Choque de titanes, dicen unos. David contra Goliat, apuntan otros. Las confrontaciones entre los poderosos siempre llaman la atención. Pero además del pleito mismo, en la disputa entre el Grupo Carso y las televisoras privadas se dirime al menos en parte el futuro de las telecomunicaciones, un área en donde los cambios han sido lentos e invariablemente para beneficio de esas corporaciones. Se trata de un conflicto con numerosos ángulos. Estos son algunos de ellos. 1. Televisión y publicidad. El grupo del empresario Carlos Slim, si hemos de atender a la información periodística, se queja por el aumento en las tarifas publicitarias tanto en Televisa como en Televisión Azteca. Por eso suspendió la contratación de anuncios. En el caso de Televisa, se ha dicho que la merma en sus ingresos por venta de publicidad podría ascender a 900 millones de pesos en el transcurso de este año. Las tarifas publicitarias de esa empresa son desmesuradamente altas, pero no se han incrementado de manera significativa. Incluso, en algunos horarios esas tarifas son hoy menos altas que hace un par de meses. En diciembre pasado, un anuncio de 20 segundos a las 9 de la noche en el llamado Canal de las Estrellas, con alcance nacional, costaba 874 mil pesos. A partir de enero, los 20 segundos en ese espacio de 21 a 22 horas –que es el más costoso de Televisa– tiene un precio 829 mil pesos. Se trata de tarifas abiertas para compras “al menudeo”. Los grandes anunciantes reciben descuentos muy significativos, aunque para ello Televisa les obliga pagar en estas fechas toda la publicidad que difundirán durante el año. 2. Televisoras, refractarias a la competencia. La nuez del diferendo entre Carso y las televisoras se encuentra en otros frentes de negocios. Los propietarios de Telmex consideran que tienen derecho a difundir servicios de televisión a través del cable telefónico. Televisa y TV Azteca miran con auténtico pavor las consecuencias que tendría, para sus negocios, el surgimiento de esa competencia en toda la línea. Durante años, las televisoras se han opuesto militantemente a que haya canales de televisión comercial fuera de su control. Las prácticas de acaparamiento de mercado que han desplegado (por ejemplo cuando boicotearon los negocios del Grupo Saba que en alianza con la estadounidense Telemundo le había solicitado al gobierno mexicano que abriera licitaciones para una nueva cadena de televisión) solamente han sido posibles gracias a la decisión de la Comisión Federal de Competencia para beneficiar a Televisa en perjuicio de Telmex. Hace unas cuantas semanas, el anuncio de los aparentes proyectos de la Cofetel para abrir por fin esas licitaciones que permitirían la creación de dos nuevas cadenas nacionales de televisión, exacerbó el patrimonialismo que Televisa y TV Azteca consideran que tienen sobre el espectro radioeléctrico para la difusión de contenidos audiovisuales. 3. Telmex en televisión. Aunque su título de concesión se lo prohíbe de manera expresa, Telmex ha encontrado la manera para involucrarse en el negocio de la televisión. En 1994 una subsidiaria de la empresa telefónica tenía participación en Cablevisión –en sociedad, precisamente, con Televisa–. El investigador Gabriel Sosa Plata ha recordado cómo, de manera expresa, Telmex recibió autorización para formar parte de esa empresa de televisión por cable. Ahora, sin embargo, Televisa ha presentado una demanda judicial contra Telmex debido a la alianza comercial que tiene con Dish, la firma de televisión por satélite que es propiedad de MVS y cuyos suscriptores han crecido con gran rapidez debido a que sus precios son más baratos que los de Sky –propiedad de Televisa– y a que el costo de ese servicio se puede pagar con cargo al recibo de Telmex. 4. El factor MVS. La demanda judicial fue la declaración de hostilidades de Televisa en contra de las empresas de la familia Slim. La alianza Telmex – Dish, pero sobre todo el éxito de ese servicio, disgustaron sobremanera en la empresa de Emilio Azcárraga cuyos operadores se han acostumbrado a ser los únicos en el campo de la televisión, sin más competencia que los anodinos programas de Televisión Azteca. En menos de tres años Dish tiene ya, según datos de esa empresa, 2 millones 200 mil suscriptores. Por su parte, Sky asegura contar con algo más de 3 millones de suscriptores. Aunque ambas cifras pueden ser algo exageradas, resulta claro que el servicio que ofrece la empresa MVS ha significado una fuerte competencia para la empresa satelital de Televisa. 5. La banda 2.5. MVS, además, durante varios años fue usufructuaria de un importante segmento de espectro radioeléctrico en la banda de 2.5 Ghz. Como se comentó hace un par de semanas en esta columna, esa frecuencia estaba inicialmente destinada para el servicio de televisión de paga que ofrecía Multivisión mediante microondas. Ahora, en todo el mundo, esa banda es utilizada para servicios de Internet inalámbrica y se ha vuelto muy codiciada. Como MVS no la empleaba al cien por ciento, el gobierno ha estado reticente a renovarle esa concesión. De mantener la titularidad para utilizar la banda de 2.5, MVS sería un socio muy interesante para cualquier empresa de telecomunicaciones –o un competidor fuerte-. Así que, para MVS, la concesión en la banda de 2.5 GHz puede reforzar sus lazos con las empresas de la familia Slim o, al contrario, puede ser un frente de antagonismo entre ambos consorcios. 6. Fanáticos de las conspiraciones. El interés de MVS por el refrendo de la banda 2.5 y la alianza comercial que tiene con Telmex para vender los servicios satelitales de Dish, condujeron a distintos comentaristas a suponer que detrás del litigio entre la periodista Carmen Aristegui y MVS radio estaban los intereses del empresario Carlos Slim. Hubo quienes, con gran imaginación, aseguraron que la ausencia de la periodista de los micrófonos a los que regresó el lunes pasado fue una estratagema para presionar al gobierno a fin de que renueve la concesión en la frecuencia de 2.5 Ghz. Sin embargo los autores de esa maquinación tendrían que haber corrido muchos riesgos para crear un enfrentamiento con la Presidencia de la República, esperar la reacción de los radioescuchas, suponer que habría un desenlace propicio para el regreso de la conductora como finalmente ocurrió y obtener, a partir de tal escenario, el refrendo de la concesión. Las teorías de la conspiración resultan atractivas para quienes, al diseñarlas, pretenden conocer los entresijos del poder. A menudo, sin embargo, las cosas son menos sofisticadas. No hay elemento alguno, si se analiza con seriedad, para suponer que Slim estaba tras el conflicto entre Aristegui y MVS. El litigio fue real y, en varias ocasiones durante las dos semanas que la periodista se encontró fuera del aire, la ruptura estuvo a punto de ser definitiva. Lo que no es ficticio es el alejamiento entre el grupo Carso y las televisoras. El espacio que las empresas de Slim pueden tener en frecuencias como las de MVS no sustituye la publicidad que difundían en Televisa y Televisión Azteca. Quizá, sin embargo, esa publicidad no le sea indispensable. 7. Inevitabilidad cuestionada. Si el Grupo Carso mantiene esa ruptura, estará a prueba la capacidad de Televisa y TV azteca como opciones publicitarias. Durante mucho tiempo los publicistas, y desde luego los directivos de las televisoras, han pretendido que toda empresa de grandes dimensiones tiene que anunciarse forzosamente en Televisa y/o en TV Azteca para llegar a los consumidores mexicanos. Sin embargo las televisoras ya no son indispensables. Así se ha demostrado en las campañas políticas, como hemos explicado quienes hemos analizado las campañas electorales recientes: los candidatos que más se anuncian en televisión no son necesariamente los que obtienen más votos. Así también, hoy existen otras opciones de publicidad en medios muy diversos. En la década más reciente, el rating de la televisión abierta cayó a una tercera parte de lo que era todavía a fines del siglo XX. En julio de 1999, el programa de mayor audiencia en la televisión mexicana (una serie cómica) tenía 34.7 puntos de rating que significaban alrededor de 32 millones de espectadores en las ciudades en donde se realizan estudios de audiencia. En septiembre de 2010, el programa que tuvo más televidentes (una telenovela) alcanzó apenas 10 puntos de rating, que con la población que teníamos para entonces significaron menos de 11 millones de personas. La gente en México, a semejanza de lo que está sucediendo en otras latitudes, ve menos televisión o lo hace en opciones distintas de la televisión abierta. Sin embargo Televisa y Televisión Azteca mantienen las mismas tarifas publicitarias. El desafío para las empresas del Grupo Carso será encontrar otros espacios para no perder presencia pública y demostrar, así, que las actuales televisoras no son indispensables. Si así ocurriese, la pérdida para Televisa y Televisión Azteca sería mucho mayor al ingreso por publicidad que dejarán de recibir en los próximos meses. 8. Extorsión con la concesión. Hemos apuntado que, puesto que se trata de un litigio entre particulares, las autoridades no tendrían que intervenir en el diferendo Carso – televisoras. Pero hay versiones que indican que por lo menos Televisión Azteca habría incurrido en acciones de acaparamiento con el propósito de obtener beneficios en contravención a las reglas para la competencia empresarial. Una información publicada ayer jueves en La Jornada por los reporteros Miriam Posada y Roberto González Amador indica que la ruptura con la Televisión Azteca se debió a que esa televisora condicionó la transmisión de los anuncios del Grupo Carso “a que Telmex y Telcel redujeran la tarifa de interconexión que cobran a las telefónicas del Grupo Salinas”. De ser así, las empresas de Ricardo Salinas Pliego estarían ejerciendo acciones que podrían ser sancionadas por la Comisión Federal de Competencia. La Cofeco no intervendrá porque, como anotamos antes, está decididamente en contra de Telmex. 9. Regulador ausente. No se trata simplemente de una lucha de grandes consorcios, ni hay un David valeroso y magnánimo que se enfrenta al Goliat arrogante y pendenciero. Estamos ante conflictos de intereses en el campo de las telecomunicaciones, pero también más allá de él. La decisión del Estado mexicano para crear y amparar un gran consorcio en la telefonía y otro (o dos de ellos) en la televisión, ha sido desbordada por las transformaciones tecnológicas y por las ambiciones de esos grupos. La única solución favorable para la sociedad mexicana sería la diversificación de actores en ese mercado (que hoy es solamente uno porque la convergencia digital amalgama a la telefonía, la transmisión de datos y los contenidos audiovisuales) a fin de que hubiera multiplicidad de opciones, competencia auténtica, mejores servicios y tarifas más bajas (en el caso de la telefonía y la televisión de paga). Para eso haría falta que tuviéramos un gobierno con visión de Estado y capaz de mirar y actuar más allá de sus pequeños intereses coyunturales. En vez de ello tenemos un gobierno estupefacto en ocasiones, por lo general desbordado por circunstancias en las que no se anima a intervenir y sin vocación ni aptitud regulatoria en el campo de las telecomunicaciones.
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