El populismo apela a las emociones, toma al pueblo como coartada mas no como actor de los cambios sociales, aspira a movilizar adhesiones elementales pero intensas a favor de un líder o una causa que se proponen como representantes, por lo general únicos, de las mayorías. La ausencia de matices refuerza la contundencia de las propuestas populistas: buenos contra malos, justicieros ante bribones, protectores frente a negligentes. El líder populista se muestra afable pero no suele ser condescendiente; el temperamento intransigente se presenta como salvaguarda de la sociedad. Para el líder populista los ciudadanos no son interlocutores, sino individuos desvalidos a los que es preciso proteger. Para eso están ellos. El populismo no está comprometido con un signo ideológico específico. De hecho, el totalitarismo populista entraña la posibilidad de que el dirigente guarecido en esas prácticas cambie de ideas y de bando político. Instalado por encima de partidos e ideologías, el líder populista necesita de la fuerza de la euforia y del respaldo de las imágenes. Un gesto paternal, el ademán desdeñoso, la mirada fija que no mira al horizonte histórico sino a los coyunturales pero emocionados beneficiarios de sus favores, son rasgos del dirigente populista. Según el sentido de sus decisiones, presentadas siempre como desplantes providenciales que no requieren de legitimación institucional, el populismo puede ser de izquierdas o de derechas. En la primera vertiente se ubican los más tradicionales populismos latinoamericanos, desde el peronismo y el cardenismo (el del General), hasta esas caricaturas de aquellos movimientos que han sido el chavismo en Venezuela o el comportamiento en México de López Obrador. Encarnaciones del populismo de derechas, han existido en Europa desde Mussolini hasta Berlusconi. Quizá en Chile se desarrolla un populismo de ese signo alrededor del presidente Sebastián Piñera. En México, Vicente Fox contaba con todos los ingredientes para ser un mandatario populista y de derechas: rancherote y bronco, desmarcado de los compromisos institucionales, respaldado al menos al principio por la expectación de los ciudadanos que asistían demasiado confiados a la inauguración de la alternancia, beneficiario de circunstancias que lo ponían encima o al margen de su partido y de compromisos específicos, favorecido además por la debilidad y/o la fragmentación de los partidos rivales. Si el gobierno de Fox no devino en un populismo más acentuado y autoritario, de debió a la falta de rumbo, a la fragilidad de las convicciones del presidente, a la exigencia de los segmentos más críticos de la sociedad y acaso, también, a los efectos del prozac y las ambiciones de la señora Marta que superaban las capacidades caudillistas de su cónyuge. De izquierdas o derechas, los populismos contemporáneos se apoyan fundamentalmente en la televisión. Las arengas antes escenificadas en la Plaza de Mayo o en el Zócalo, ahora se han desplazado a los estudios televisivos. La enjundia de los viejos líderes populistas queda ceñida a la docilidad al telemprompter pero las cámaras amplifican los gestos, congelan los ademanes y acercan al pueblo como nunca antes al rostro, desde luego escrupulosamente maquillado, del dirigente populista. En comparación con los caudillos de antaño, cuyo autoritarismo era proporcional a la fidelidad que suscitaban, los populistas de hoy resultan aminorados y descafeinados. Pero populista es, por el abuso retórico, la reivindicación de una legalidad a modo, la invocación a las emociones, la construcción de un escenario maniqueo y el aprovechamiento de adversidades ajenas, el presidente Nicolás Sarkozy. La defensa que Sarkozy hace de Florence Cassez no resiste un examen jurídico riguroso (como ha demostrado, entre otros, el investigador Emilio Rabasa). Sin embargo, parapetado en los medios e imbuido de un nacionalismo ramplón (que suele ser distintivo de los populismos más exaltados) el presidente francés creyó encontrar, un adversario a modo para desatar el fanatismo de sus compatriotas. El rechazo al intervencionismo de Sarkozy, que ya se manifiesta entre los propios franceses, indica que la maniobra no le ha funcionado como pretendía. Populista es también, aunque se trate de un populismo con minúscula, el reembolso fiscal de los gastos en colegiaturas privadas que ha dispuesto el presidente Felipe Calderón. No se trata, como engañosamente dice, de una acción “de justicia distributiva”. Si así fuera, con ese mismo principio los contribuyentes que acudimos a servicios de medicina privada tendríamos derecho a que nos reintegraran los gastos en médicos y hospitales cuando, siendo derechohabientes del IMSS o del ISSSTE, no nos atendemos en esas instituciones. El pequeño populismo del presidente Calderón tiene signo electoral y forma parte de la disputa por el aplauso social y mediático. La devolución de colegiaturas beneficiará poco y a pocos mexicanos porque el gasto de quienes envían a sus hijos a escuelas privadas en mucho mayor y porque esa restitución está supeditada a la tortuosa declaración de impuestos. Se trata de una medida populista porque no resuelve los problemas de fondo de la educación. Peor aún, no forma parte de un proyecto educativo ni de un proyecto fiscal más amplios. Ocurrencias, palabrería y fallidos esfuerzos para congraciarse con una sociedad en donde encuentra posibles votantes pero no ciudadanos con derechos (entre ellos el derecho a una educación suficiente y de calidad) son rasgos de ese populismo de bolsillo que despliega, con gran dificultad, el presidente Calderón.
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