viernes, 11 de febrero de 2011

¿QUÉ SISTEMA DE SALUD QUEREMOS?

CIRO MURAYAMA RENDÓN

En solidaridad con Carmen Aristegui.

Cuando nos acercamos al tema de la salud de la población en México, asunto crucial que define no sólo la calidad de la vida sino la cantidad de la misma —cuántos años promedio viven los mexicanos—, una vez que ha iniciado el envejecimiento poblacional y cuando estamos inmersos en un proceso de transición epidemiológica complejo —a las enfermedades transmisibles, las infecto contagiosas propias del subdesarrollo, que no acabamos de desterrar del todo, se les suman los padecimientos crónico degenerativos con la peculiaridad de que éstos afectan con frecuencia a los jóvenes y no sólo a los viejos, en buena medida por la pandemia de obesidad que padece el país—, es necesaria una deliberación pública sobre qué sistema de salud debemos darnos para enfrentar mejor los retos recién mencionados.
Tres preguntas básicas ocupan a la economía del bienestar: 1) ¿qué se va a producir y en qué cantidad?, 2) ¿cómo se van a producir esos bienes? y, 3) ¿para quién se producen esos bienes?
Tratemos de dar una respuesta a esas preguntas aplicadas al tema de la salud, desde un punto de vista normativo, del deber ser, y contrastemos las respuestas con lo que en realidad ocurre.
Los servicios médicos son bienes intangibles o servicios, por tanto, ¿qué servicios médicos se deben producir y en qué cantidad?
De acuerdo a las necesidades de salud de la población mexicana, en primer lugar debe haber una oferta de servicios preventivos, anticipatorios a la enfermedad, lo que nos dará un sistema más eficiente (es mejor prevenir que curar). Asimismo, deben darse servicios curativos oportunos, empezando por el primer nivel de atención. Esto quiere decir que en México debería haber clínicas de salud y médicos a disposición del 100 por ciento de la población, lo que implica una vasta red territorial. Posteriormente, sería necesario contar con unidades suficientes de atención de segundo y tercer nivel para dar atención a las patologías que mayor impacto tienen en términos de morbilidad y mortalidad.
Ahora bien, ¿qué se produce? Servicios insuficientes. Por ejemplo, la OCDE establece que mientras hay 2.5 consultas médicas por habitante promedio al año en México, la media de esa organización es de 6.8 consultas. Ello puede estar relacionado con la disposición de médicos: mientras aquí tenemos dos médicos en activo por cada mil habitantes, en la OCDE hay 3.1. Además, estamos a una tercera parte del número de egresos hospitalarios por cada 1000 pacientes (55 frente a 158 promedio en los países de la OCDE). Tenemos apenas 80 mil camas en hospitales públicos y en el sector privado, de 3,181 hospitales, sólo 239 (el 7.5%) tienen más de 25 camas.
¿Cómo deben producirse los servicios médicos? Lo deseable sería que a través de un genuino sistema nacional de salud que asegure servicios de calidad similar para todos los usuarios, como ocurre en los países que mayores avances muestran en materia de salud.
¿Cómo se producen en realidad? A través de un sistema muy fragmentado y de calidad desigual. En la clasificación de instituciones médicas del INEGI pueden encontrarse: el IMSS, el ISSSTE, las instituciones de salud y/o de seguridad social de los gobiernos estatales, las de Pemex, las de la Secretaría de la Defensa Nacional, las de la Secretaría de Marina, la Secretaría de Salud, IMSS Oportunidades, las unidades medicas del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), otro tipo de instituciones públicas, las instituciones de salud privadas que brindan servicios médicos subrogados, las instituciones de salud privadas y las instituciones privadas de beneficencia entre otras. Las diferencias en la calidad de la atención pueden constatarse en el hecho de que la mortalidad materna es de menos de la mitad de las mujeres que se atienden en el IMSS o ISSSTE que aquellas que acuden a instituciones de salud para la población abierta.
En síntesis, una suma de instituciones que implican superposición y atomización, con escasa o nula coordinación y calidad desigual.
La pregunta más relevante desde el punto de vista de la equidad: ¿para quién han de producirse los servicios médicos? La respuesta sintética es para el conjunto de la población sin exclusiones de índole económica —lo cual no implica decir que todo mundo esté cubierto de absolutamente todos los padecimientos, pues ello no se ha conseguido en ningún país, pero sí que hay un amplio paquete básico de cobertura universal en salud.
Hasta la fecha, ¿para quién se producen los servicios médicos? Una parte de ellos, para los trabajadores formales, aunque con ciertas diferencias, pues los trabajadores de Pemex o de las fuerzas armadas tienen prestaciones en salud superiores a los de los demás trabajadores, incluso para quienes laboran para el Estado en otras áreas. Asimismo, el Seguro Popular financia que se produzcan servicios médicos a través de las secretarías de salud de las entidades federativas a 43 millones de mexicanos, pero el paquete de cobertura no tiene el alcance que brindan el IMSS y el ISSSTE. En ese sentido es una oferta aún incompleta.
Por otra parte, hay una amplia oferta de salud privada que produce los servicios para quien puede pagarlos o tiene necesidad de hacerlo. Se trata de servicios ofrecidos con fines de lucro donde la salud, al final, es una mercancía cuyo acceso depende de la capacidad de pago del paciente o su familia. En México el gasto privado en salud es mayor que el gasto público, y ello sólo ocurre, dentro de la OCDE, en otros dos países: Estados Unidos y Corea del Sur, con implicaciones severas en la equidad.
¿Qué sistema de salud es deseable? Uno que amplié significativamente la oferta y que ponga énfasis en la atención primaria y la prevención; que asegure calidad similar a los usuarios, evitando la superposición de instituciones y la fragmentación y, finalmente, que sea efectivamente universal. Esas tres características no se cumplen con el actual modelo de salud. Esa es una, si no “la”, reforma estructural para el bienestar.

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