Todo en las recientes elecciones de Guerrero parece encerrar, como dice la canción de Simón Blanco, un misterio (o varios). El mismo triunfo de Aguirre Rivero parece incomprensible, por lo menos por la holgura de su mayoría (la señora de los huipiles, especialista en vaticinar triunfos fallidos del PRI, ya muestra otro chichón bajo la trenza; ahora está prometiendo un triunfo en el Edomex y eso arriesga ser no un chipote, sino un agujero en el cráneo); el comportamiento de las fuerzas políticas guerrerenses, muy dadas a la bronca, que se condujeron, de modo inopinado, con toda civilidad. Guerrero es la entidad de la República con una más sólida y tradicional tendencia hacia la izquierda, incluido el DF. Las tradiciones de izquierda son muy fuertes. Allí se dio el movimiento guerrillero más auténtico y duradero. Dejó una huella indeleble en la política guerrerense. La derecha nunca ha prosperado en ese estado y está fuerte sólo en unos cuantos lugares, como el conservador Taxco, lleno de tenderos mochos y ultramontanos. Allí la verdadera derecha la constituyen los caciques de vieja prosapia priísta, como los Figueroa, asesinos y acaparadores de tierras y negocios, que no han podido con el espíritu de lucha de los humildes de Guerrero que los ha arrinconado en los albañales más obscuros del poder. El PRI, según parecía, estaba apostándole a una carta fuerte, Añorve, el vencedor de la izquierda en Acapulco, el simpático gordito que aparentaba barrer con todos los opositores. En un principio, no tenía identidad partidista cierta, pero el senador Manlio Fabio Beltrones se lo ganó para su bando. Enrique Peña Nieto no la jugó con el ardor que lo ha hecho en otros estados. Estuvo, pero no hizo compañía. La Paredes fue sólo un adorno de utilería, dado su cargo. Los priístas, por lo que se puede ver, confiaron en sus viejas bases de apoyo entre la oligarquía caciquil y los sectores partidistas que, en Guerrero, apestan. ¿Cómo fue que los caciques y el PRI no pudieron ganar en Guerrero? Todo apuntaba a asegurarles la victoria, sobre todo, el modo extraviado e incoherente en el que Zeferino Torreblanca gobernó la entidad. Parecía que todo lo hacía para destruir el poder y la influencia de la izquierda en el estado. Sus blancos eran siempre los líderes sociales, a los que acusaba de alborotadores y agitadores. Sus favoritos, los miembros de la oligarquía guerrerense y nacional, a los que les entregó las joyas del rico turismo local. Sus pérdidas electorales de medio sexenio lo hicieron volverse de nuevo a la izquierda y hasta se rumoró que había pedido su inscripción en el PRD. La verdad es que Torreblanca ha sido un cero a la izquierda y un testigo mudo de todo lo que ha pasado. El PRI perdió por su enorme ineptitud política y, en particular, por la idiotez de seguirle el juego al cacique local, Figueroa, que tampoco supo escoger bien. Ese partido siempre actúa de ese modo: hace el balance de los intereses en juego y luego decide. Los intereses locales cuentan muy particularmente y, aunque no es seguro que Añorve haya sido el preferido de Figueroa, lo cierto es que hubo un arreglo entre los poderes locales y las cúpulas nacionales que dio por resultado la designación del acapulqueño. No salió perdiendo del todo. Todavía, hasta hace apenas unos meses, Aguirre Rivero era un priísta de hueso colorado, con amarres a nivel nacional que, es cierto, le fallaron. No creo que haya dejado de serlo. El papel que la izquierda ha desempeñado en esta aventura es de lo más misterioso que se pueda imaginar. Antes de que Camacho y Ortega encontraran por el camino la carta de Aguirre, produjeron un cochinero en aquel estado. Todo mundo daba ya por muerta a la izquierda guerrerense, por lo mismo de siempre: luchitas internas por los puestos que la dividieron y la pulverizaron (como en Baja California Sur). Según todas las evidencias, el PRI volvería a gobernar Guerrero. Es probable que haya sido a Camacho al que se le ocurrió echarle el anzuelo al priísta derrotado en su propio partido. En todo caso, ni tardo ni perezoso, Aguirre aceptó el reto, sabiendo que tenía todas las de ganar. Cuando fue elegido candidato de la izquierda, López Obrador le propuso firmar diez puntos de compromiso con su movimiento, entre los que se encontraba la negativa a la presa de La Parota. Aguirre también tiene sus compromisos con la oligarquía guerrerense y, seguramente, ese punto le fue inaceptable. Eso se interpretó como una derrota para el Peje. No volvió a darse ningún contacto entre ambos políticos. Pero me consta que López Obrador pidió a las bases del Movimiento de Regeneración Nacional, como ahora se le llama, que apoyaran la campaña de Aguirre, lo cual aquéllas hicieron de muy buen grado. Eso, Aguirre debe saberlo. Los Chuchos no hicieron nada de mérito para ganar en Guerrero, excepto montarse sobre los hombros del candidato vencedor. Marcelo Ebrard, hechura de Camacho desde hace por lo menos dos decenios, hizo mucho más. Se dice que aportó recursos materiales y de personal de gran entidad. En todo caso, no perdió la ocasión de mostrarse junto al nuevo candidato de la izquierda, el priísta Aguirre. Muchos perredistas guerrerenses no apoyaron a Aguirre. Los Chuchos, en lugar de ser un factor de unidad, lo fueron de desunión y de desconcierto. No hicieron nada porque nada podían hacer. Ellos operaron en las alturas y ahora dependen de las alturas para sacar raja del nuevo gobierno. Habrá que ver cómo se conduce Aguirre una vez en el gobierno, si es que no tienen éxito las impugnaciones que tiene pendientes. No todo dependerá del tipo de personas que nombre en su gabinete. Eso es lo de menos. Lo importante es comenzar a saber qué clase de compromisos lo tienen ligado y cuál será su política frente a los cacicazgos priístas y la oligarquía local. Los Chuchos no tienen en su baraja muchas cartas para negociar. Hoy proclaman el triunfo de las alianzas (hasta el minúsculo PAN acabó sumándose a la izquierda nominal), pero no tienen nada más en las manos. Aguirre podrá gobernar como a él le parezca. Casi igual que Torreblanca, pero con la diferencia de que éste era un advenedizo en la política y aquél un político de muchos y muy enrevesados intereses. Es harto difícil pensar que esta vez en Guerrero triunfó la izquierda, sobre todo, por el candidato que apoyó y los poderosos intereses que él representa. Ebrard, al igual que los Chuchos, no hizo otra cosa que montarse sobre la candidatura de Aguirre y ver qué cosechaba. Su oportunismo es de verdad vergonzoso. El PRD en Guerrero está deshecho. Una cosa es en Chilpancingo y muy otra en Acapulco, si bien es difícil saber cuál es mejor. En otras zonas luce tan deshilvanado como hoy, bajo el dominio burocrático del chuchismo, lo está, a decir verdad, por todos lados. Esta no fue una victoria del PRD, ni siquiera como lo fue el triunfo de Torreblanca hace seis años. Entonces mantenía su identidad; hoy casi nadie en Guerrero piensa en el PRD. Un querido amigo mío de Acapulco me dice que no entiende cómo fue que López Obrador
con Aguirre. Ahora le puedo decir que no fue así. Él decidió, con las bases de su movimiento en el estado, que se apoyara a Aguirre. rompió
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