JENARO VILLAMIL
En las primeras horas del pasado 30 de marzo, inicio formal de la mini-campaña presidencial en México, el país amaneció tapizado por espectaculares de Enrique Peña Nieto en posición de hombre que mira al futuro, ilumina la oscuridad, apapacha a las señoras, promete el cambio sin decir para dónde.
A razón de 10 a 1 frente a López Obrador o a Josefina Vázquez Mota, los espectaculares de Peña Nieto tapizaron importantes avenidas como el Circuito Interior o el Anillo Periférico del Distrito Federal. Hasta extrañaba uno los modestos anuncios de tiendas de ropa.
La inundación peñista no sólo fue en las calles de las ciudades más grandes del país. En una acción perfectamente sincronizada, a través de spots televisivos y radiofónicos, el candidato de la coalición PRI-PVEM apareció en tres ediciones distintas recorriendo el país, hablando a cada región de México. Hombre solo que salva a la nación. Hombre-spot que conecta con las emociones evasivas de una sociedad agotada.
Peña Nieto presumió en estos promocionales hasta cuatro modelos de ropa distinta, como si se tratara de un candidato “totalmente Palacio”. También se dio gusto para una naturalidad impostada. Bailó un danzón, se paró en un muelle de Quintana Roo, mientras una gaviota sobrevolaba su destino.
Ahora ya está el segundo “paquete” de spots de Peña Nieto. Habla de su infancia, de su familia, de sus orígenes. El es el mensaje. El es la propuesta. Su biografía parece ser la plataforma de gobierno. El es la imagen que arrastra hacia la victoria.
Y si usted quiere salvarse de esta intoxicación visual peñista no podrá. Va a cualquier sala de cine y ahí le recetarán por lo menos, tres spots de Peña Nieto y alguno de sus contrincantes. Los de Josefina Vázquez Mota, fallidos y oscuros, se confunden con el promocional de la teleserie Mujeres Asesinas. Y López Obrador, con mayor contenido, es visualmente pobre, hermético, dando la espalda a la cámara.
De eso se trata la campaña de Peña Nieto: no es convencer de su propuesta sino inundar de su inventario audiovisual el país. Ahí está su rostro, su nombre, la tipografía eficaz de sus promotores en las playas de Semana Santa, en el reparto de afiches, en las páginas de internet, en Facebook y en Twitter donde se han activado los @ectivistas que ahora presumen su copete estilizado como helado de chocolate sobre sus cabezas.
Y si no quiere ver Peña Nieto hasta en la sopa, en microbuses o en playas artificiales, ahí está Angélica Rivera, en el papel de La Gaviota en Campaña, subiendo videos al estilo doméstico de WereverTomorrow, perfectamente calculado para que den un tono “casual”, “hogareño”, emotivo.
Se trata de un “inventario visual dominante”. Es el aplastamiento mercadológico que precede al emocional y busca traducirse en un “carro completo” en las urnas, según los cálculos de sus jefes de campaña.
El movimiento peñista no sólo le apuestan al retorno del PRI a la presidencia de la República y a una cómoda mayoría en el Congreso sino a la coronación del Rey Peña Nieto, soberano del spot, conde de los infomerciales, emperador de los espectaculares, que lleva por corona un Copete-símbolo de la dinastía Atlacomulco.
Es un operativo que conjuga el dominio audiovisual de Televisa –ahí está el productor estelar Pedro Torres, productor de los spots- con el dominio del aparato político-partidista que tienen los gobernadores peñistas. Ya no hay rubor para simular la separación entre gobierno y partido.
En Veracruz y en Yucatán, los gobernadores no sólo presumieron su militancia sino exhibieron el músculo presupuestal y esa gran tradición mexicana que nunca se ha ido (salvo en el Estadio Azul con Josefina Vázquez Mota): el acarreo masivo.
Buscan consolidar un “voto duro” de 10 millones de personas, como mínimo. Y agregar 20 millones de votos más. Si lo logran, en un escenario de 60% de abstención, el inventario visual dominante se habrá traducido en “carro completo” en las urnas.
De esto se trata. Demostrar que es imparable, irrefrenable, adictivo, como la Coca Cola en el desierto, el producto mejor cuidado y con mayor inversión en los últimos tiempos de la clase política. A mayor abstencionismo, mayor margen de victoria.
¿Cuánto cuesta todo esto? El tope de gastos para la campaña presidencial es de 336 millones de pesos. El PRI recibirá un financiamiento público de mil 644 millones de pesos, cinco veces más que el tope de gasto para la campaña presidencial. Esa bolsa de recursos, más otra que no se ve y está encubierta en fideicomisos o en extraños “envíos” de 25 millones de pesos por estado al aeropuerto de Toluca pueden ser los fondos reales de la campaña de coronación más costosa en la historia del país.
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