, preguntó a bocajarro al presidente Fox, haciéndose eco de un rumor relacionado con una presunta adicción presidencial si tomaba Prozac. Sorprendido por la franqueza del interrogante, Fox contestó de inmediato y sin ambages con un no rotundo. No se declaró agraviado, ni pidió eliminar esa parte de la grabación. Simplemente aprovechó la ocasión para salir al paso de un rumor, que importa como parte de las percepciones con que una sociedad pretende explicarse su entorno.
La periodista tendió la mano a la empresa para revertir los efectos de lo ocurrido que se manifiestan, además de expresiones callejeras de descontento, en una ruidosa conversación colectiva a través de las redes sociales, donde priva la exigencia de que el programa vuelva a su normalidad, con Carmen Aristegui a la cabeza. Pidió sólo el resarcimiento de su fama pública mediante dos pasos, el primero retirar formalmente el comunicado en que se le señala como transgresora, y el segundo emitir otra posición en sentido contrario, donde se valore su integridad ética y profesional.
La familia Vargas, propietaria de MVS, queda de esa manera en posición de deshacer el entuerto. No se trata de borrar lo acontecido, extremo imposible, sino de sacar provecho de él, en vez de sólo perjuicios. Esa familia, sobresaliente en el medio radiofónico donde priva la mediocridad, tuvo la claridad para saber, hace dos años, el valor social y comercial de contar con la personalidad de Carmen Aristegui al frente de su emisión matutina. Puede ahora refrendar el juicio sobre la condición profesional de la periodista aceptando su condición. Quedará fortalecida ante el público y, en consecuencia, ante el gobierno y los intereses que pretenden, con éxito, someterlo.
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