RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS
Desde el punto de vista objetivo y sin entrar en una valoración de las razones y causas del incidente es una vergüenza lo que sucedió en Puente de Vigas, Tlanepantla, entre las dirigencias del PRI y del PAN en la llamada "mesa de la verdad", organizada para analizar el cumplimiento de la promesa 127 que como candidato a gobernador de su Estado y ante notario público hizo Enrique Peña Nieto. El evento concluyó entre gritos, injurias y conatos de agresiones físicas a los pocos minutos de iniciado. Luego vinieron las acusaciones y descalificaciones mutuas. Ahora bien, lo anterior pone de manifiesto, hasta el día de hoy, lo lamentable de la campaña presidencial en el encuentro entre dos de los tres más importantes partidos políticos del país; y si así van a seguir las cosas hasta el día de las elecciones, el próximo domingo primero de julio, ¡pobre de la democracia mexicana! Lo sucedido revela, a mi juicio, que los candidatos de esos partidos ponen más atención en el pasado, en lo que se hizo o no se hizo, que en lo que está por hacerse. Es decir, se atienen más a recuentos históricos que a proyectos claros y sistematizados, buscan más el camino de las promesas que el del análisis y confrontación de ideas. Le rehuyen al debate, aunque el IFE haya estructurado uno que más se parece a un mal concurso infantil de oratoria: pocos minutos para hablar -en perjuicio del razonamiento-, y preguntas tan sintéticas en su contenido que no dan pie para respuestas de fondo. ¿Y aquellos candidatos a que me refiero? Encerrados en la trampa de las promesas y discutiendo acerca de si lo prometido por uno de ellos se llevó a cabo o no. Es absurdo y demagógico que se le quiera dar al elector el pan duro de las ofertas y ofrecimientos del pasado, indigeribles de suyo. ¿Por qué? Porque simple y llanamente lo que hay que analizar no es el pasado sino el presente y el futuro, particularmente éste. "El prometer no empobrece, el dar es lo que aniquila", reza el refrán popular. Y tal vez ciertos candidatos se sienten aniquilados, muy aparte de las encuestas que según ellos los favorecen, porque sabedores de que se va a votar -se debe votar, repito-, por un futuro y no por un pasado, le temen al porvenir como a un fantasma devorador y se aferran a lo que ya hicieron como palmaria demostración de lo que pueden y van a hacer. Excluyo del caso a López Obrador porque sin necesidad de notario alguno, ni tampoco de diatribas contra el opositor, señala lo evidente, lo concreto, lo específico de lo que hizo cuando fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal, pero junto a esto presenta un proyecto a realizar razonado y razonable, que no promesas, si gana en las elecciones. La diferencia es notoria.
Pero vuelvo al punto que me interesa. Qué espectáculo el de dos aspirantes a la Presidencia de la República, muy aparte de quien tenga la culpa del desastre, que se lían en un torbellino de pasiones eludiendo lo que tienen enfrente, que es el porvenir. ¿En lo esencial qué importa si se construyó a tiempo un puente o no? ¡Ese no es asunto a debatir! La temática electoral debe ser otra: como fomentar más empleos, como mejorar la educación, como cambiar la estrategia de la guerra contra el crimen, como disminuir la violencia, como administrar los recursos naturales del país, como respetar la Constitución, como legislar sin alterar su naturaleza normativa, etcétera. La verdad es que deja mucho que desear el proceso electoral. Y es gravísimo o lo sería que se olvide que el mismo, en que los candidatos están en juego y a la vista, por así decirlo, va a culminar nada menos que en la elección de un Presidente de la República. Hace falta, y cada día es más notorio, un conductor o director de tal proceso. Salta a la vista que el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales está lleno de deficiencias y limitaciones que no le permiten al IFE actuar como debería. He allí los lamentables spots, el lenguaje agresivo e insultante de algunos candidatos y la composición de los debates. ¿Qué pasa? O el IFE endereza el rumbo, haciendo quizá un esfuerzo gigantesco, o se corre el riesgo de que la próxima elección presidencial sea un fiasco democrático. Aunque culmine en la "elección" de un Presidente.
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